viernes, 12 abril 2024

La sordera de Beethoven y Dios

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Es que en realidad esta pieza no estaba dedicada a interpretarse en público. Simplemente su autor buscaba explicarse su sordera y su fatalidad

¡Ya basta!

¡Silencio!

Que callen las notas de la sonata Moonlight.

Que no suene su primer movimiento porque, ¿acaso no se dan cuenta del lamento que contiene?

Es que en realidad esta pieza no estaba dedicada a interpretarse en público. Simplemente su autor buscaba explicarse su sordera y su fatalidad.

¿Por qué Dios lo había instrumentalizado para expresarse a la humanidad y ahora ni siquiera podía saber si era fiel intérprete del mensaje de su Dios? Esto se preguntaba mi amigo Beethoven y ahora tengo esa respuesta, pero ¿cómo puedo decírsela?

En mis oraciones diré a su magnánimo espíritu que en su persona se libró una inusual contienda: El Ser Superior tenía plena conciencia de que su músico expresaba bien su mensaje a la humanidad y en acto de celo y cuidado lo aisló del contaminante mundo de los ruidos.

Dios necesitaba un medio puro y vio en la persona de Ludwig Van Beethoven a una partitura colosal. De él fluían torrentes de notas musicales, pero las emociones proyectadas las dictaba el Ser Superior.

Ahí tenemos la Quinta Sinfonía: expresión de orgullo de Dios sobre su obra humana. Somos nosotros los que merecemos esos redobles y es que Dios con ellos quería captar nuestra atención. El resto es una canción de cuna para nosotros sus eternos niños.

Cierto día, el Ser Celestial atendió otros ámbitos y dejó solo a su mensajero.

Jesucristo fue tentado por el demonio en los ya conocidos cuarenta días y sus noches. Ese mismo demonio fue el que tiró no una, sino varias enfermedades a Ludwig y lo postró en la última e insoportable cama. De nada valdrían cuidados para evitar el mal oliente y degradante ambiente en que nuestro genio vivió los últimos momentos.

Fue una tarde de invierno en aquel tiempo y lugar muy propio de Beethoven, cuando él, cansado de batallar con sus dolencias físicas, decidió sollozar su humanidad.

El no lloraba por tanta enfermedad que le carcomía el cuerpo. Jamás fue presa de tan simple acto. Él sufría con entereza y sabemos que la Novena Sinfonía fue finalizada en medio del devaneo del Perverso por llevárselo de este mundo. Entonces, fue cuando Dios se percató del abandono en que tenía a su mensajero y corrió auxiliarlo… ¡Pero ya todo estaba perdido!

Su mensajero, el hombre a quien había quitado la audición para no contaminarlo, convertido en ese espacio diáfano y fiel entre cada nota, era el mismo que le había dado hasta el último momento su amor y lealtad: la Novena Sinfonía es canto de Esperanza, fidelidad a la humanidad, evocación sublime, es, en suma, unos ojos anhelantes por mirar la nota perfecta y precisa que debía ser escrita con la última gota de su…tinta.

(Del libro Centauros Ciegos, verdades evidentes, “Beethoven”. Talleres Gráficos UCA, 2003)

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Grego Pineda
Grego Pineda
Escritor de la diáspora salvadoreña en EE. UU, Magíster en Literatura Hispanoamericana, columnista y colaborador de ContraPunto
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