En el primer artículo cité tres frases que solemos oír en conversaciones y que expresan el sentido común; se puede perfectamente multiplicar los ejemplos, pero conformémonos con estas. Decía que estas frases están de alguna manera sustentadas por la realidad misma. En efecto, ¿qué contiene nuestra experiencia? ¿Qué ha contenido la experiencia de todas las generaciones que nos han precedido? Pues la existencia repetida de pobres y de ricos, la soltura y autoridad con que los que nos dirigen se comportan y la capacidad intelectual que desarrollan algunos individuos en el ejercicio de sus funciones. Estos hombres parecen destinados para ejercer los puestos que ocupan. Pero al mismo tiempo vemos como la gente humilde es puesta aparte de los medios materiales y culturales para dominar su propio destino colectivo.
¿Quién en El Salvador ha tenido la experiencia de la igualdad de chances y oportunidades en el acceso al patrimonio cultural? ¿Acaso no son perceptibles las grandes diferencias entre escuelas y colegios? Es esta realidad que nos rodea, la que nos impone las falsas ideas sobre la realidad misma. Y paralelamente a esto señalemos el desconocimiento total de lo que produce y reproduce esta realidad. Nos referimos a los procesos históricos y sociales que producen la riqueza, la explotación, las desigualdades, las jerarquías, a todas las dominaciones ligadas al Estado, a las instituciones, a la propiedad privada de las empresas, los múltiples efectos de las leyes que rigen la ganancia capitalista y los modos de la formación de las capacidades individuales a través de la asimilación del patrimonio cultural.
Es necesario señalar también que estas ideas ilusorias se enraízan en las mentes de manera diferente según sea el medio social al que pertenecemos, al bagaje cultural que hemos adquirido, a nuestro mundo afectivo, etc. todo esto tiende o no, a imponernos esas ideas como más o menos evidentes. Es todo esto lo que puede también variablemente justificar el lugar que ocupamos en la estructura social existente.
Es la experiencia cotidiana de estas cosas y el flagrante desconocimiento de las leyes que producen y reproducen esta realidad, nuestra propia vida, la de cada uno de nosotros, todo esto constituye la realidad en la que las ideas se forman y se transforman. A la vez, estas ideas tienden a producir nuestras conductas, nuestros comportamientos. Si la riqueza, la situación social, las formas de poder, los mecanismos económicos, etc. se conciben como eternos y hasta universales, entonces vamos a buscar un lugar en el sistema existente, en vez de forjar un sistema en que las funciones sean distintas y los modos de acceso tengan que ser inventados.
Esto no es muy complicado, concierne apenas las ideas, las opiniones y conductas cotidianas, estamos afuera de las grandes ideologías y de los sistemas filosóficos constituidos. No obstante si paramos mientes todas estas opiniones y conductas tienen en común una idea filosófica importante: la riqueza, la estructura social, el poder, la propiedad, las capacidades individuales, etc. son consideradas como fenómenos naturales, que nada puede modificar profundamente.
Esto viene a significar que la realidad, en su aspecto esencial, es inmóvil, eterna, que se encuentra afuera del alcance del movimiento de las cosas, que los movimientos sociales e históricos afectan únicamente la superficie del desarrollo de las sociedades y sus relaciones. Esto significa también que bajo el torbellino perpetuo de los acontecimientos se mantiene una naturaleza humana incambiable. Se trata pues de un postulado de orden filosófico.
En estas frases en apariencia inofensivas, que pronunciamos sin mayor recapacitación y en nuestras conductas que les corresponden, podemos encontrar un verdadero andamiaje teórico, muy pocas veces sistematizado, que expresa una relación respecto a nuestras experiencias y tiende a imponernos ciertas tomas de posición, ciertas prácticas individuales y colectivas. Como vemos nadie se escapa de la filosofía.
Nos queda saber ahora si es cierto que las ideologías están muertas, como van repitiendo los que desean que la gente se mantenga en la ignorancia y que siga reproduciendo en la realidad, como en el pensamiento, un mundo que le conviene a las clases dirigentes.