ESTOCOLMO – Hace 25 años, en una base de la Fuerza Aérea estadounidense en Ohio, con el Acuerdo de Dayton se puso fin a la guerra más devastadora del continente europeo desde 1945. Después de tres años y medio, la guerra en Bosnia se había cobrado más de 100 000 vidas, generó una inmensa destrucción y desplazó a millones de personas de sus hogares. «No será una paz justa, pero es más justo que seguir con la guerra», observó el líder musulmán bosnio Alija Izetbegović. «Dada la situación, y dado el mundo, no era posible lograr una paz mejor».
Demasiado cierto. Junto con los negociadores estadounidense y ruso, Richard Holbrooke e Igor Ivanov, presencié directamente los altibajos de esos 21 días en Dayton como copresidente por la Unión Europea de las negociaciones de paz. Después pasé los siguientes años en Sarajevo, tratando de guiar la implementación de los primeros pasos del acuerdo. Aprendí que es mucho más fácil comenzar una guerra que construir la paz. El conflicto bosnio fue el ejemplo perfecto de esta verdad histórica fundamental. Cuando Yugoslavia comenzó a desintegrarse en 1991, pocos sospechaban que nos encaminábamos hacia una década de sangrientos conflictos por Eslovenia (brevemente) en el norte y Macedonia en el sur.
En cuanto al pacto de Dayton, en realidad fue una recopilación de múltiples planes de paz que diversas constelaciones de actores internacionales intentaron implementar en los años anteriores. Tuvimos éxito en noviembre de 1995 porque todos los actores internacionales —la UE, Estados Unidos y Rusia— finalmente se pusieron de acuerdo. Previamente siempre existió la tentación, para uno u otro, de prolongar el conflicto para lograr un acuerdo que lo beneficiara más.
Después de una guerra, uno hace las paces con sus enemigos; pero los acuerdos de paz que no se basan en una rendición incondicional de una de las partes necesariamente dependen de concesiones, y solo se puede lograr un acuerdo mutuo duradero si cumple las exigencias mínimas de todas las partes sin ceder ante las exigencias máximas de ninguna de ellas en particular. Por eso el entusiasmo después de esos acuerdos tiende a ser escaso.
Cuando las armas se acallaron en Bosnia, comenzó la monumental tarea de reconstruir un país desgarrado por la guerra. Dentro del territorio había tres ejércitos, tres monedas y tres semiestados (dos de ellos ya habían pactado un matrimonio obligado). Durante las décadas siguientes, Bosnia fue reconstruida (físicamente) con financiamiento de la UE, a tal punto que en la bulliciosa Sarajevo hay esforzarse para encontrar las cicatrices de la guerra.
Esa es la parte de la historia con final feliz, pero la historia de la reconstrucción política y la reconciliación es más complicada. Este proceso ha sido dolorosamente lento porque durante demasiado tiempo demasiados líderes bosnios entendieron que la paz era la continuación de la guerra por otros medios. A pesar de los gigantescos e invasivos esfuerzos internacionales, las fuerzas de desintegración se siguieron haciendo sentir en toda la región.
La nueva constitución Bosnia que derivó de las conversaciones de Dayton reflejó lo que era posible en ese momento: es decir que se pareció más a la «vieja Yugoslavia» que a la «nueva Europa». Creó un piso sobre el cual desarrollar la cooperación —con cláusulas para profundizar la integración y enmendar la propia constitución—, pero no fijó un techo a lo que se podía lograr. La tarea de construir el futuro se dejó en manos de los propios bosnios.
El hecho de que los líderes bosnios no hayan aprovechado mejor las posibilidades ofrecidas es perdurable tragedia de esa era. Desde 2003, la UE dejó en claro que sus puertas están abiertas para todos los países de los Balcanes, siempre que den los pasos necesarios para cumplir los requisitos de ingreso. Pero, con la excepción de Kosovo, Bosnia es el último en la fila entre sus vecinos de los Balcanes para acceder a la UE.
Es cierto, podemos preguntarnos si la UE fue lo suficientemente proactiva en su enfoque para la región. Aunque los líderes europeos reconocen que el atractivo de la integración con la UE es la única fuerza capaz de contrarrestar las tendencias a la desintegración regional, el hecho es que los Balcanes bajaron posiciones en la lista de prioridades europeas.
Sin embargo, la UE mantuvo una pequeña fuerza militar en Bosnia estos últimos 25 años. Con un sólido mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, esta presencia señala fuertemente que no se volverá a tolerar la guerra en la región. Más aún, hay un compromiso internacional igualmente fuerte para respetar la soberanía e integridad de Bosnia y de todos los demás países de los Balcanes. Terminó la época de redibujar mapas y la tarea de reformar Bosnia continuará en manos de los propios bosnios.
Hay señales prometedoras de que una nueva generación está lista para dejar la guerra en el pasado y comenzar a ver la paz como lo que realmente es: una oportunidad para forjar juntos un nuevo futuro. En su discurso ante la Asamblea General de la ONU este año, Šefik Džaferović, actual jefe de Estado de Bosnia y Herzegovina, dejó en claro que:
«Existe un consenso general en Bosnia y Herzegovina sobre el significado irreemplazable de la preservación de la paz y, por lo tanto, del acuerdo de paz en el cual se basa. Esto nos da esperanzas de que en el futuro la sociedad de Bosnia y Herzegovina se preocupará cada vez más por las cuestiones del desarrollo, a medida que ingrese en una nueva fase de su devenir histórico».
Junto con muchos otros, comparto esa esperanza. Podemos aprender muchas lecciones de la larga saga de Bosnia. Debemos continuar reflexionando sobre nuestra incapacidad para evitar la guerra, las divisiones transatlánticas que la prolongaron, la importancia de las instituciones inclusivas y la necesidad de contrarrestar la desintegración con integración.
Pero las lecciones más importantes son las siguientes: es mucho más fácil iniciar una guerra que detenerla y silenciar las armas no es más que el primer paso hacia una paz duradera.
Traducción al español por Ant-Translation
Carl Bildt, ex primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Suecia, fue enviado especial de la Unión Europea en la antigua Yugoslavia, copresidente de la Conferencia de Paz de Dayton, alto representante de Bosnia y Herzegovina (1995-97) y enviado especial de la ONU en los Balcanes (1999-2001).
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