Hace 25 años se firmaron los Acuerdos de Paz, yo tenía 6 años. Recuerdo con nostalgia un casete que rodaba en la casa con la frase: ¨1992, el Año de la Paz¨ junto a un ave que inspiraba esperanza. Incluso mi hermana mayor y yo asistimos a la mítica celebración del FMLN frente a Catedral, en hombros de mi padre y seguro de uno que otro tío.
Tengo pocas memorias de aquella guerra, recuerdo canciones y fotografías y, por supuesto, anécdotas familiares. En el colegio los libros de sociales repetían : el 16 de enero de 1992 se firmaron los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y el FMLN, poniendo fin a una guerra de 12 años que ocasiono 75,000 muertos; sabía este estribillo de memoria, pero ahora a mis 31 años puedo ver hacia atrás con más racionalidad y menos romanticismo.
Ya más adulta que joven, entiendo que ¨la paz¨ no se consigue de un plumazo. Llegar a ese histórico momento salió más caro de lo debido y aunque entonces era la mejor opción para el país, pienso que no deja de ser una solución temporal y a medias, porque no abordaron las causas estructurales que generan explosiones de violencia.
En parte, los acuerdos se asumieron como el fin, no el inicio de un camino aún más complicado que demandaba el involucramiento de la sociedad entera. Pero aún más fundamental es revisar las limitaciones de la ¨paz liberal¨, que promueve la democracia formal y las medidas económicas neoliberales como paradigma de desarrollo.
Era una gélida mañana de 2014 en Manchester cuando mi asesora de tesis, que tiene un Doctorado sobre violencia en El Salvador, me compartió un ensayo titulado: ¨Paz Liberal, Violencia y Crimen Post-Conflicto¨ (Howarth, 2014), el cual fue para mí como una epifanía. Este articulo explica como a partir de 1990 varios países que salieron de conflictos internos experimentaron amplias reformas democráticas y económicas de acuerdo al discurso dominante que pretende reconstruir y desarrollar sociedades post-conflicto con base en los ideales de democratización, liberalización económica, respeto a los derechos humanos y estado de derecho (Tschirgi, 2004).
Sin embargo, esta receta ha demostrado grandes limitaciones para aminorar los problemas que atormentan a estos países; por el contrario, la investigación asegura que puede agravarlos. Howarth estudió los casos de El Salvador, Guatemala, Afganistán y Suráfrica, y concluyó que compartimos una ¨paz insegura¨ porque las reformas económicas post-conflicto generaron una mayor desigualdad, la cual exacerba la violencia y favorece la escalada de crimen.
Ella me lo planteó con tanta naturalidad y con la tranquilidad de una inglesa analizando un caso externo, que por un momento me sentí también como sujeto de estudio. Mientras tanto, en mi cabeza resonaba el dicho ¨nos dieron gato por liebre¨, si tan solo los negociadores hubiesen sabido esto… Luego recapacité: Es que acaso resolver los problemas sociales es así de fácil? Obviamente no, pero es lo que tenemos y con esto debemos trabajar porque sin duda podemos dar más.