El presidente Obama, tras ocho años en el cargo, se ha vuelto experto en utilizar la política exterior para propósitos de política interna. En las últimas semanas de su doble mandato está demostrando saber cómo crearle dificultades al siguiente inquilino de la Casa Blanca. Él ganó por el apoyo de los electores, pero para gobernar necesitará la maquinaria del partido. Las contradicciones entre el nuevo presidente y la cúpula del partido que lo llevó al poder serán clave para generar su debilidad. Ampliar la brecha entre Donald Trump y el Partido Republicano parece ser el objetivo que se ha trazado Barack Obama con sus últimas iniciativas de política internacional.
En primer lugar, la expulsión de 35 funcionarios rusos con estatus diplomático en Estados Unidos, por actividades de espionaje. Se agregan las acusaciones a Rusia de haber influido en el resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas, al dañar la campaña del Partido Demócrata mediante acciones de “hackeo” o piratería informática de miles de correos electrónicos, que al difundirse pusieron en aprietos a Hillary Clinton.
Vladimir Putin, quien no se queda atrás en astucia política, decidió – sorprendentemente– no ofrecer la habitual respuesta de expulsar en correspondencia una cifra igual de diplomáticos estadounidenses en territorio ruso, sino que anunció con cautela que esperaría a que asuma el presidente electo para tomar una decisión. A la vista de la anunciada política de Donald Trump de “mejorar la relación con la potencia rusa” y a la luz de su proclamada admiración por el líder de la era post-soviética, la postura de Putin puede calificarse como moderación inteligente.
Pero Obama añade una segunda medida, que vuelve más difícil revertir la anterior: la sorpresiva abstención de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU – sin hacer uso del habitual veto estadounidense– que ha significado, por primera vez, la condena del máximo organismo internacional a Israel, por su política de asentamientos en los territorios ocupados en 1967, que pertenecen al pueblo palestino.
Benjamin Netanyahu, el derechista líder israelí, ha reaccionado enfurecido. Ve fortalecerse en la vecina Siria el papel de Rusia, de Irán y del chiíta partido Hezbollá. Mientras, Estados Unidos no puede impedir acuerdos entre Turquía y Rusia para una pacificación que no hará sino fortalecer al presidente sirio Bashar al Asad. Netanyahu está alarmado. No cejará en boicotear el presunto acercamiento que se perfila entre Trump y Putin. La vieja guardia del Partido Republicano deberá reaccionar ante dicho dilema.
La guinda al pastel la constituyen los gestos con Japón. Obama visitó Hiroshima y después es el líder japonés quien respondió con otro gesto inédito, la visita a Pearl Harbor. El mensaje es sutil: la manera de enfrentar a China no ha de ser frontal, sino oblicua. Consiste en fortalecer los lazos con su rival natural, Japón. O sea, frenar a China sin hacer colapsar la economía global. ¿Lo entenderá Trump? ¿Lo compartirán los veteranos líderes republicanos? Obama propicia su desencuentro.