Una moral para todos los tiempos
En el Bhagavad-Gita, Krishna (el Bienaventurado Señor) le dice al atribulado Arjuna: “Si tu inteligencia vence el error, te serán indiferentes las escrituras sagradas que conoces y las que ignoras”.
El error brota de la identificación de nuestra mente con el fruto material e inmediato de nuestras obras, y toma el lugar de la observación consciente de la grandeza del universo y de la pequeñez de nuestros afanes, así como de la armónica conexión entre ambas. La inteligencia que vence el error es la que saca a la mente de sus obsesiones mezquinas y la coloca en el plano de la conciencia de sí; es decir, de la luz que ilumina el sentido que tienen nuestras tinieblas y nuestra luz, nuestras obras positivas y negativas, las cuales también tienen derecho de existir y de realizarse, como nuestro lado luminoso.
El bien y el mal, entonces, son circunstanciales si son plenamente conscientes al ser ejercidos. Por eso Krishna le dice a Arjuna que, si su inteligencia vence el error, le serán indiferentes las sagradas escrituras de cualquier índole. Es decir, los mandatos religiosos para personas que no son capaces de vivir en plena conciencia de sí y, por el contrario, necesitan de normativas externas para guiar su conducta y su mente, incapaces de ejercer la libertad y la creatividad humanas. También necesitan de rituales incomprensibles para religarse (religión) con la divinidad. En esto, Krishna coincide con nuestro Maximón, quien igualmente hace milagros buenos y malos, siempre y cuando la petición de estos últimos sea justa. Es decir que, siguiendo la tradición precolombina, la moral maximónica no está regida por la religión, sino por la ley.
Pero, volviendo a Krishna, éste le sigue diciendo a Arjuna que “Quien ha logrado unir su razón y su voluntad con lo divino consigue, incluso en este mundo de dualidades, hacer indiferentes para él tanto la buena como la mala acción”. Es decir que quien, superando el error, ha logrado sintonizar su inteligencia y su voluntad con la inteligencia y la voluntad divinas por medio de la plena conciencia crítica de sí, se sitúa, como diría Nietzsche, más allá del bien y del mal, o por encima de las bipolaridades que sólo les son necesarias a quienes carecen de la capacidad de observación consciente de la grandeza del universo y de la pequeñez de nuestros afanes, así como de la armónica conexión entre ambas.
Maximón y Krishna coinciden en que la conciencia crítica rige la moral y en que ésta es circunstancial para la persona que ejerce la inteligencia por encima de la creencia. Una persona así no es manipulable porque actúa con conocimiento de causa. Y por eso mismo se responsabiliza de sus actos sin echarle la culpa de sus consecuencias a ningún dios, jefe o falso profeta. Necesitamos muchas personas así.