Los niños y niñas, así como la juventud en general, están expuestos hoy en día, a innumerables peligros. Ya nada es como antes.
Cuando nosotros fuimos niños todo era más simple. Nosotros no tuvimos juegos electrónicos, ni internet, ni siquiera televisión por cable. De hecho, la televisión era en blanco y negro y los canales no pasaban de ser unos cuantos. Casi no hablábamos por teléfono y aunque ustedes no lo crean, no todas las casas tenían teléfono, para conseguir una línea podían pasar años, a menos que tuvieras conectes en el gobierno o fueras chero de algún militar.
Los teléfonos, por cierto, eran unos aparatos enormes con los que solamente podías hablar y escuchar, no es broma, no tomaban fotos, no grababan audio ni videos y mucho menos se conectaban al ciber espacio, ni se podía chatear.
Los nuestros eran puros juegos inocentes. Nada de cosas virtuales como guerras intergalácticas o asesinatos en masa. Nada de conectarnos con alguien en Moscú o en Australia, para que te pida fotos por el chat sin saber con qué propósito. Éramos sanos, nada de quedarnos todo el fin de semana sin dormir, para pasar al nivel 5783 de un juego virtual. Pura inocencia y sanidad, divertimento infantil que nunca volverá.
Las colonias no tenían portones ni muros y los parques públicos eran”¦ públicos. Nuestros vecinos eran los Reyes, los Ábrego y los Salazar. Finalizaban los años 60 y no existía la colonia Santa Fe y la Universitaria era la Finca San Luis. El cine Vieytes estaba en construcción y el edificio del IVU apenas se había estrenado.
Nosotros jugábamos en la calle hasta altas horas de la noche. Cuando llegaban visitantes a las casas vecinas gustábamos de quitar los tapones de las llantas de los carros y sacarles el aire. Si llegábamos hasta tarde en la calle, antes de regresar a nuestras casas, pasábamos tocándoles el timbre de los viejitos que vivían solos, cuando veíamos que encendían la luz, salíamos corriendo.
Uno de los juegos más creativos era capturar zompopos de mayo y rociarles gasolina con un gotero. El truco era soltarlos para que reinaran el vuelo, pero antes prenderles fuego con un encendedor. De noche esto era todo un espectáculo.
Cuando construyeron la Santa Fe y taracearon el terreno, hicieron una tubería que tenía un empalme a unos doscientos metros al sur del parque El Roble y que terminaba casi llegando al IVU (hoy ANDA). Allí pasamos nuestros mejores momentos, explorando la tubería de un lado a otro. No quiero pensar que hubiera ocurrido si el terremoto del 3 de mayo nos hubiera agarrado varios metros bajo tierra. Después fuimos creciendo y me dio por aprender a hacer nudos. Mi nudo favorito era el del ahorcado, menos mal que el techo nunca se rompió.
Vino la guerra con Honduras, las huelgas de ACERO S. A., de Andes 21 de junio y la represión. Un día llegó Duarte a la colonia y en el parque de El Roble nos concentramos para escuchar su discurso. “Con Duarte aunque no me harte”, gritaba la gente. Después de los discursos dieron la palabra a la gente para que le hiciera preguntas al candidato. Mi hermano Andrés, que debe haber tenido menos de 10 años, tomó el micrófono y le dijo: “¿Señor Duarte, si usted llega a ser presidente va a mandar a golpear a los maestros como los golpearon en el Palacio Nacional?”. Duarte no supo qué decir.