Por Hans Alejandro Herrera.
Vagando por internet buscando un tema que escribir me encontré un video que hablaba sobre la IA y el empleo, en dicho video en un momento se comentó de una cantidad estimada en desempleo que ocasionaría la IA. Las cifras me parecieron poco creíbles. Recurrí al buscador y escribí una pregunta: ¿Cuál es la estimación de perdidas de trabajo por la IA para el año 2030? La respuesta fue la siguiente:
Los investigadores del McKinsey Global Institute estiman que, para el año 2030, la demanda de personal administrativo caerá un 20 % y del personal que realiza trabajo físico un 30 %, especialmente en los sectores de manufactura, construcción e industria alimentaria, entre otros.
El párrafo anterior es el resultado que paradójicamente me dio en el buscador una Inteligencia Artificial. Viendo a más detalle artículos sobre el tema, algunos fuentes estimaban la destrucción de entre 300 hasta 800 millones de empleos. En seis años eso no solo era una barbaridad, sino una catástrofe global. Luego me puse a pensar ¿Qué se puede hacer?
Más allá de hipotéticas respuestas políticas, buscaba respuestas concretar, reales, “para ahora”. Un concepto que ya hemos escuchado la mayoría es el famoso reskilling, que es el aprender nuevas habilidades. Como claramente estamos en tiempos de crisis, en medio de una transición profesional, lo mejor es repensar que el cambio que ha empezado en el mundo más que aterrador, es algo que ya nos ha pasado muchas veces. Entonces, más allá de escribir otro artículo aburrido, he preferido contarles sobre este tema desde una historia humana de reinvención y estrategia en tiempos de crisis.
Esta entrevista ha demorado en salir, pero encaja perfectamente en el horizonte que tenemos al frente. Conversé con a Isaac Morales en un café miraflorino hace ya casi dos años. Mi entrevista se postergó mientras me llenaba de trabajo y más trabajo. Entre unas cosas y otras, volvía recordar algunos pasajes de esa larga conversación. Algo a lo que volvía con frecuencia sobre la historia de Isaac eran sus primeros años, sus comienzos. Las historias de éxitos son atractivas, a todos nos gustan esas historias, pero a mí me jalaba algo más de su historia, y era el comienzo, ese subir a cuestas de una vida profesional, cuando eres joven, no tienes contactos ni experiencia. Pero Isaac tenía algo más, capacidad analítica para establecer estrategias.
Isaac Morales es un hombre de mediana edad, alguien que ha sabido aprovechar no solo las oportunidades sino también aprender de las crisis. Su trabajo en Recursos humanos lo lleva a trabajar con equipos, descubrir sus talentos, conocerlos y motivarlos. Como él mismo menciona sobre sí mismo: «Me definiría como un hombre que busca la armonía con lo que hago, con lo que transmito. Encontrar un sitio en el que pueda transmitir mi crecimiento y a su vez seguir creciendo y aprendiendo».
El colegio: una educación masculina
«En mi casa no recuerdo que hubiese mucha música, en lo que invertían mis padres era en educación. La radio llegó a la casa cuando tenía trece años», recuerda de sus días infantiles. Fue el esfuerzo de sus padres lo que lo llevaron a dirigir su camino por el de un permanente itinerario en el aprendizaje. Si algo lo distingue a Isaac hasta hoy, es su permanente actualización en su propia formación, sea llevando MBA, formándose en universidades privadas nacionales o Internacionales, como haría ya años después siendo un profesional exitoso.
Pero volvamos a ese Isaac de los comienzos.
Isaac estudió en un colegio solo para varones, un lugar, o mejor dicho una cultura organizacional, que describe así : «en el que había que conquistar espacios, y esto logrando tener una voz para ser escuchado».
Una educación dura con sus propios códigos. Años después, ya adulto, en una reunión con ex compañeros del colegio recordaron sus días escolares, y la madre de uno de ellos les preguntó al oírlos hablar: «pero ¿dónde estábamos nosotros, los padres?». Y uno de los ex alumnos le respondió: «Ay señora, nosotros resolvíamos las cosas solos».
Era la educación de entonces, el autoeducarse, pero como Isaac reflexiona, «también eso sumó para ir logrando un espacio personal».
De un colegio de aproximadamente 240 chicos creciendo con todas las hormonas, Isaac pasó después a estudiar en una academia para prepararse para ingresar a la universidad.
El cambio no podía ser más dramático, era una academia mixta, una cultura organizacional distinta. Su reto era entonces encontrar otra vez su espacio. En ese momento el joven Isaac todavía estaba buscando saber qué decir, cómo decir y cuándo decir. Aunque para él no fue difícil encajar, sino más bien tenía la ventaja, y eso lo define en recursos humanos, de ser alguien asertivo. «Ser asertivo es para mí muy importante por eso trabajo en recursos humanos. Esto es entender como la otra persona se siente y poder aportar. Bien con un comentario o con el silencio».
La academia era distinta al colegio, ahí el propósito y la tensión era enfrentarse a ese monstruo llamado examen de admisión de la universidad de San Marcos.
Un lápiz, un borrador y transpiración
San Marcos es posiblemente la universidad más difícil para entrar en el Perú. El año de su examen de admisión había cinco mil vacantes para un número de cincuenta mil postulantes que venían de todo el Perú. El solo entrar ya era de por sí un mérito nacional.
Isaac recuerda esos días de preparación como de mucha tensión, perdida de sueño, con su cabeza teniendo una conversación única sobre las matemáticas, que era lo que más dominaba y dónde creía podía obtener mayor puntaje. Postulaba para Química.
Y llega el día del examen. Entonces no era en la universidad donde se tomaba, sino en un colegio, a él le tocó uno en el Rímac. Llegó sin desayunar, ni tomar agua, para no tener que ir al baño. Solo tres cosas estaban permitidas que ingresaran con él, un lápiz B2, un borrador y su libreta electoral. Y lo demás era él.
«Una hora haciendo fila afuera. Luego entrar. Otra hora sentado esperando el examen. Todo ese momento de tensión en un muchacho que siente que toda su vida depende de un examen. Después tres horas de examen. Enfrentar el cuadernillo con los 140 preguntas. Terminabas y luego otra hora más que nos tenían retenidos, y finalmente salir».
Y de ahí a la incertidumbre, antes de saber los resultados. Apenas llegar a casa y recibir a modo de saludo la primera pregunta: “¿Y cómo te fue?” Y de allí continuar con todo un interrogatorio. “¿Cuántas hiciste buenas?” Hasta que finalmente alguien va al grano y le pregunta: “¿Ingresas o no ingresas?”
Y luego los resultados.
No la agarró. «En mi época todo el mundo se quedaba por medio punto, yo me quedé por 0.42. Recuerdo que fui al mismo lugar donde tomé mi examen a ver los resultados y saber que me faltó solo 0.42 para ingresar (…) La primera sensación fue desilusión, pero después comenzó una transición rápida, era comenzar de nuevo».
San Marcos, segundo round
Entonces los exámenes a San Marcos eran una vez al año. Había que tener que volver a estudiar, pero con estrategia. Porque si bien el fenómeno es el mismo, a la vez ya no es el mismo, la persona ha cambiado. Al respecto Isaac menciona algo que le dijo un amigo: «tu puedes tener dos hijos pero cada hijo tiene un papá distinto, porque vamos cambiando». Y es cierto, cambiamos, ganamos experiencia y madurez con esa experiencia.
«Tener una estrategia. Eso siempre definió mi vida, el tener un cómo hacer algo».
Entonces estrategia. El joven Isaac se concentró en lo que sabía. También se enfocó más en la parte de letras que fue posiblemente en la que le faltó, mientras en la parte de matemáticas era ya una cuestión de mantener y crecer un poco más. Y así desarrolló la estrategia para atacar el problema eficientemente.
Llega otra vez el día del examen.
Isaac empieza atacando primero la parte de ciencias donde era más fuerte, luego la parte de razonamiento matemático, razonamiento verbal, y finalmente letras dónde los puntos le valían menos y donde tal vez Isaac no ponía tanto foco. Y responder con cuidado, porque los exámenes en la época de Isaac eran como buscaminas, habían puntos en contra por responder mal.
Mientras tanto el cuerpo transpiraba soltando toda la tensión.
«Salí del examen seguro. Y llegando a casa les digo que tenía claro de que había ingresado. Y mi mamá me dice, “esperemos los resultados, no seamos tan soberbios”. Pero yo estaba seguro de lo que había hecho y tenía claro los puntajes».
Con mayor tranquilidad, Isaac espero los resultados. En lugar de volver al colegio a verlos, esperó un día más a que se publicasen en el periódico.
«Llegó el periódico a casa, me busqué y fue una alegría para toda mi familia aquella mañana. Fui el noveno en ingreso a mi facultad».
Cosas de San Marcos
Era 1991, y eran tiempos de crisis económica y de terrorismo en Perú, y San Marcos no era la excepción, ni siquiera la facultad de química se salvaba de la politización.
Como recuerda Isaac, en un break entre clase y clase, entraban al aula un par de encapuchados, daban su discurso y pedían una colaboración para los “compañeros”.
«La universidad estaba llena de pintas. Era un espacio gris, con las jardines sin cortar, las veredas sin mantenimiento por mucho tiempo. Su infraestructura hablaba de un pasado bueno que se había ido a menos. En las paredes habían graffitis políticos, manifiestos que si uno se fijaba cambiaban en el tiempo. Eran discursos diferentes que reconocías por los colores. Unos rojos y otros negros». Hasta los colores estaban politizados.
Del mundo ordenaron, organizado del colegio había pasado a una universidad donde el profesor no sabía que tenía que ir a dictar clases. Una de las primeras impresiones que recuerda fue cuando se enteró que él y sus compañeros debían ir a buscar a su profesor de biología. «Tuvimos que ir al museo natural y decirle a nuestro profesor carta en mano: “usted tiene que enseñarnos”. Y el profesor nos respondía, “pero si yo soy investigador. Bueno, si ellos quieren que enseñe, enseñaré”.
La paternidad : ¿Qué sabes de computadoras?
Y de un momento a otro, Isaac se volvió papá, esto a los 19 años siendo estudiante. Un giro de 180⁰. De inmediato muchas cosas se le replantearon. Primero tuvo que abandonar la universidad. «Fue un momento especialmente duro en un contexto de crisis del país. Dejar la universidad, buscar un trabajo. Fue duro pero al final fue formando la personalidad».
Uno de sus primeros trabajos fue de vendedor. Era el año de 1992 y un tema novedoso eran los celulares y las computadoras. Y como Isaac había conocido su primera computadora estando en tercero de secundaria tenía idea de cómo era. Un día se presenta en un trabajo que solicita un vendedor de computadoras. Les contó lo que sabía del colegio, pero los de la empresa al verlo tan joven le objetaban diciéndole que no tenía experiencia. «Pero que experiencia voy a tener si no me dan trabajo». El encargado le quedó mirando un momento y finalmente le dijo, «quedas contratado».
«Los tres primeros meses no vendí absolutamente nada. Tomaba un micro desde temprano y tocaba de puerta en puerta por toda la avenida Javier Prado buscando empresas para vender computadoras».
“Ya pues, hazme una demostración”. Le dijo un cliente. Y se hizo la luz. Era su tercer mes trabajando y vendió un disco duro de 52 megas. «En dinero eso era 250$ y una comisión de 20$». Era su primera venta. De inmediato le llevó el dinero a la mamá de sus hijos diciéndole, «mira, lo logré».
A medida que avanzaba le comenzó a ir bien. Ganó confianza, pero también se fijó en algo. Estrategia. «Sabía que tenía que ganarme a las secretarias para poder llegar a los jefes». Por más joven que se le veía, supo ver aquello como parte de la venta. La relación de la juventud con las computadoras lo hacía ver más atractivo. Era la innovación y también un mercado joven de una ciencia informática joven. «Veían al chico y sabían que él debía saber de tecnología». En ese momento entendió que era el chico de las computadoras y no le iba mal, sino bastante bien.
Entretanto en la empresa en la que trabajaba comenzaron a darle más responsabilidades. Con los años se hizo el jefe de ventas y soporte en la empresa. Comienza a descubrir sus fortalezas en el trato de personas a través de las ventas. Tenía 25 años y ya era jefe. Coordinar con su equipo, conocerlos y saber qué los motivaba. «Siendo joven creía en un primer momento en que la motivación era algo solo económico, pero no era así».
Volver a la universidad ¿Qué es eso que suena?
Por su trabajo en una ocasión tuvo que viajar a Tarapoto, y cuando lo recogen al llegar el chófer le dice al administrador de la empresa que se va a almorzar, pero antes había que sacar unos paquetes. Y algo que lo impresionó es que el administrador en lugar de ofrecer dinero para que hiciera algo otro, ese mismo administrador se arremangó la camisa y se puso a hacerlo él mismo. Un ejemplo que comprometió a su equipo a hacer las cosas cuando todos se iban ya a almorzar. Esa lección llevó a Isaac a preguntarle que cargó tenía, y este le dijo que administrador. Y fue ese ejemplo que lo definió a estudiar administración. Ese compromiso le enseñó el camino. «Cómo vas a comprometer a alguien si tú mismo no estás comprometido».
Entendió que su destino alquímico no iba a lograrse sino estaba asociado a la administración.
Y qué pasa, vuelve a postular a San Marcos.
En el aula de exámenes hay dos personas en cuidando a los postulantes. Un todavía joven pero ya más maduro Isaac, termina su examen de admisión. Una de las personas que cuida se le acerca muy amable y le dice con un tono de voz compasivo: “puedes seguir intentándolo”. Y él la mira y le dice, “no, yo estoy bien. Gracias”. E ingresó.
Había vuelto a San Marcos.
San Marcos como Isaac también había cambiado. Ya no habían tantas pintas ni encapuchados por el campus. Estaba más tranquila. Era 1995. «También había una diferencia con los demás estudiantes desde el vestir». Isaac iba con pantalón de vestir y zapatos, porque saliendo de la universidad tenía que ir a trabajar.
Un día de clases de 1997 algo suena y todo el aula voltea a ver a Isaac. Era su celular.
“Llámame más tarde”. Entonces los celulares todavía eran algo raro, una señal de status.
Sin embargo el trabajo también afectaba sus estudios. En algún momento lo jalaban en los cursos, porque no podía darle todo el tiempo a las materias que estudiaba. Ante esto se puso en modo estrategia.
Dejó de llevar algunos cursos que luego seguiría en verano. De esa manera en lugar de llevar seis cursos solo llevaba cuatro, y se dedicaba a estudiarlos para aprobarlos, y el resto lo veía en verano en que tenía más tiempo. Tal fue su esfuerzo que en cinco años nunca tuvo vacaciones.
Algo curioso es que la universidad le brinda el marco teórico pero es en su día a día en el trabajo, que vive su propio laboratorio de química, es decir la práctica.
En el último ciclo se matricula en dos cursos selectivos, su lógica fue, si le jalan en uno, aprobaría en el otro. Y así terminaba la universidad. Pero eso solo era el comienzo de una historia aún más larga, como gerente de recursos humanos en bancos, de postgrados y maestrías en el extranjero. De seguir aprendiendo y aventurándose desde una mirada estratégica. Porque innovar es reinventarse, ver en las crisis las oportunidades de nuevos caminos. Un camino que se hace al andar.