lunes, 15 abril 2024

La Ballena Azul

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El problema real no es que exista un juego llamado "ballena azul" que incite al suicidio; el problema real es que cada año millones de adolescentes se plantean seriamente el suicidio

Supongo que a estas alturas la mayorí­a de los lectores ya ha oí­do o leí­do sobre el juego de la ballena azul, porque en las últimas semanas casi todos los medios de comunicación a nivel mundial han dedicado bastantes espacios al mismo. Para los no familiarizados, se trata de un juego promovido a través de internet que pretende captar la atención de los adolescentes planteándoles cincuenta retos a lo largo de cincuenta dí­as, uno por dí­a, que deben cumplir y mostrar prueba de ello. Algunos de los retos son simples e intrascendentes; otros son dañinos, incluso espeluznantes; el último de ellos consiste simplemente en quitarse la vida arrojándose al vací­o desde un piso alto o un precipicio.

A mí­ siempre me ha gustado salirme un poquito de convencionalismos, y buscar otros enfoques sobre los problemas que asaltan al ser humano. Y este caso no va a ser diferente, porque la mayorí­a de lo que se ha dicho o escrito sobre este tema va encaminado a alertar sobre la existencia de dicho juego, y a prevenir que nuestros adolescentes caigan en él, lo cual está muy bien, por supuesto, pero me parece un enfoque bastante limitado de la problemática.

En efecto, porque el problema real no es que exista un juego llamado “ballena azul” que incite a los adolescentes al suicidio; el problema real es que cada año millones de adolescentes en el mundo se plantean seriamente el suicidio como una solución a su vida. Por supuesto, la gran mayorí­a no llega a intentarlo, y de los que lo intentan, la gran mayorí­a no llega a conseguirlo. Pero el simple hecho de planteárselo seriamente indica que el riesgo existe.

Ciertamente la adolescencia es una etapa de retos, pero al mismo tiempo es una etapa de ausencia de criterios, por lo que los retos frecuentemente siguen criterios irracionales y absurdos, a veces ni siquiera siguen criterio alguno; simplemente impulsos, poniendo incluso en riesgo la propia vida, aun cuando no sea eso lo que se busque. Es también una etapa de tendencia a la desconexión de los padres, y de búsqueda de nuevos guí­as, nuevos lí­deres. E igualmente, la búsqueda de los mismos se hace sin criterios, porque no se tienen. Es también una etapa de necesidad de pertenencia al grupo, por lo que el temor a sentirse excluido es enorme.

Todo ello hace que frecuentemente la relación del adolescente con su familia sea complicada y tienda a resquebrajarse. Si ya previamente la comunicación entre padres e hijos no habí­a sido la adecuada, o, como frecuentemente sucede, ni si quiera apenas habí­a existido, el riesgo de desconexión con los padres es altí­simo, con lo que los adolescentes quedan a la deriva en un mar lleno de peligros.

Todo ello lo saben muy bien los creadores del juego de la ballena azul, así­ como los lí­deres juveniles en general que tienden a arrastrar a los adolescentes a conductas negativas, antisociales y peligrosas; a veces por satisfacer el propio instinto antisocial del lí­der; a veces por beneficio económico, como en el caso de inducción a las drogas. El riesgo de suicidio de millones de adolescentes es anterior a la ballena azul, y ha ido en aumento año tras año. Ahora, el juego de la ballena azul está de actualidad, pero no hay ni más ni menos suicidios por ello; la ballena azul es simplemente un medio de moda para intentarlo. Dentro de poco tiempo la ballena azul habrá desaparecido, y los adolescentes en riesgo seguirán siendo los mismos, o incluso más si no ponemos atención adecuada a las verdaderas causas.

Tratan ahora de implementar un juego llamado “ballena rosa” proponiendo acciones positivas y tratando de contrarrestar a la ballena azul. No puede ser criticable una iniciativa que proponga valores positivos; sin embargo, como forma de acabar con la ballena azul no tiene mucho sentido. Quien se siente atraí­do por la ballena azul no va a sentirse atraí­do de repente por la ballena rosa, porque no son las propuestas de una u otra ballena las que ponen al adolescente ante el dilema, sino las complicadas circunstancias de los adolescentes en situación de riesgo. Y porque la ballena rosa no se identifica con dichas circunstancias. La ballena rosa deberí­a ser la propia guí­a de los padres, y deberí­a hacer sus propuestas dí­a a dí­a desde que el hijo es pequeño, de modo que cuando llegue a adolescente, las ballenas azules simplemente no existan.

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Margarita Mendoza Burgos
Margarita Mendoza Burgos
Titulaciones en Psiquiatría General y Psicólogía Médica, Psiquiatrí­a infantojuvenil, y Terapia de familia, obtenidas en la Universidad Complutense de Madrid, España; colaboradora de ContraPunto
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