Se habla mucho de la importancia de la historia en la educación de las nuevas generaciones; sin embargo, nuestros jóvenes cada vez saben y se interesan menos, y esto es así no porque se enseñe menos, sino porque se enseña mal y porque no logramos lo más importante: construir vínculos afectivos además de cognitivos con el pasado y presente; un problema grave, en una era que hace cada vez más culto del desarraigo, y donde los referentes del pasado, y la prolongación del tiempo histórico, son cada vez menos relevantes, ante la satisfacción hedonista que genera lo inmediato e instantáneo. En un momento como el que atravesamos, es un reto cada vez más importante para el sistema educativo desarrollar nuevas estrategias que posibiliten que la historia se convierta en una herramienta efectiva para el desarrollo de pensamiento crítico y competencias ciudadanas.
En mayo de 2016, con 300 especialistas del Plan Nacional de Formación Docente, hicimos una serie de consultas sobre la enseñanza de la historia; las conclusiones principales fueron contundentes cuando reflexionábamos sobre lo que ocurre en el aula. En primer lugar, al docente, con los actuales programas, lo agobia la ingente cantidad de temas y el poco tiempo para abordarlos. Por otra parte, cunde en la escuela un desconocimiento de investigaciones recientes y una falta de manejo de fuentes primarias o no textuales, que podrían enriquecer la práctica pedagógica. La falta de recursos y formación conduce a la inevitable preminencia de las tradicionales técnicas del dictado o el copiado que vuelven monótona y vacía la enseñanza. Además, puesto que la historia se concibe como ciencia del pasado, el docente no logra relacionar la historia con el desarrollo de competencias cognitivas, emocionales y comunicativas. En los programas vigentes, nos enfrentamos con una sobrevaloración de la historia política y económica, descuidando los aspectos culturales y desvinculando los procesos históricos locales, nacionales y globales.
Recientemente, con clarividencia, un estudiante de educación media nos planteó lo que esto desencadena: aburrimiento, desvaloración y poco interés en la historia. Y es que hemos subestimado la importancia de la motivación, del compromiso y de la felicidad como factores clave en los procesos educativos, los cual se construyen desde los primeros días, en una ambiente adecuado y agradable, en compañía de docentes calificados e igualmente motivados, con herramientas accesibles y bien diseñadas.
A enseñar historia empezamos tarde y mal, con temáticas que no son apropiadas al nivel de desarrollo del niño o la niña, como cuando en cuarto grado introducimos los sucesos de 1932 y la dictadura de Hernández Martínez, o como cuando desde primer grado enseñamos a medir el tiempo histórico con el reloj o el calendario, promoviendo una concepción lineal de la historia donde las fechas y los grandes personajes son lo relevante, en lugar de las vinculaciones con el presente o la valoración de las discontinuidades. No contamos con herramientas educativas apropiadas que acompañen la labor docente, pues en el mejor de los casos tenemos el libro de texto, la tiranía del libro de texto, y no tenemos acceso a otro tipo de herramientas complementarias que posibiliten superar el dictado o el texto como la puerta de ingreso al pasado. Y no tenemos estos materiales creativos que atraigan y enamoren a los estudiantes, sencillamente porque el Ministerio de Educación no cuenta con la capacidad instalada, a saber, los historiadores, los especialistas en didáctica de la historia y en pedagogía, para que de forma articulada trabajen en el desarrollo permanente de materiales. No hay nada que grafique mejor esto que el libro Historia de El Salvador en dos tomos, el cual se construyó en la década de los 90 del siglo pasado, y que, si bien tuvo la virtud de incorporar la guerra civil y los acuerdos de paz, descuidó otros temas importantes, y no desarrolló propuesta pedagógica y metodológica, lo que devino, a pesar de sus actualizaciones, en un manual de historia oficial propicio para el dictado y el copiado.
Tenemos que abandonar la pretensión de enseñar toda la historia, no hay manera de agotar el pasado, el objetivo de la historia no se logra trasladado un gran relato sin fisuras sobre lo que ya fue, debemos experimentar una aproximación problematizadora que tenga a la vista la íntima relación entre pasado y presente; la historia en las aulas debe convertirse en una herramienta para problematizar el presente, solo así aportará a la formación ciudadana. Para fortalecer la enseñanza de la historia, debemos imaginar espacios de formación para construir capacidades nacionales, crear puentes con la producción académica más avanzada y generar dinámicas de producción curricular más allá de los libros de texto, como lo que ya se esta haciendo con el proyecto de televisión educativa. Sin docentes bien formados, sin materiales adecuados y sin estrategias que trasciendan el aula, estamos condenados al eterno retorno de lo mismo.