Para Diana Otero
Decadencia, adverbio resumen del cuerpo trémulo, ya nada tiene la firmeza de antes. Ayer te aparecieron manchas en las manos y los músculos se te derrumbaron pecho a tierra, un dolor por acá, un achaque por allá, dicen que te vuelves pequeño y sabio cuando la muerte empieza a buscarte.
Que compleja es la vida, te tardas tanto en aprender y envejeces tan rápido que estás listo para fallecer cuando naces. Sí, en efecto, lamentable es preparar la llegada del ocaso, nubes cubren el brillo de la luz que se hunde y se apaga.
Vejez significa el tiempo de coser una mortaja de estrellas y es peor y terrible si la descomposición es acelerada, una enfermedad algo inesperada, es la muerte en vida la que extermina.
Volverse viejo es morirse ¿quién puede afirmar lo contrario?, los optimistas claman por matriarcados y patriarcados falsos colgados en la escala zoológica, algo así como la ancianidad gritando por sus derechos.
Y lo peor, que es donde vive la máxima de las torturas, es que estás lúcido, tremendamente brillante y beligerante, dueño de ti y del mundo lo dominas, todos te llaman don, licenciado o doctor, un respeto genuflexivo por haber llegado hasta ahí y convertirte sin querer en guía.
Y uno habla y las paredes se caen, porque vivir nunca ha sido de gratis y morirse en público tampoco, los poros se marchitan como las flores, la verdad es que te lo ganaste, es tu lugar que nadie te quita, tus huesos vivos se exhiben como reliquias de alguien que la hizo y sucumbirá pobre y rico y ahora.
Traza algo antes que todo estalle, tienes el derecho de garabatear lo que se te ronque la gana, di que puedes “escribir los versos más cursis esta noche” (1) y cobrar derechos por las lágrimas y el recuerdo.
Y tu hijo te observa desde su juventud en la que todo se renueva, lo mismo hiciste cuando viste a tu padre, matarlo a palabras, revivirlo en epitafios y decirle que lo extrañas, y hablarle de tú y decirle que lo comprendes.
Y así te esperan las nuevas generaciones, un tótem con sangre en las venas a quien reconocer como de los suyos, alguien a quien acudir en caso de muerte súbita, alguien a quien culpar de las estupideces propias.
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(1) "Puedo escribir los versos más tristes esta noche": paráfrasis de Pablo Neruda.