(A Carlos Sánchez Olivares)
La juventud en tales circunstancias
no se engaña, no piensa
que vivirá para siempre, al contrario,
se sabe intensa como Aquiles
y como Aquiles sabe
que difícilmente conocerá la vejez.
La juventud en tales circunstancias
sabe que ir a Troya es su destino
y que en ella destruirá y será destruida
y que otros vendrán después
a darle un orden o una melodía
a los nombres y los huesos enterrados.
Que la muerte sea silencio u olvido
otra vez dependerá de que un ciego aparezca
y conduzca la sangre perdida
hacia el encuentro con las palabras.
Representar es revivir, revivir es pronunciar,
pronunciar es escribir los pasos de las tropas
en su camino al estruendo en las arenas de Troya.
Cada uno de esos pasos tenía un rostro
que se quedó sin horizonte en las arenas de Troya.
Y por eso el ciego recurre a las enumeraciones
para enfrentarse a los muchos nombres que la muerte tuvo.
Cada uno de esos nombres fue un camino interrumpido
y por eso el ciego, con el filo de los verbos y la persistencia
de los apellidos, batalla contra las funestas interrupciones.
Ahí donde la espada impone otra vez su punto final,
las inútiles palabras bailando proponen un retorno.
Y retornar es resarcir devolviendo a la voz
a todos esos muchachos que ya nunca serán viejos.