Ciertas maneras de enfocar y condenar la corrupción me recuerdan al modo con que mucha gente se acerca al problema de las putas. Basta con perseguir policialmente a esas mujeres que han optado “voluntariamente” por “una vida fácil”. Se olvida que las putas son una relación social, que detrás de ellas hay una economía política de la prostitución (con sus locales, con sus estructuras de poder, con su clientela). Sin las grandes cantidades de dinero que aportan sus asiduos clientes, el negocio de la prostitución no se movería.
Hay empresas transnacionales, especializadas en obras públicas, que para licitar con éxito en su trato con los Estados de “la periferia” recurren a una “caja oculta” de la cual extraen dinero para comprar funcionarios y políticos nativos. Este aspecto de la corrupción la sitúa en el terreno del capitalismo pirata y no solo en el plano de las instituciones políticas. Lo mismo podría decirse de aquellos empresarios nativos que utilizan la donación de dinero a los partidos como una herramienta para torcer voluntades y obtener ventajas económicas para sus negocios. De nuevo aquí, la corrupción se nos presenta en dos planos (el económico y el político) y con dos actores (el empresario y el funcionario). Sin cliente no hay puta. Lo sospechoso de todo esto es que la visibilidad del plano económico de la corrupción es casi nula, mientras que se nos presenta a la política como la única villana de la trama. La política es la única puta de esta narrativa ¿Habría que preguntarse por qué?
El orden de los factores, en este caso, si altera la agenda del debate público y la manera en que nos representamos la jerarquía de sus problemas. Hoy hablamos de políticos corruptos y no de políticas corruptas, hoy hablamos de irracionalidades personales y no de la irracionalidad de ciertos proyectos, hoy hablamos de las miserias personales de los líderes y no de las miserias estructurales que perpetúan sus partidos, hoy hablamos de la judialización de la política y no de la política en sus complejas relaciones con otras estructuras de poder de nuestra sociedad. Cuando se confunde la parte con el todo, cuando se priorizan ciertas zonas del conflicto y se silencian otras, lo más posible es que haya una agenda de discusión interesada que beneficia a terceros.