Por Rubén Aguilar Valenzuela
En la elección del pasado domingo en Brasil se disputaron muchos cargos públicos: la presidencia, la Cámara de Diputados, parte de la Cámara de Senadores y 27 gubernaturas.
Los dos candidatos punteros que competían por la presidencia, Luis Ignacio Lula da Silva y Jair Bolsonaro, no alcanzaron el 51 % de los votos y van a una segunda vuelta, el 30 de octubre.
En la campaña electoral de 2018, cuando Jair Bolsonaro ganó la elección, fue apuñalado por un individuo que argumentó razones políticas, para justificar su actuación.
Para acudir a los actos públicos, tanto Bolsonaro, que pretendía reelegirse, como Lula, que se proponía regresar a la presidencia después de 12 años de haberla dejado, utilizaron chalecos antibalas.
Y siempre fueron custodiados por fuertes equipos de seguridad en un entorno, muy polarizado, donde el 67.5 % de los brasileños dijo que temía ser agredido por sus preferencias electorales.
El discurso del odio y la descalificación de los adversarios ha provocado que muchos brasileños tengan miedo a expresar en público sus posiciones políticas.
Cualquier comentario puede provocar una discusión violenta, que llegue a los golpes e incluso que salgan a relucir armas. Los casos de violencia se multiplicaron.
Desde que el pasado agosto arrancó la campaña, las organizaciones de derechos humanos recibieron numerosos reportes de amenazas y hechos de violencia relacionados con la contienda.
Un estudio de la Universidad de Río de Janeiro señala que la violencia política se ha incrementado en un 335 por ciento desde enero de 2019.
En lo que va de 2022, han ocurrido 1,209 ataques a políticos, que incluye 45 asesinatos.
El discurso de los candidatos, de manera particular las intervenciones de Bolsonaro, genera un clima que propicia la violencia.
La rivalidad entre los partidarios de uno y otro candidato ha ido subiendo de tono. Los analistas políticos ven que la sociedad se ha dividido en bandos que se consideran enemigos.
Afirman que el país se enfrenta a una situación nueva que no se había dado desde que se restableció la democracia.
A la luz de lo que ocurrió en Brasil hay que ver que tanto el discurso polarizador, incluso de odio, del presidente López Obrador enrarece el clima en la elección de 2024.
En los cuatro años en la presidencia, de manera intencional, ha dividido a la sociedad en bandos; el de los buenos, que son los suyos, y el de los malos que son los que no le rinden pleitesía.
Esta polarización, que se alimenta todos los días desde la mañanera, ya ha generado un clima de violencia verbal entre los “bandos”, que puede volverse física cuando llegue la campaña de 2024.