Todos tenemos cualidades y defectos, que nos permiten reconocernos no solo por nuestro aspecto físico sino por el carácter, trato o forma de expresarnos. Es así que cuando describimos a alguien o le recordamos hay una palabra que le define.
Antonio es un hombre al que conocí hace ya algunos años y al que puedo definir como humilde; es decir, alguien con la virtud de conocer sus propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con ese conocimiento; eso lo hizo grande.
A menudo conocemos personas en distintos ámbitos que se consideran superiores a los demás; sin embargo, cuando hurgamos un poco esa superioridad se convierte en defectos innombrables. Mientras tanto, Antonio continua su paso, con sus limitaciones, pero sin detenerse.
Así, mientras algunos son detenidos en estado de ebriedad a altas horas de la noche y hacen una gran alharaca con el cargo que ostentan, Antonio el hombre sencillo está sentado en una mecedora en la terracita de su casa tomando un juguito hecho en casa. O en tanto otros violentan a miembros de sus familias, Antonio recoge la mesa, disfruta con su esposa, hijos y nietos sus alimentos cada fin de semana y después lava y coloca la loza para que las mujeres disfruten del café, o quizás entretanto Antonio prepara un almuerzo con las personas que cuidan de él, otros tratan de una manera déspota y con ínfulas de superioridad a sus empleados.
Jugar con los pequeños, conversar, aconsejar como un maestro a los adolescentes y jovencitos que le rodean, tomar la mano de su esposa en los momentos difíciles han sido las mejores herramientas de Antonio para forjar un hogar lleno de amor. Trabajar a un ritmo superior al que su edad le permite; escuchar, respetar, guiar, organizar, impulsar, creer que lo imposible puede ocurrir, decidir y leer con prudencia TODO lo que llega a sus manos para tomar decisiones, son las virtudes que le han valido para ganarse el respeto de quienes le acompañan en el camino al “Profe”.
Cuando Evo Morales se lanzó como candidato las críticas de los “eruditos” fueron su origen indígena, su “ignorancia”, su forma de vestir, pero nadie dudaba de su honradez y humildad que representaba a buena parte de su pueblo. Antonio, nombre por el que le llama su esposa por un pseudónimo que usara muchos años antes, es Salvador Sánchez Cerén y nadie duda tampoco de su honestidad, capacidad de diálogo, sabiduría (no la que da Harvard o Standford sino la que da la vida) y de su humildad.
Salvador es un hombre espontáneo que no le gustan los discursos amarrados, que se emociona con la sonrisa y el calor de la gente, que aún le sudan las manos antes de dirigirse al público y eso lo hace auténtico y humano, no necesita ningún examen de capacidad mental. Quienes sí lo necesitan son los “seres superiores” fríos y calculadores sin emociones, ególatras con una necesidad de admiración y sin empatía con el resto de las personas, zascandiles superficiales que buscan cámaras o narcisistas acomplejados de su propia historia.
Algunos quizás prefieran otros rasgos del hombre que dirige una nación pero estoy seguro no tendrían la sensibilidad popular del que yo escogí.