Conocí a Karla en la Universidad, nuestra relación fue breve, como muchas de las que se construyen en la etapa universitaria. Compartimos cátedras, trabajos grupales y amistad. Recuerdo a Karla como una persona tranquila, llena de energía, positivismo, con una sonrisa contagiosa y sus característicos ojos rasgados, por los cuales la molestaban juguetonamente de vez en cuando.
Con los años una se va separando y construyendo su propio camino. Pero nunca te dejé de ver querida Karla, a pesar de que no nos reuníamos físicamente, una red social nos mantenía de una u otra forma conectadas, y así fui testiga muda de tu vida.
Recuerdo cuando mencionaste que estabas embarazada, la primera navidad de tu hijo, su primer día de escuela. Las fotografías mostraban una Karla feliz, realizada, en constante crecimiento.
Pero un día como cualquiera, un mensaje irrumpió: tu desaparición. Muchos de nuestros amigos abogaban por tu regreso. Las horas pasaban y no habían pistas de ti.
Hasta que otro mensaje apareció, un mensaje horrible que te relacionaba con un cadáver encontrado estrangulado y abandonado en la carretera entre Santa Rosa Guachipilin, Santa Ana, y la nueva carretera a Chalatenango, y efectivamente, era tú.
Yo no podía creerlo, leía y leía el mensaje sin comprender cómo había pasado esto, a pesar de vivir en un país con muchas muertes femeninas, ya que, según datos de la Policía Nacional Civil, recogidos por las Naciones Unidas, la tasa de muertes violentas de mujeres en 2017 fue de 13.49 por cada 100,000 féminas, una de las más altas del mundo, las cuales pasan desapercibida en la vorágine de muertes masculina. https://reliefweb.int/report/el-salvador/el-salvador-naciones-unidas-reitera-llamado-erradicar-el-feminicidio-y-investigar
Pero hoy, las muertes tienen rostro y para mi desgracia eras tú. Te miraba en las fotografías feliz abrazando a tu hijo, con una hermosa camiseta anaranja, y seguía sin comprender lo que estaba pasando: la violencia nos había tocado.
Muchas especulaciones comenzaron a resurgir, y nuestros amigos, tus amigos, exigían respeto. Otros en cambio comenzaron a pedir por tu justicia, para que tu horrendo crimen no quede en la sombra, como un número más.
Hoy, al ver cómo tu ataúd adornado con hermosas flores era transportado hacia la última morada, te confieso, no fui capaz de acompañarte hasta allá. Pero te vi partir.
En aquella carroza fúnebre, te vi: vi tu sonrisa, vi tus miedos, vi tus sueños, vi tu hijo. Te deseé un buen viaje, te agradecí por los momentos vividos, y te dije un hasta pronto.
En un país donde 67 de cada 100 salvadoreñas mayores de 15 años han sufrido algún tipo de violencia a lo largo de su vida, y que solo seis mujeres de cada 100 han denunciado una agresión o buscó apoyo por temor, pena o falta de accesibilidad según datos de la Encuesta Nacional contra la Mujer 2017, de la DIGESTYC, la siguiente puede ser cualquiera de nosotras.
Sin duda, el mensaje de las Naciones Unidas, así como el de cientos de salvadoreñas y salvadoreños no debe caer en saco roto: un llamado exhaustivo a erradicar el feminicidio y a investigar los hechos de violencia contra las niñas, las mujeres y las adolescentes para que no queden en la impunidad, para no volverle a decir a una amiga: hasta pronto.