Las caravanas de migrantes que han partido de Honduras, Guatemala y El Salvador son fiel reflejo del fracaso de sus gobiernos. Es el gran fracaso de esta era que parece estar harta de las transiciones político-partidarias que poco o nada han mejorado las condiciones de los pueblos. En este sentido, estas caravanas son el rostro visible del hambre, de la violencia y sus desplazamientos, de la inseguridad, de la falta de empleo, de la institucionalización de la corrupción, de la represión, de la dictadura y de todo el escarnio que los ciudadanos de estos países sufren gracias a la inoperancia de los gobierno. Todos estos problemas no son nuevos, siempre han existido, al igual que siempre han existido caravanas de migrantes que buscan mejores oportunidades en Estados Unidos de América. La diferencia estriba en que estas nuevas carvanaas son masivas, y es que más allá de una obvia organización mínima de parte de terceros, esas caravanas son espontáneas, no obedecen a un plan orquestado por los partidos de oposición de estos países, ni por manos oscuras con objetivos indefinidos. Prueba de la espontaneidad de estos movimientos son los países de donde provienen. En Honduras, país de derechas, hay un gobierno ilegítimo, represor y dictatorial que lejos de resolver los problemas económicos y de seguridad de la ciudadanía, los ha profundizado hasta el hartazgo. El Salvador, país que ha vivido la transición democrática de las derechas a las izquierdas, también es un país con graves problemas de inseguridad que se refleja en las maras, con un alto índice de desempleo y con una corrupción que, como hemos visto en los distintos juicios en contra de ex presidentes, se institucionalizó de una manera descarada.
Así pues, este no es un problema de ideologías ni de teorías conspirativas de fuerzas oscuras, este no es más que el gran fracaso de la esperanza en el cambio, este es el rostro visible de todos los fracasos de nuestras pírricas democracias. Los migrantes solo han necesitado una sencilla convocatoria en redes sociales para animarse a dejar sus países, es el empujoncito que necesitaban para llevar a la práctica y a la realidad física lo que en sus mentes ya había sucedido: abandonar a una madre tierra que los ha maltratado y expulsado. Porque más allá de la voluntaria marcha, en realidad no son los migrantes quienes abandonan sus países sino más bien son los países los que expulsan con odio a sus hijos.
Vivimos la era de las grandes desilusiones. Hemos hecho un largo recorrido desde las dictaduras militares, pasando por los gobiernos de derechas con sus recetas de organismos internacionales, hasta llegar a los gobiernos de izquierda del socialismo del siglo XXI. Pero de nada ha servido este recorrido porque los gobiernos, en lugar de cambiar viejas prácticas, las han perfeccionado para el beneficio de unos cuantos. Estamos, pues, ya en el abismo de otro tipo de demagogia: la demagogia del que gana elecciones solo por ser diferente a lo tradicional. El triunfo de Bolsonero en Brasil es prueba de ello. La gente está cansada de la corrupción galopante de las derechas y de las izquierdas, y por tanto busca una alternancia hacia la alteridad, hacia lo distinto, sin preocuparse si esa alteridad sea peor que las derechas y las izquierdas tradicionales. Mientras los pueblos eligen personajes distintos como gobernantes, los problemas de los más pobres no desaparecen sino más bien se agudizan, de ahí que la desesperanza, el desencanto, la desilusión y el escepticismo, se traduzcan en estas grandes caravanas fantasmales que viajan sin más equipaje que la esperanza. Nada pierde el que nada tiene, esta es la triste realidad de nuestros hermanos migrantes.
Se dice que para emerger se debe tocar fondo. Las caravanas de migrantes son la expresión concreta de que ya hemos tocado fondo, muy a pesar de que algunas de nuestras instituciones aún funcionen. Las caravanas son el rostro visible de todos nuestros fracasos, una prueba más que como civilización estamos condenados a repetir nuestra historia por no tener memoria, y por haber confiado en partidos políticos que son más bandas de forajidos que dignos representantes del soberano.