Dedicado a la clase trabajadora mundial en su día
La cosa filosófica que ha sido el centro de la atención y preocupación de muchos pensadores en la historia de la humanidad, desde hace muchos siglos, está íntimamente vinculada al tema de la repartición desigual de la riqueza existente o por existir, o dicho en la terminología político-económica, en la acumulación y propiedad privada de capital. Destaco aquí de manera arbitraria solamente a un par de personalidades, porque son muchos los que deberían estar en la lista: Adam Smith, David Ricardo, Carlos Marx, Roberto Malthus, Juan Jacobo Rousseau y a Víctor Hugo, el autor de Los Miserables.
Empero fue Carlos Marx el primer libre pensador en la historia que demostró científicamente que el principio de la acumulación ilimitada de capital y riqueza es la matriz del desarrollo desigual, injusto, y, en esencia, inhumano en el mundo. La supra explotación del hombre por el hombre ha sido el origen de todos los conflictos sociales y todas las guerras a lo largo de la historia y no al revés como se nos quiso hacer creer en El Salvador en la década de los ochenta del siglo pasado.
No obstante, en la teoría político-económica de Carlos Marx se anidó un pensamiento determinista. Marx asumió como verdad absoluta que la contradicción antagónica Capital-Trabajo desembocaría irremediablemente en el fin de la historia del capitalismo. Probablemente Marx, influenciado por la Comuna de Paris (movimiento insurreccional en 1871) pensó que en la medida en que la acumulación de riqueza de la clase dominante aumentaba, en esa misma medida, la lucha de clases se intensificaría y los levantamientos populares violentos conducidos por el proletariado aumentarían hasta alcanzar la toma del poder político-militar y económico del estado burgués. Incluso predijo que sería en Inglaterra, en Alemania e incluso en los Estados Unidos, así, en ese orden, donde se rompería la cadena del capitalismo. Precisamente en los países de mayor desarrollo industrial y, por lo tanto, de mayor explotación obrera. Pensó que, una vez logrado el poder, se impondría la dictadura de las masas populares, período histórico en el cual se desarrollarían las condiciones materiales y subjetivas necesarias para lograr la transición del capitalismo al comunismo científico. Independientemente de lo erróneo de su predicción, Carlos Marx, acuñó en el siglo XIX los tres grandes paradigmas del marxismo revolucionario internacional: La dictadura del proletariado, la lucha armada como única vía para la toma del poder y la transición violenta del capitalismo al comunismo.
Ahora bien, más allá de las fallas e imprecisiones contenidas en la teoría político-económica de Carlos Marx elaborada en el siglo XIX, considero importante señalar aquí tres premisas del pensamiento de Carlos Marx que, a mi parecer, todavía siguen teniendo vigencia en el siglo XXI y que deberían de servir como la rosa roja de los vientos para las izquierdas en el mundo: 1) La contradicción antagónica Capital-Trabajo, 2) El principio de acumulación ilimitada del capital 3) La importancia del factor subjetivo en la lucha de clases, es decir, la toma de conciencia de clase para sí.
Planteadas así las cosas y tomando en cuenta que los paradigmas revolucionarios arriba mencionados finiquitaron según mi opinión, en la década de los setenta del siglo pasado y con el agravante actual que el capitalismo se está tragando el planeta, queda claro, al menos para mí, que la quinta esencia de cualquier debate sea éste político, académico o filosófico, no es la pregunta ¿Cuál es el futuro?, de este u otro partido político de izquierdas en El Salvador o en el resto del mundo, sino más bien, ¿cuál es el presente de Juan Pueblo?, es decir, ¿cuáles son las condiciones de vida de la gran masa anónima actual?
Esta pregunta ya la hizo Rosa Luxemburgo en su momento: ¿Barbarie o Socialismo? Y, ojo, cuando Rosa se planteó esta pregunta no estaba pensando en la revolución rusa.
Dado que la toma de conciencia de clase en sí no es un proceso espontáneo ni automático en la clase social trabajadora, tanto en la que tiene trabajo como en la que está en el paro, sino que, por el contrario, es un desarrollo político arduo y lento que ella misma tiene que hacer. En primer lugar, hay que tener presente, que “cuando se trata de sobrevivir lo primero es llenar la barriga”, parafraseando a Bertolt Brecht, y luego se puede hablar de filosofía política. Aunque la experiencia diaria de ganarse la vida es el mejor inculcador de la conciencia de clase para sí, esto no significa en absoluto que la lucha por sobrevivir desemboque de manera inevitable en la lucha de clases desde la perspectiva marxista revolucionaria. En segundo lugar, hay que tomar en cuenta que la economía de mercado, independientemente de sus crisis cíclicas, ha demostrado tener infinidad de recursos para mantener enajenada a las grandes masas populares. Ya sea esclavizándonos sutilmente con el látigo del consumo irracional de bienes materiales innecesarios para vivir y obnubilando nuestras mentes con técnicas mercantiles que inducen a comprar mercancías a destajo.
Es decir, que el quehacer de cualquiera de las fuerzas políticas anti sistémicas o revolucionarias existentes o por surgir, debe estar dirigido a contribuir al desarrollo de la conciencia de clase en sí, en teoría y en la práctica, en acompañar a la clase trabajadora en la lucha diaria, no como guías o conductores, sino como parte integral de la lucha de clases. Sin olvidar que: “es el modo de producción de la vida material la que condiciona el proceso de la vida social, política e intelectual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su conciencia”. Carlos Marx murió convencido que el pueblo trabajador es el sujeto de la historia. Esto quiere decir, que el papel principal de los pueblos debería de ser el de determinar el rumbo de su historia.
Ahora bien, dado que el desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas en un mundo globalizado no es igual en todas partes, es evidente que existe una diferencia abismal entre las condiciones de vida de Juan Pupusa y Jean Baguette o Johannes Wurst o Joe Bubble Gum, sin embargo, la problemática en resumidas cuentas es la misma en todos los continentes. Esto significa que la gran masa anónima, tanto la que vive en los centros neurálgicos del capitalismo mundial como la que vive en su periferia siempre es explotada de una u otra forma; tenga ésta conciencia de ello o no.
Entonces de lo que se trata pues, desde una perspectiva marxista, en las condiciones actuales de repliegue y acomodamiento estratégico de las “izquierdas”( hay varias interpretaciones del marxismo, pero todos están en crisis) , tanto en El Salvador como en cualquier parte del mundo capitalista no se trata de reinventar la rueda que mueva a los pueblos ni descubrir nuevas formas de lucha ni elucubrar ideas nuevas, puesto que no hay nada nuevo por descubrir en la lucha política, sino de avanzar de lo simple a lo complejo dialécticamente. Se trata de aprender de los errores históricos y de aplicar la teoría revolucionaria de manera dinámica y no dogmática y, ante todo, estar consciente de que el capitalismo no es un enfermo balbuceante que se encuentra en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) ni tampoco es un sujeto al que se le puede aniquilar con una metralleta UZI.
Se trata de entender que la concepción materialista histórica del desarrollo político-económico de las sociedades concebida por Carlos Marx y Federico Engels no es un manual ni un catecismo político, sino simplemente una guía teórica que debe ser contrastada con la realidad y adaptada a las condiciones concretas y específicas de cada sociedad. Por lo tanto, bien se puede afirmar que Carlos Marx y Federico Engels desarrollaron una teoría general del desarrollo histórico materialista de las sociedades humanas, partiendo de la base de datos que tenían en esa época y de la realidad concreta que ellos vivieron. Las relaciones de producción capitalista moderno y las fuerzas productivas, se diferencian cuantitativa y cualitativamente de las del siglo XIX y por las formas de explotación y por la estratificación social. Por lo tanto, el análisis político-económico, social y militar debe de ser visto y analizado con ojos del siglo XXI y no a través del cristal empañado por las oscuras nubes de la máquina de vapor de fines del siglo XVIII.
El Salvador se encuentra actualmente en una crisis “político-partidaria”, hundido, además, en el mar de penurias económicas endémicas ya conocidas. Esto significa que las fuerzas políticas, que durante casi tres décadas administraron el estado oligárquico-capitalista dejaron a Juan Pueblo más flaco y desvalido que lombriz de momia. No es extraño entonces, que Juan Pueblo se haya hartado de las promesas no cumplidas. Entre el “populismo caduco”, es decir, el histérico de ARENA, el histórico del FMLN-Partido y el “populismo millennials”, de Nayib Bukele, Juan Pueblo eligió el tercero.
La diferencia entre los diferentes populismos y la política-económica basada en la concepción materialista de la historia, también conocida como materialismo histórico, radica en el papel que desempeña la gran masa anónima social. Para el populismo, “Juan Pueblo” es simplemente un instrumento o un medio para conseguir el “poder político”, mientras que en la concepción política marxista revolucionaria la lucha por el poder tendría que conducirla el pueblo mismo a través de diferentes organizaciones político-sociales y laborales.
En nuestro país, como en otras partes del planeta, tanto los populistas histéricos como los caciques históricos, se han atribuido el “derecho natural” de hablar y actuar en función de los intereses populares. Mientras tanto, la gran masa anónima se ha estirado y se ha escogido como una gigantesca goma de mascar, demostrando así, niveles casi inhumanos de resiliencia político-social y psíquico-emocional.
Ahora, bien la pregunta que tarde o temprano Juan Pueblo deberá responderse es si quiere seguir siendo el objeto de los politicastros o bien, el sujeto principal de la historia salvadoreña.