Por Mark Leonard
MÚNICH – ¿Es aún posible lograr una política exterior sólida y orientada al futuro? Durante mis conversaciones con los estadistas, diplomáticos, agentes de inteligencia y académicos reunidos en la conferencia de seguridad de Múnich la semana pasaba, dudé de ello.
Pensemos en la relación entre EE. UU. y China. Hace apenas un mes el vice primer ministro chino Liu He ofreció un discurso conciliador que para algunos observadores es parte de una ofensiva de fascinación contra Occidente. Después de eso, muchos esperaban que el viaje programado a China del secretario de Estado de EE. UU. Antony Blinken reduciría aún más las tensiones, aprovechando la reciente reunión de Liu con la secretaria del tesoro Janet Yellen, así como el encuentro en persona de los presidentes chino, Xi Jinping, y estadounidense, Joe Biden en Bali en noviembre.
Precisamente porque se inclinan hacia una competencia más potente es que ambos bandos parecen ansiosos por limitar su rivalidad, ya que reconocen que es necesario un contacto más frecuente para evitar malentendidos o escaladas accidentales. Pero luego vino la gran persecución del globo chino, que puso fin a toda noción de distensión. Mientras el gran dirigible iba a la deriva por Estados Unidos, el gobierno de Biden trató de limitar el nerviosismo, pero la opinión pública pronto presionó por una medida de seguridad nacional.
En televisión, Twitter y otros medios de difusión, los críticos de Biden interpretaron su circunspección como debilidad. Muy pronto se pospuso el viaje de Blinken a Pekín. El ejército estadounidense derribó el globo una semana después de su aparición y luego continuó con la destrucción de otros tres objetos no identificados en el espacio aéreo estadounidense, que más tarde fueron considerados como muy probablemente «benignos». La supuesta respuesta de los funcionarios de defensa chinos fue negarse a recibir los llamados de sus contrapartes estadounidenses.
EE. UU. no actuó con información de inteligencia que indicara una amenaza inminente. Hay miles de globos en el aire cada día y la comunidad de inteligencia estadounidense coincidió en que el objeto infractor no planteaba amenazas físicas, pero el gobierno de Biden sintió la necesidad de mostrarse fuerte ante el público estadounidense y ahora la relación entre su país y China es más escabrosa que antes.
La destrucción del globo evoca la conmovedora descripción de George Orwell sobre la caza de un elefante en Birmania en la década de 1920. Al joven Orwell le entregaron un rifle y le dijeron que cazara a un elefante salvaje. Luego descubrió que el animal era en realidad completamente inofensivo. Sin embargo, se sintió obligado a dispararle para mostrarse resuelto ante los locales. «Mi vida entera, la vida de cada hombre blanco en Oriente», reflexionó luego, «fue una larga lucha para evitar la burla».
El diálogo abierto y honesto entre las dos superpotencias del mundo nunca fue más necesario que ahora, pero la continua necesidad de mostrar fortaleza lleva a que la diplomacia resulte extremadamente difícil. Esto es decididamente cierto en un entorno mediático impulsado por Twitter y las noticias inmediatas, que no hacen más que alentar la escalada. Y aunque Xi pueda estar protegido de los medios de difusión críticos y la oposición local, también enfrenta una presión cada vez mayor para no ceder un ápice.
Los académicos chinos de alto perfil, como Jin Canrong, tienen un discurso cada vez más nacionalista: exigen, por ejemplo que se obligue a aterrizar al avión del presidente de la Cámara de Representantes de EE. UU., Kevin McCarthy, si persiste en su intención de visitar Taiwán.
Cuando Wang Yi se dirigió a los grandes de la política exterior reunidos en Múnich no midió sus palabras. La respuesta estadounidense al globo fue «increíble y casi histérica», constituyó «un uso excesivo de la fuerza, que claramente [violó …] el derecho internacional». Un encuentro organizado a las apuradas entre Blinken y Wang al margen de la conferencia solo generó más recriminaciones mutuas.
Para entender el jaleo geopolítico actual hay que mirar más allá de las grandes potencias y los principales estrategas. Parece que ahora la que manda es la opinión pública… y el fenómeno es mundial. A medida que la gente del sur de Asia, el Sudeste Asiático, y el África Subsahariana se incorporan a Internet, alzan sus voces y obligan a los gobiernos a incorporar sus ideas en las decisiones de política exterior.
Es fundamental que la mayoría de la gente en el Sur Global entiende al mundo de forma muy distinta de quienes están en Occidente. Nuevas encuestas del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores encontraron que mientras los europeos y estadounidenses convergen hacia un enfoque más duro frente a Rusia y desean que Ucrania recupere todo su territorio, la gente de China, India, Turquía y (por supuesto) Rusia, quiere que la guerra termine lo antes posible, incluso si implica la derrota de Ucrania.
Está surgiendo una brecha aún mayor sobre la forma del orden global. Los europeos y estadounidenses anticipan la aparición de un mundo bipolar dividido entre China y Occidente, donde muchos otros países funcionarán como «estados clave», como ocurrió durante la Guerra Fría. Pero otros —entre ellos, muchos en China— entienden que el mundo se dirige hacia la fragmentación y que muchas potencias competirán por la influencia. La pregunta entonces no es a cuál de los bloques rivales elegir, sino cómo trabajar de manera pragmática con todos para proteger los intereses propios. En vez de bailar al son de la música de otros, la mayoría de los países desean cantar sus propias canciones.
Pareció que Wang lo entiende, de acuerdo con su discurso en Múnich… más que la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris. Tanto ella como otros oradores estadounidenses intentaron unir al resto del mundo tras la idea de la democracia, solicitando además que los tribunales enjuicien a Rusia por sus crímenes de guerra. Pero más allá de lo bienvenida que sea esta retórica en Europa Oriental, el riesgo es alienar a muchos otros en el mundo. No solo esos países ven que existe un doble estándar, les molesta además la idea de verse obligados a elegir un bando en un conflicto que no causaron.
Por el contrario, Wang sostuvo que todos los países deben poder elegir su propio camino, e incluso expresó astutamente su apoyo a la «autonomía estratégica europea». Y aunque pidió un plan de paz para Ucrania, no se dirigía tanto a los líderes nacionales y diplomáticos que estaban en el salón de conferencias Bayerischer Hof como al resto del mundo. Seguramente sabe que un alto el fuego que afiance el dominio ruso de los territorios anexados sería impensable para Kiev y por lo tanto no es una propuesta seria, pero su meta es mostrarse razonable y acusar a Ucrania y a quienes la respaldan en Occidente de escalar el conflicto. Actualmente, todos los países —incluso las dictaduras— actúan para la multitud, y la diplomacia verdadera quedó relegada a los márgenes.
Traducción al español por Ant-Translation
Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict [La era sin paz: los conflictos de la conectividad] (Bantam Press, 2021).
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