Sr. presidente de la Cámara de Representantes, hace treinta y seis años, soldados salvadoreños asesinaron a casi mil hombres, mujeres y niños en El Mozote, El Salvador. Es considerada una de las peores masacres en la historia moderna de América Latina.
El 2 de diciembre, viajé a El Mozote con una delegación encabezada por la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA). Cuatro horas después de salir de San Salvador, llegamos a El Mozote en la región norte de Morazán, cerca de la frontera con Honduras.
Hace tres décadas, El Mozote incluía unas 20 casas en terreno abierto alrededor de una plaza. Frente a la plaza se encontraba una iglesia y, detrás de ella, un pequeño edificio conocido como "el convento", utilizado por el sacerdote para cambiarse en sus vestiduras al celebrar la misa. Cerca había una pequeña escuela.
Nuestra delegación se sentó en la plaza del pueblo con sobrevivientes y víctimas de la masacre. Escuchamos sus historias, compartimos oraciones por su pérdida y sufrimiento, recorrimos los terrenos donde tuvo lugar esta atrocidad y visitamos monumentos conmemorativos construidos por la comunidad para conmemorar y preservar esta trágica historia. También, escuchamos a abogados de Cristosal, una ONG con sede en los Estados Unidos que brinda asistencia jurídica a la asociación de víctimas y sobrevivientes.
El 10 de diciembre de 1981, la brigada del ejército salvadoreño con base en San Miguel y el Batallón Atlacatl, una unidad de infantería de élite con base en San Salvador, llegaron a El Mozote. Durante los siguientes dos días, estas tropas asesinaron metódica y brutalmente a los residentes de la ciudad y a las aldeas cercanas.
En la mañana del 11 de diciembre, las tropas reunieron a la gente en la plaza del pueblo. Separaron a los hombres de las mujeres y niños y los encerraron en grupos separados en la iglesia, el convento y en varias casas. Según relatos de testigos, luego interrogaron, torturaron y ejecutaron a los hombres en varios sitios diferentes.
Alrededor del mediodía, comenzaron a llevar a las mujeres y niñas en grupos, separándolas de sus hijos y ametrallando las después de violarlas. A muchas familias se les ordenó permanecer en sus casas mientras los soldados incendiaban las casas.
Más de 140 de los niños, algunos solamente bebés, fueron metidos en "el convento" al lado de la iglesia. Allí, los soldados bloquearon las puertas, apuntaron con sus armas a través de las ventanas y dispararon contra la masa de niños, asesinándolos a todos a sangre fría. Luego arrojaron una bomba incendiaria en el edificio, derrumbando el techo y las paredes de adobe.
Caminé con miembros de la comunidad al sitio donde los niños fueron asesinados. Un jardín cultivado en su memoria florece en el sitio donde perecieron. Un mural en el lado de la iglesia que da al jardín representa pequeños ángeles que ascienden al cielo.
Debajo del mural hay placas con los nombres y las edades de los niños asesinados de forma tan brutal. Van desde cero hasta dieciséis años. Caminando sobre un terreno tan sagrado, me conmovió profundamente y me enfureció la atrocidad que tuvo lugar allí.
En octubre de 1990, los tribunales salvadoreños abrieron una investigación sobre el caso El Mozote, y en enero de 1992, la guerra civil terminó con los acuerdos de paz firmados entre el gobierno salvadoreño y las guerrillas del FMLN. En noviembre de 1992, la Comisión de la Verdad de la ONU en El Salvador supervisó las exhumaciones de restos de El Mozote realizadas por expertos forenses argentinos quienes confirmaron que las historias contadas por los sobrevivientes eran verdaderas. Luego, todo se detuvo cuando el congreso salvadoreño aprobó una amplia ley de amnistía en 1993.
Sin embargo, el año pasado, en julio de 2016, la Corte Suprema de El Salvador anuló la ley de amnistía por inconstitucional. Y en octubre de 2016, un juez reabrió el caso de El Mozote y comenzó a tomar testimonio, que continúa hoy.
Hay muchas razones por las cuales nosotros en el Congreso deberíamos involucrarnos en la búsqueda de justicia en el caso de El Mozote.
Primero, en el período de la posguerra, Estados Unidos ha apoyado un sistema judicial fuerte e independiente en El Salvador, capaz de poder procesar la corrupción y abusos contra los derechos humanos. El Mozote es visto como un caso ejemplar sobre si esto es verdaderamente posible de lograr.
Segundo, en la década de 1980, Estados Unidos armó, entrenó y equipó a las fuerzas armadas salvadoreñas, en particular, al Ejército. En El Mozote, las armas y balas de EE.UU. fueron utilizadas para masacrar bebés, niños, mujeres y hombres.
En tercer lugar, Estados Unidos estableció y entrenó al Batallón Atlacatl. Ostensiblemente una fuerza élite de contrainsurgencia, fue un actor principal en el asesinato masivo en El Mozote y nueve años más tarde, la unidad también asesinó a seis sacerdotes jesuitas y dos mujeres en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”.
Finalmente, en el momento de la masacre, el Alto Mando salvadoreño negó que había sucedido. La embajada de los EE. UU. y el Departamento de Estado les hicieron eco a estas negaciones y denigraron a los periodistas del Washington Post y el New York Times quienes viajaron a El Mozote y publicaron historias detalladas sobre la masacre.
Sr. presidente de la Cámara de Representantes, los Estados Unidos debería apoyar al juez salvadoreño que preside sobre el caso de El Mozote y a la Oficina del Fiscal General, incluyendo además la publicación de toda información en nuestros archivos militares y de inteligencia que sean relevantes durante este período de la guerra civil. Sería una contribución significativa para terminar con la cultura de la impunidad en El Salvador.