Estoy terminando de leer el libro de Paul Krugman Contra los zombis. Economía, política y la lucha por un futuro mejor (Barcelona, Crítica, 2020) y me he encontrado con planteamientos e ideas –en el conjunto de artículos y ensayos que integran el volumen– sumamente sugerentes para comprender no sólo las dinámicas económicas y políticas de Estados Unidos en las últimas décadas, sino la irradiación hacia el mundo, desde ambientes políticos, académicos y mediáticos de ese país, de ideas y argumentos torcidos (falaces, manipulatorios, desinformados) acerca de cómo funcionan las cosas en la economía y la política (y en la imbricación de ambas).
Uno de los aportes más creativos de Krugman es su noción de las “ideas zombis”, es decir, las ideas (argumentos, afirmaciones) que se aceptan como válidas cuando a todas luces son falsas, para caer la cuenta de lo cual, muchas veces, no se requiere más que un mínimo ejercicio de razonamiento y una mirada a la realidad. Las personas que caen presas de “ideas zombi” no sólo las proclaman a los cuatro vientos como verdades de fe, sino que están armadas con una coraza protectora que las hace resistentes a las evidencias que desmienten lo que ellas creen firmemente que es verdad. Son ideas que han escuchado, muchas veces desarrolladas falazmente y con datos falsos, de líderes (políticos, académicos, religiosos o opinión) que supuestamente tienen las credenciales para hablar con propiedad de determinados asuntos. Y esas ideas entran en sintonía con las creencias, expectativas, fobias y filias de quienes las escuchan, las hacen suyas y las proclaman fanáticamente.
Leyendo sobre esto en el libro de Krugman, me vino a la mente algo que escribí en “Derrota del oscurantismo”, texto en el que reflexiono sobre la derrota electoral de Donald Trump:
“No hay que perder de vista que, como presidente de EEUU, Trump ha tenido –y tendrá hasta que deje el cargo– un poder nada despreciable con capacidad para alterar el rumbo del planeta, un poder que le fue otorgado por amplios sectores de la sociedad estadounidense. Y tampoco se tiene que olvidar a las multitudes que, pese a sus disparates y ataques a la razón y a la ciencia, lo siguen aclamando como si fuera un mesías. Estas multitudes están atrapadas en un oscurantismo feroz, mismo que las hace presas fáciles de líderes capaces de explotar, identificándose y promoviéndolas, sus fibras y miedos más sensibles”.
Precisamente, esas multitudes tejen su oscurantismo de “ideas zombis” que las hacen creerse en posesión de “verdades indiscutibles”, pero que, en verdad, no resisten la prueba de la lógica o de la realidad, una vez que se razona sobre ellas o se revisan datos básicos sobre cómo funcionan el mundo.
Entre las “ideas zombis” que recoge el libro de Krugman están estas, tomadas del contexto estadounidense, pero, algunas, han tenido o tienen eco en otros contextos : 1. Que los años ochenta –bajo el mandado de Reagan– fueron dorados, pues el crecimiento económico, gracias a la magia del mercado, generó bienestar por doquier. 2 Que cuando los muy ricos prosperan, es decir, se hacen más ricos, la sociedad entera sale ganando. 3. Que el gasto público debe recortarse al máximo, pues ello es garantía para el buen desempeño económico y social. 4. Que un sector público grande es una amenaza para el desarrollo económico, es decir, un sector publico reducido (un gobierno pequeño) es un acicate para este último. 5. Que los ofrecimientos de campaña de Donald Trump anunciaban algo absolutamente inédito en la política estadounidense. 6. Que en la gestión de Trump estaban sucediendo (o han sucedido) cosas absolutamente inéditas –mejores que todo lo habido hasta entonces– en la política, la economía y la sociedad estadounidenses. 7. Que el libre mercado siempre promueve la libertad personal. 8. Que si los ricos pagan menos impuestos la economía prosperará, es decir, si los ricos pagan más impuestos eso será negativo para la economía. 9. Que la salud y la educación son más eficientes y de mejor calidad cuando están en manos privadas. 10. Que el endeudamiento público siempre es algo malo para la economía y la sociedad. 11. Que la disminución de los ingresos de la población (por la vía de los recortes salariales o los despidos) es un incentivo positivo para la economía. 12. Que el cambio climático es un fraude, o que existe pero las acciones humanas no tienen nada que ver con el mismo, o que hacer algo para contenerlo supondría un ataque al crecimiento económico.
Y la lista de “ideas zombis” se puede alargar más, pero las anotadas son suficientes para poner en evidencia el tipo de ideas que se pueden calificar de ese modo y que, pese a su falsedad, no han dejado de circular en estos tiempos, y seguramente seguirán circulando. Suelen ser –en otra afortunada expresión de Krugman– “ideas cucaracha”: “afirmaciones falsas de las que uno pensaría que se deshizo, pero que siguen regresando”.
Como dije, esas y otras “ideas zombis” se han propagado por el mundo haciendo que millones de personas estén atrapadas en ellas. En El Salvador, sólo para poner un ejemplo, hasta hace poco, Sandra Barraza era la vocera de una verdadera cruzada contra el sector público y no cesaba de mencionar el, a su juicio, abultado número de empleados en el sector. Su sugerencia, plagada de argumentos falsos y perniciosos, apuntaba a despidos drásticos en el Estado como una medida para apuntalar el despegue económico, con los recursos que se “liberaran” de los despidos de empleados públicos (los cuales se convertirían en “incentivos” para el sector privado). Seguramente, la analista sacaba sus argumentos del arsenal de “ideas zombis” que, desde hace unas tres décadas, han flotado en los ambientes empresariales salvadoreños y sus centros creación ideológica (decirles “tanques de pensamiento” es aberrante) como “verdades” que sólo cabe repetir, obviando (gracias a un blindaje ideológico plagado de falacias) los datos de la realidad, o acomodando esos datos el discurso falso que se propaga.
En fin, las “ideas zombis” (y peor en su carácter de “ideas cucaracha”) son un verdadero problema para el fomento de actitudes críticas y razonadas sobre la realidad. Son alentadas, creadas y recreadas, por quienes, revestidos de algún tipo de liderazgo (político, intelectual, religioso o mediático) las lanzan al ruedo público a la espera de que ciudadanos molestos con la vida, cansados de trabajar o frustrados por el desempleo, las hagan suyas y propaguen. En no pocas ocasiones, los ciudadanos que las asumen como verdades inapelables, lo hacen porque sus impulsores tienen credenciales académicas que dotan a sus planteamientos de halo de cientificidad –que sólo es eso: un halo– que las hace sólidas y confiables. Quizás la educación deba hacerse cargo del reto no sólo de desarmar las “ideas zombis” y las “ideas cucaracha” en los educandos, sino de preparar a las personas, desde sus primera formación y a lo largo de sus trayectorias formativas, para no ser atrapadas por ellas.