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La espada de Damocles electorera

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EL ART. 86 DE LA CONSTITUCIÓN DE LA REPÚBLICA establece que el poder emana del pueblo. Por lo tanto, y en la mera teorí­a, se legisla con el consentimiento del mencionado pueblo. Este derecho y deber deviene fundamental a partir del Art. 72 y 73 de la parte dogmática de la norma en cuestión. Ahora bien, el pueblo es una abstracción, una masa deforme y fantasmagórica que resuena como un rumor entre los parlamentarios a la hora de promulgar una decisión. Aparentemente el pueblo quiere determinadas situaciones jurí­dico-polí­ticas en aras del bien común porque posee “iguales sentimientos”, y entonces los parlamentarios “”que provienen del mismo pueblo”” fácilmente “pueden comprender” estas cuestiones por “emanar” de la “voluntad popular” que derivó de la “voluntad general” que planteó Rousseau. Por favor, cambiemos la palabra pueblo, que aparece en nuestra Constitución de 1983 y acuñémosle un sentido humano al menos para fines ilustrativos: ciudadanos. Los ciudadanos tienen sentimientos e ideas contradictorias que serpentean entre las tesis y las antí­tesis para obtener un par de sí­ntesis.

El Art. 85 de la Constitución también proclama en el paí­s un gobierno republicano, representativo y democrático. Aunque debemos enfocarnos en el último concepto, porque acá está el meollo del asunto, pues dependerá de la forma en que entendamos la democracia el cómo concibamos las elecciones. Porque democracia no sólo implica el sufragio activo o pasivo “”por ahora querido lector no sigamos en la tipologí­a de sufragio universal, restringido, indirecto””, sino también la posibilidad de que un candidato “perdedor” o que “perdió” pueda participar con posterioridad en otra elección “”universalmente””, y probablemente ganar, verbigracia, AMLO en México con MORENA. Sin embargo, hay acciones que resultan detonantes automáticos en una supuesta democracia con un montón de banderitas rojas: Generalmente, nacionalizar empresas se considera antidemocrático porque el Estado quiere quitar de en medio al empresario “”del cual regularmente necesita”” para meter la mano directamente en la olla de oro; o sea, que ya no quiere pedirle favores al sector privado porque eventualmente tendrí­a que devolverlos con algún tipo de exención o privilegio fiscal. Lo anterior aniquila la mano “invisible” del mercado, y asfixia a los inversionistas “porque el consumidor tiene derecho a elegir la salsa con la que será comido” sin hablar acá de los desastres medioambientales que el mercado supuestamente ignora aduciendo demencia.

A veces resulta incompatible la existencia de más de un partido polí­tico por mandato constitucional como es el caso de Cuba, y entonces nos encontramos con un gobierno “tiránico y aterrador” especialmente cuando una emergente clase media asoma en la isla.

Entonces se nos olvida el referéndum, y cosas por el estilo.

La intención no es dar una definición popular como es sabido hasta en los niveles primarios de estudio ni caer en discusiones bizantinas sobre las capas sociales. Tampoco queremos ver como degeneran los ciclos iniciando por la timocracia, para pasar luego a la democracia, y tener lo que ahora brilla por todas partes como la oclocracia ya que no resulta novedoso. No obstante, observemos la democracia en el entendido de la realidad nacional: votos. Los ciudadanos que anteriormente se mencionaron sirven para votar a favor de un candidato preelegido internamente por los partidos polí­ticos que consagra la misma constitución… Caerí­amos en un terrible subterfugio si consideramos que por tener una variedad de vehí­culos polí­ticos tenernos más democracia.

Por una parte figura un proyecto histórico catatónicamente vivo al que le ha faltado un verdadero medio de difusión para transferir la labor realizada y rendir cuentas. Pero insisto, hubo cosas renovadoras. Infortunadamente, se plantea en un futuro mediato como una fuerza polí­tica desplazada mas no destruida. Sin embargo, la verdadera contienda se disputa entre dos bloques de derecha muy bien perfilados, el uno por ser una fracción también histórica desde su respectiva trinchera empresarial, y el otro tan resonante e inquisidor como la Orwelliana 1984 donde se ha entronado un Gran Hermano en los perfiles digitales de la gente. ¿Innovador? Por supuesto, quien diga lo contario es un miope observador de la realidad polí­tica. Tampoco serí­a delirante afirmar que las redes sociales hacen tambalear a esta frágil democracia representativa””que a mí­ nunca me ha gustado”” y que por tanto los ciudadanos con sentimientos y contradicciones se encuentran en un laberinto de espejos y voces centelleando en la nebulosa presidencial de las sí­ntesis. Hoy no quisiera acordarme de Neruda, pero es tan corto el amor y tan largo el olvido”¦ Especialmente con la Sala de lo Constitucional.

Y a pesar que la historia no crea leyes; ergo, se repite.

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Mark Bonnet
Mark Bonnet
Poeta y estudiante de la Universidad de El Salvador

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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