viernes, 12 abril 2024

La hija del Coronel

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En el ocaso de la dictadura de Somoza en Nicaragua, el coronel Pedro León Rivera Amaya fue el último responsable de las tropas presidenciales de la Guardia Nacional encargadas de la defensa de Managua, antes de sucumbir ante el avance del Frente Sandinista de Liberación Nacional en 1979.

Esta, es una historia que describe tan sólo una parte el drama de las ví­ctimas inocentes de toda conflagración. La separación del núcleo familiar como común denominador a los actores de cualquier conflicto, tiene secuelas que pocas veces logran sanar. La ausencia fí­sica, la sensación de abandono, la ansiedad permanente, la incertidumbre constante, son heridas emocionales que son comunes, independientemente del bando que se elija o en el que toque estar. Sin respuestas, no hay sanación posible.

En el ocaso de la dictadura de Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua, el coronel Pedro León Rivera Amaya, fue el último responsable de las tropas presidenciales de la Guardia Nacional, encargadas de la defensa de Managua, antes de sucumbir ante el avance definitivo del Frente Sandinista de Liberación Nacional el 19 de julio de 1979. Rivera se exiliarí­a en El Salvador. Partirí­a luego junto a su hijo mayor rumbo a Miami, Estados Unidos, donde esperaba unirse a la “contra” nicaragí¼ense. En 1981 fue la última vez que su familia tuvo contacto con él. Nunca más se supo su paradero. Su familia cree que podrí­a estar preso por narcotráfico o muerto.

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Managua, 19 de julio de 1979. Tropas de las tres facciones del Frente Sandinista de Liberación Nacional avanzan hacia la capital para el derrocamiento definitivo de Anastasio Somoza Debayle, último dictador de la dinastí­a que gobernara Nicaragua por más de cuatro décadas.

Semanas antes del asalto final insurgente, la capital parecí­a en tensa calma. Nada de aspavientos como es usual en la tradición nicaragí¼ense. El 11 de julio, desde el cuartel general del primer batallón blindado presidencial de Managua ubicado en la loma de Tiscapa, llegan inesperadas noticias para el teniente coronel de infanterí­a, Pedro León Rivera Amaya. A partir de esa fecha, Rivera quedaba a cargo de todas las tropas y batallones de enlistados provenientes del departamento de Carazo, con la misión de organizar las rutinas de instrucción sobre guerrilla urbana, debiendo asegurar que el personal este equipado reglamentariamente, según orden de unidad No. 11-1979. La orden estaba firmada por el coronel de infanterí­a Isaí­as Cuadra E. de la Guardia Nacional de Nicaragua, Batallón Presidencial. La orden también suponí­a el ascenso de Rivera al grado de coronel, lo que causó la extrañeza del oficial a razón que no le correspondí­a su tiempo para asumir el nuevo grado.

Ilustración 1: Orden del batallón presidencial de la Guardia Nacional Somocista fechada el 11 de julio de 1979, dirigida al coronel Rivera, asignándole el mando del personal y su ascenso al grado de coronel. 

El coronel Rivera fue criado en familia pobre. Apadrinado por una familia pudiente logró entrar en la academia militar. De personalidad sociable, jovial, disciplinado, logró simpatí­as en el conservadurismo de la época. Entre militares fue conocido como “Brinquí­n”.

Rivera contraerí­a nupcias con Alba Azucena Jaime de Rivera, hija única de una familia pudiente y ultra conservadora. Desde temprano, Azucena fue criada por su tí­a Elia Jaime y su esposo de origen italiano Julio Peter. Y como era la usanza, estudió en un colegio de monjas en Masaya y se graduó como secretaria. La familia poseí­a una mina de oro. Azucena conoció al joven Pedro en las reuniones sociales con chaperonas incluidas a usanza de la época. Visitas al parque y la misa eran los puntos de encuentro de la futura pareja. Corrí­an los años 60. La familia Somoza gobernaba a sus anchas y todo el cí­rculo familiar era allegado al gobierno. El noviazgo de Pedro y Azucena durarí­a un año. Se casaron el 28 de diciembre de 1963. Él tendrí­a 23. Ella, 20.

Ilustración 2: El coronel Pero León Rivera Amaya, último a la derecha.

La quinta hija del matrimonio Rivera es Faviola, nacida en Managua el 6 de septiembre de 1972, una profesional residente en San Salvador. Recuerda cómo era su familia antes de la separación y las vicisitudes de su súbito periplo hasta El Salvador, tres dí­as antes del triunfo de la insurrección popular sandinista en Nicaragua.

La familia Rivera residí­a en la colonia militar de Managua. A buen entender nicaragí¼ense, dos cuadras arriba de la gasolinera “Chevron”, cerca de los rieles del tren. Viví­an como todas las familias de militares latinoamericanos de la época, residencia cómoda y amplia, lejos de cualquier riesgo, muy ceñidos al conservadurismo que clama preservar el estado de cosas, entre ellas, la disciplina, la moral y la religión católica.

El vecindario conocí­a a la familia como “Las Pochas”, que en nicaragí¼ense significa hermosas. El grupo familiar consta de seis hermanos; dos varones y cuatro mujeres. La colonia militar de Managua, estaba diseñada por estamento militar, así­, las casas más grandes eran para oficiales y las demás eran para las familias de la tropa. Al coronel Rivera le enfurecí­a que sus hijos fraternizaran en la calle con los hijos de la tropa. La ira del coronel pasaba inadvertida ante la inocencia infantil que no reconoce clases sociales y menos rangos militares; “en casa mi papá era absolutamente disciplinado, pero amoroso. Cuando estaba era un orden total. Cuando salí­a era que hací­amos travesuras. Éramos como la familia Von Trapp de la Novicia Rebelde, y por eso esa es la pelí­cula que mejor describe a la familia”, afirma Faviola. La penúltima hija que tuvo el coronel con su esposa Azucena, reúne el testimonio de su familia y recuerda a su padre entregado a ella: “cada diciembre nos llevaba a mí­ a mis hermanos las revistas de la cooperativa de la Guardia Nacional para seleccionar lo que más nos gustaba y nos compraba absolutamente todos los juguetes que querí­amos”

La memoria de su padre se torna agridulce en la mente de Faviola: “recuerdo de pequeña a mi papá que solí­a consolarme después de una travesura. Yo era tremenda (“¦) mi papá daba todo por sus hijos“, dice la hija del coronel Rivera y esa es la razón de su extrañeza ante la súbita desaparición de su padre ocurrida un dí­a de 1981: “una tarde ya en San Salvador, mi papá apareció de repente mientras lloraba en el patio de la casa en el Barrio San Miguelito, y me le fui encima a abrazarlo”, señala con mirada nostálgica, “un dí­a de 1981 le dije papá vení­”¦y nunca volvió

“Vamos a ir de viaje”

Esta fue la frase que el coronel encontró para explicar a su familia que tendrí­an que huir de Nicaragua inmediatamente. Era el 16 de julio de 1979, cinco dí­as después del súbito nombramiento del coronel que lo dejarí­a a cargo de las tropas que contendrí­an el avance sandinista que finalmente triunfarí­a el 19 de julio. “Papá nos dijo, nos vamos”. Mascotas, juguetes, muebles, ropa, todo quedó atrás. El disciplinado coronel ordenó a su familia llevar sólo una maleta cada uno, organizada por su esposa Azucena. El destino: San Salvador: “Mi madre tení­a seis meses de embarazo en ese momento, salimos de casa en un pick up color beige marca Ford, de esos que utiliza el ejército. Llegamos al aeropuerto de Managua y estaba colmado de gente queriendo salir, arribamos en Ilopango”, recuerda Faviola.

Con la ayuda de un alto oficial salvadoreño que posteriormente les darí­a la espalda, el coronel y su familia se asentaron en San Salvador, en la exclusiva colonia San Benito. El nuevo hogar de la familia Rivera serí­a un apartamento de lujo ubicado en las inmediaciones del redondel San Benito, cerca del lugar donde actualmente funciona una reconocida franquicia de pizzas y frente a un restaurante de otra marca estadounidense, sobre la calle La Reforma. Por el apartamento, el coronel nicaragí¼ense pagaba de alquiler mensual USD $1000 de la época. Aunque para la familia el apartamento resultara pequeño y el ambiente de la capital salvadoreña diferente, se acomodaron al punto que los “chavalos” se las ingeniaban para salir a jugar por las tardes en las calles circundantes: “vimos la Feria Internacional de El Salvador. Intentábamos hacer lo mismo que hací­amos en Nicaragua pero nos extrañaba que en San Salvador la gente no sale“. Para los inquilinos del exclusivo condominio, los 6 hijos recién llegados resultaron un atentado a la adulta tranquilidad acostumbrada por quienes podí­an pagarla.

“Un par de meses después y mi padre salió rumbo a los Estados Unidos junto a mi hermano mayor. En sus planes estaba el de unirse a la “contra” y desde el exilio luchar contra el sandinismo”, afirma la hija del coronel.

La etapa de acostumbrarse a su nuevo paí­s cambió abruptamente. Pasó uno, pasaron dos y tres meses y Azucena no obtuvo noticias de su esposo. Un año no trabajó Azucena. Se acabó el dinero que Rivera habrí­a dejado. La desesperada esposa del coronel nicaragí¼ense, pidió ayuda a Estado Mayor del Ejército donde le otorgaron becas de estudio para todos sus hijos. Las circunstancias del triunfo de la insurrección popular sandinista en Nicaragua impidieron que el coronel Rivera retirara dinero del banco para mantener a su familia. El 9 de enero de 1980 nacerí­a en San Salvador la última hija del matrimonio. Luego de varios domicilios previos, el grupo se trasladó a vivir en una suerte de vivienda colectiva en el barrio San Miguelito, sobre la Avenida España, a la par del taller “Chele Paco”, en las cercaní­as del Teatro Municipal de Cámara “Roque Dalton”. Como referencia la esquina donde funcionaba la tienda “La Sutileza”.

“Una vez la vi llorar”

Como resultado de las penurias económicas, Faviola recuerda haber visto llorar a su madre tan sólo una vez, en medio de la crisis económica familiar, Azucena decidió en un arrebato confesar a sus hijos cómo pensó alguna vez terminar con la tragedia ante la desesperación de no poder sostener a sus hijos, “estando aquí­ en El Salvador nos relató lo que pretendí­a hacer con nosotros, encender la estufa y darle fuego a todo”, nos comenta.

Y es que Azucena, graduada como secretaria, trabajó en Nicaragua como ejecutiva en una importante empresa cervecera en aquel paí­s. Ante su obligado exilio en San Salvador y en ausencia de su esposo, asumió toda la responsabilidad de la manutención de sus seis hijos. El cambio fue duro. Tuvo que salir a la calle a buscarse la vida de su familia. Consiguió empleos informales diversos, incluso vendí­a ropa interior femenina de casa en casa hasta que a principios de 1986 encontró un empleo estable como cajera en el “Hotel Presidente”, donde trabajarí­a 10 años.

La desaparición del coronel

Para el año 81 el coronel regresarí­a a El Salvador, serí­a el último contacto con su familia. Faviola presume que andaba encubierto: “regresó una tarde y a la mañana siguiente despertó la familia y él ya no estaba“.

Azucena cuenta lo que platicó con su esposo aquel último dí­a que lo vio con vida: “dijo que vení­a a hablar con un coronel “Estaven” y con gente del Estado Mayor de la Fuerza Armada Salvadoreña. Él no quiso decir qué andaba haciendo porque sus acciones eran confidenciales”.

La última versión obtenida por la familia sobre el paradero del coronel Rivera fue brindada por una pariente residente en Miami, quien afirma haberse encontrado con un ex piloto de la Guardia Nacional Somocista, el ex oficial le comentó que el coronel y otros militares estaban presos en Corcoran, California, acusados por tráfico de drogas. La versión no ha sido confirmada por la familia. “Soy la única interesada en esto. Mi familia ha bloqueado muchí­simo este tema. A ellos les ha dolido mucho la ausencia de mi padre. Hasta contacté a un periodista del periódico “La Estrella” de Miami para que me ayude pero nunca dio respuesta”. La hija del coronel hurga en la memoria y va más allá ofreciendo una descripción de las caracterí­sticas o señales especiales de su padre: “según mi madre, mi papá tení­a cicatrices en el brazo derecho resultado de sus combates contra la guerrilla, ella recuerda que tení­a una cicatriz en la parte de atrás del cráneo”.

Para Faviola Rivera, de estar vivo su padre, podrí­a estar preso con otra identidad a razón de las operaciones encubiertas que habrí­a realizado para la “contra” nicaragí¼ense. Para ella encontrar a su padre es un cí­rculo abierto que algún dí­a debe cerrarse: “mientras esté viva, no descansaré hasta saber dónde está la tumba o dónde se encuentra mi papá (“¦) era amante de su carrera, él querí­a contraatacar al sandinismo. Por eso pienso que su desaparición está vinculada a tráfico de drogas que financió a la “contra” con el apoyo de Estados Unidos, según lo que he averiguado a través diversas publicaciones en internet”.

Ilustración 3: Faviola Margarita Rivera Jaime, “La hija del coronel”. En la actualidad.

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Herbert Vargas
Herbert Vargas
Colaborador
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