domingo, 12 mayo 2024

La pandemia: aceleradora del caos

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Ilya Prigogine fue un renombrado científico. Ganó el Premio Nobel de física por su postulado de las estructuras disipativas. Una estructura disipativa es, en muy pocas palabras, cuando una estructura (materia, sistema, sociedad), cambia. Pero para que la transformación sea posible, la materia o sistema necesita alejarse de su punto de equilibrio y someterse al caos. Y en medio del caos, los elementos entran en un proceso irreversible: ya no son lo que eran antes pero todavía no son lo que van a ser. No pueden volver a su forma original porque atravesaron un umbral disipativo que los transformará en una nueva estructura. Este concepto, acuñado por Prigogine desde la termodinámica, explica fenómenos en otras ciencias, como las sociales. Un nuevo estado de conciencia individual y también colectivo, expresado a través de la construcción de una nueva civilización, pasa por el caos y eso, a pesar de todo, es una buena noticia.

Cuando Dios envía a uno de Sus Mensajeros a renovar la religión, de acuerdo a las necesidades del tiempo para la humanidad, la pauta histórica ha demostrado que el establecimiento de esa nueva Fe atraviesa oposición activa y represión. Toda la historia religiosa da testimonio de este hecho verificable. Hace 200 años, aparecieron el Báb y Baha’u’llah, dos distinguidas Figuras que presentaron un Mensaje revolucionario en medio de la oscura Persia a finales del siglo XVIII y que en pocos años abarcaría el planeta entero. Este nuevo Mensaje ofrece principios como la unidad y unicidad de la humanidad, la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, la interdependencia entre el capital y el trabajo, la armonía entre la ciencia y la religión y la resolución espiritual del problema económico social, entre otros igual de desafiantes. El poder transformador de tales principios, incluso hasta nuestros días, atenta contra el status quo de los sistemas religiosos, económicos políticos y sociales obsoletos, promueve una radicalización en las relaciones interpersonales, pero sin violencia, sin confrontación ni partidarismo, solamente invitando a un proceso transformador de la conciencia que debe expresarse en acciones de compromiso con el bien común.

El Báb y Bahá’u’lláh, así como la mayoría de sus seguidores, sufrieron distintas formas de persecución: exilio, tortura, encarcelamientos, e incluso el Báb mismo fue ejecutado por el clero dominante, como parte de un programa de exterminio que alcanzó a unos 20,000 de los primeros creyentes de la Fe bahá’í. En pleno 2020 cientos de miles de creyentes en esta Fe aún sufren la violación de sus derechos humanos por parte de la República Islámica de Irán y en otros estados con ideologías afines, pero la energía liberada por la aceptación de este sacrificio consciente convulsionó al mundo, la ciencia y la tecnología despuntaron en los últimos 200 años como no lo habían hecho en el milenio que los precedió, la conciencia humana comenzó una etapa de despertar consecuente con su madurez colectiva y ninguna fuerza ha podido ni podrá parar la energía arrolladora del establecimiento de una nueva civilización. Estamos en el umbral disipativo, en medio del caos que antecede el cambio, con sus plagas, pestes, enfermedades, vicios y corrupción, pero invitados a ser parte de la energía que hará la transición del caos a la nueva estructura disipativa, porque el mundo ya no es lo que era antes pero todavía no es lo que va a ser.

Dickens lo expresó con elocuencia y precisión:

“Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos;

la edad de la sabiduría y también de la locura;

la época de las creencias y de la incredulidad;

la era de la luz y de las tinieblas;

la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación…”

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Gabriela Velis
Gabriela Velis
Columnista
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