"Es un momento histórico", afirmaba la ingeniera química Antonia Moropoulou, directora de la restauración. "Un momento único para la cristiandad".
Según la tradición cristiana, éste es el lugar preciso donde fue enterrado Jesús y donde resucitó tres días más tarde. Hoy, el renovado templete fue inaugurado ante numerosos fieles en una ceremonia en la que participaron Pierbattista Pizzaballa, administrador del Patriarcado Latino de Jerusalén en Tierra Santa, y el primer ministro griego, Alexis Tsipras.
Durante más de diez meses, más de 50 restauradores, arqueólogos e ingenieros trabajaron en las obras para preservar y renovar el edículo. Éstas han costado unos 3,5 millones de euros (unos 3,8 millones de dólares), procedentes, entre otras fuentes, de donaciones de particulares y del Fondo Mundial para los Monumentos, con sede en Nueva York.
El pasado octubre, los expertos levantaron por primera vez desde hacía 200 años la lápida de mármol que cubría la tumba de Cristo. Bajo ésta encontraron otra losa con una cruz grabada, similar a las de los cruzados.
El equipo tomó muestras que fueron enviadas a Atenas. Pero Moropoulou subraya que nunca se trató de confirmar las palabras de la Biblia. "No hemos llevado a cabo ninguna investigación de ADN", señala esta profesora de la Universidad Técnica de Atenas. Lo que ahora sí se puede asegurar, añadió, es que la tumba "es la que se descubrió en la era del emperador Constantino". La madre de éste, Elena, mandó construir la basílica en el año 325.
En aquel entonces se halló una tumba con una cámara, explica el arqueólogo y teólogo alemán Dieter Vieweger. "Tal y como se describe (en la Biblia)". Pero no está demostrado que este sepulcro sea el de Jesús. "Es indemostrable", añade. Al fin y al cabo, la tumba fue completamente destrozada y reconstruida en el siglo XII. "Lo que queda de ella es sólo la reconstrucción de los cruzados".
Sin embargo, para el monje franciscano Eugenio Alliata no hacen falta pruebas. "La fe no necesita ver realmente las cosas", afirma mirando el templete. "La fe es algo que viene de Dios".
La piedra del edículo, reconstruido en 1810 tras un incendio, hacía tiempo que sufría la humedad y la erosión. Ya en 1947, un equipo liderado por británicos protegió la construcción con puntales de acero, pero los peregrinos los llenaron de velas cuyas llamas seguían lastrando el templete. Las piedras se agrietaron y la estructura se borneó. Pero las distintas Iglesias no lograban ponerse de acuerdo para emprender la necesaria restauración.
La basílica del Santo Sepulcro que alberga la tumba está estrictamente dividida entre distintas comunidades de fieles. Las Iglesias greco-ortodoxa, armenio-ortodoxa y católica-romana tienen derecho a celebrar misas en la capilla de la tumba, mientras que los coptos, los sirios y los etíopes no. Sin embargo, en febrero de 2015, la Policía israelí la cerró alegando problemas de seguridad. Y desde Atenas se instó a la restauración inmediata.
Ahora, el edículo está asegurado incluso ante posibles terremotos, para lo que se cambió parte de un muro. Las grietas de la piedra fueron cubiertas con una argamasa especial, las lápidas limpiadas y fijadas a la roca. Además, quienes visiten el templete podrán ver, aparte de la lápida, una parte de la roca original tras un cristal. Con todo, Antonia Moropoulous sigue temiendo por la preservación de la tumba, pues las viejas canalizaciones de agua bajo el templo generan mucha humedad. Para remediarlo necesitarían otros diez meses y seis millones de euros. Pero para eso, las Iglesias deberían ponerse otra vez de acuerdo.