Hemos pasado una tarde mágica en Cádiz. Y eso que empezó de forma incomoda. Le pedíamos el menú del día al camarero de un bar, pero él parecía empeñado en que consumiéramos platos de la carta. Para que se hagan una idea, el menú (dos platos más una cerveza y un café) costaba quince dólares, pero un plato aislado de la carta (sin cerveza ni café) podía costar veinte. Al final, el camarero accedió a ofrecernos lo que le pedíamos (una carne a la toro con arroz, de primero). Cuando puso el segundo (una ensalada de pescado), le solté por fin que éramos salvadoreños y como por arte de magia todo fue distinto. El camarero nos sonrió y dijo: Un gaditano muy famoso nació en vuestro país, el Mágico González. Varios parroquianos que escuchaban la conversación se acercaron y uno de ellos -un tipo alto, delgado y canoso-dijo que si el Mágico se presentara como candidato a la alcaldía de Cádiz, la ganaba por mayoría absoluta. El dueño del local acudió al llamado de los otros (Ey,Miguel, aquí hay unos paisanos del Mágico) y vino con un libro de fotografías sobre Jorge que colocó sobre la mesa. Al rato ya nos estábamos haciendo fotos con los parroquianos, el dueño del restaurante y los camareros. Y Jordi, un gaditano de origen catalán, se ofreció de cicerone para llevarnos por las calles estrechas de la Cádiz medieval. Ya era de noche en ese momento y aquellos callejones con tantos siglos de antigüedad se abrieron para nosotros como se abren los pasillos de una gran casa. Fue mágico. Por el camino, Jordi saludaba de vez en cuando a gente que pasaba. Cádiz es una ciudad pequeña en la que muchos vecinos se conocen. Guiados por nuestro nuevo amigo, paramos a beber vino en un par de locales que difícilmente habríamos descubierto por nuestra condición de turistas. Al final, a eso de las nueve de la noche, Jordi nos dejó en un teatro donde había un concierto gratuito de buen flamenco. Dos cantaores, un guitarrista y una bailarina. Impresionantes los cuatro e impresionante el público local que despidió de pie a los artistas palmeando con un maravilloso sentido del ritmo. De regreso al hotel, a las doce de la noche, mi hermana me dice que aquello era un milagro de dios y yo le respondo que no, que aquello era un milagro obrado por el Mágico González.
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