domingo, 1 diciembre 2024
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Los coqueteos de la clase trabajadora

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"Y es que el amor, o su apariencia, es un asunto esplendoroso": Gabriel Otero.

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Por Gabriel Otero.

Los policías le abrieron la puerta metálica al chofer de la funcionaria, recién la dejaba en su casa y se disponía a estacionar la camioneta en el parqueo de la oficina. Esa es una de las ventajas de vivir cerca del trabajo, se evita el desgaste de los traslados y se llega a tiempo siempre, y más cuando se es anfitriona de reuniones y citas. 

El chofer se detuvo y se bajó del vehículo dejándolo en marcha y con las luces encendidas, los policías lo saludaron con familiaridad, nosotros estábamos a un costado observando el transcurrir de la escena, narradores testigos del acontecer, o viles mirones sin oficio ni beneficio, si acaso, artistas de la imagen y la letra buscando inspiración en la vida, al fondo venía caminando una mujer vigilante que apresuró el paso al verlo.

Y es que el amor, o su apariencia, es un asunto esplendoroso, en instantes el chofer y la mujer vigilante se fundieron en un abrazo profundo como si la existencia depositara su vigor en ello, él la sujetó por la cintura y ella, toda dejada, dio una vuelta en el aire, lo justo para toquetear la eternidad y regresar afuera de la camioneta.

Era obvio que se emocionaron al verse, más que eso, deseaban cogerse parados y con ropa, el deseo irresoluto de los que saben de antemano que no llegarán a nada, los coqueteos de la clase trabajadora son licencias para expresar de todo poniendo al coito como una barrera.  

Cinco minutos después se separaron, él encendió un cigarrillo y ella sonriente y chapeada inició el interrogatorio usual de los que tenían semanas sin verse, aunque hubieran sido horas, vi su rostro brilloso a pesar de la oscuridad.

Él se distrajo y caminó hacia nosotros, el encuentro de la carne había concluido, la mujer vigilante se despidió, despechada por la indiferencia, emprendió el regreso hacia la oficina. Ninguno de nosotros tenía el ánimo de platicar con el chofer, yo menos que cualquiera.

El chofer y el artista de la imagen dialogaron sobre trivialidades, esas cosas que se responden a preguntas estúpidas como cuánto tiempo sin verte, o qué te habías hecho, nosotros antes de la llegaba del motorista, estábamos ahí devorando brownies y a la espera de los camiones para un montaje, porque el nuestro es un oficio de ego, paciencia y tensión.

Y por fin se fue el chofer y pudimos analizar las conductas de los otros con movimientos de cámara como en un story board cotidiano, y señalar paneos, acercamientos y enfoques específicos de una pareja que jamás se dio cuenta que era observada.

Porque son absolutas las miradas que captan todo lo que pasa en el universo y mejor la imaginación que le pone diálogos a los deseos. 

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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