LAGUNA BEACH ““ Los mercados financieros parecen estar convencidos de que el reciente aumento de confianza de las empresas y los consumidores en la economía estadounidense pronto se reflejará en la forma de datos “duros”; por ejemplo, en cifras que muestren crecimiento del PIB, de la inversión empresarial, el consumo y los salarios. Sin embargo, los economistas y los responsables de formular políticas no tienen tanta seguridad al respecto. Si dichas dudas se llegan o no a comprobar como ciertas será de importancia para la economía estadounidense y la economía mundial.
La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha desatado un aumento en el sentimiento económico positivo, debido a que prometió que su administración perseguiría agresivamente la trifecta de medidas de política de desregulación, reforma y reducción de impuestos, y construcción de infraestructura. Las mayorías republicanas en ambas cámaras del Congreso refuerzan el sentimiento positivo, a medida que envían señales sobre que Trump no tendría que enfrentar el tipo de bloqueo paralizante que Barack Obama enfrentó durante la mayor parte de su presidencia.
El aumento de la confianza de las empresas y los consumidores refleja un supuesto que está profundamente arraigado en la psique estadounidense: que la desregulación y los recortes de impuestos siempre desencadenan una ola de emprendedurismo transformador que favorece el crecimiento. (Para algunos fuera de los EE.UU., esta es una suposición que a veces se parece mucho a la fe ciega).
Por supuesto, el sentimiento puede ir en ambas direcciones. Así como una postura “pro-empresarial” como la de Trump puede aumentar la confianza, tal vez incluso excesivamente, la percepción de que un líder es “anti-empresarial” puede hacer que la confianza caiga. Debido a que el sentimiento puede influir en el comportamiento real, estos cambios pueden tener impactos de largo alcance.
En su revolucionaria obra Teoría general del empleo, el interés y el dinero, John Maynard Keynes se refirió a los “espíritus animales” como “la característica de la naturaleza humana por la cual una gran parte de nuestras actividades positivas dependen del optimismo espontáneo, ya sea en el ámbito moral o hedonista o económico, en lugar de depender de las expectativas matemáticas”. Jack Welch, quien dirigió General Electric durante 20 años, es un caso concreto que sirve de ejemplo: él dijo una vez que muchas de sus propias e importantes decisiones de negocios habían surgido “directamente de sus corazonadas”, en lugar de emerger de modelos analíticos o pronósticos empresariales detallados.
Sin embargo, el sentimiento no siempre es un indicador preciso de la evolución económica real y sus perspectivas. Como ha demostrado el Premio Nobel Robert J. Shiller, el optimismo puede evolucionar hasta convertirse en “exuberancia irracional”, por medio de la cual los inversionistas llevan las valoraciones de activos a niveles que están divorciados de los fundamentales económicos. Dichos inversionistas pueden tener la capacidad de mantener esas valoraciones infladas durante bastante tiempo, pero hay un límite hasta donde puede conducir dicho sentimiento a las empresas y a las economías.
Hasta el momento, la exuberante reacción de los mercados ante la victoria de Trump ““ todos los índices bursátiles de Estados Unidos ha alcanzado múltiples máximos históricos ““ no se ha reflejado en “datos duros”. Es más, los analistas que formulan pronósticos económicos después de revisar sus proyecciones de crecimiento sólo realizaron cambios modestos al alza en los mismos.
No es sorprendente que los inversores de capital respondieran al aumento repentino en espíritus animales intentando adelantarse a un posible aumento en el desempeño económico. Al fin y al cabo, estos inversores están en el negocio de anticipar los avances reales en la economía y el sector corporativo. En cualquier caso, estos inversores creen que pueden revertir rápidamente sus posiciones de cartera en caso de que sus expectativas cambien.
Ese no es el caso de las empresas que invierten en nuevas plantas y equipos, mismas que tienen menos probabilidades de cambiar su comportamiento hasta que los anuncios comiencen a traducirse en medidas reales. Pero, cuanto más esperan, más débil es el estímulo a la actividad económica y los ingresos, y una mayor cantidad de consumidores deben confiar en deshacerse de sus ahorros para traducir su sentimiento positivo en compras reales de bienes y servicios.