Por muchas razones, las palabras suelen ir perdiendo espesor y sentido. Sin duda, el uso influye en ese desgaste, pero también la ligereza, la mala voluntad, el afán de manipular a otros, las modas y la falta de rigor.
A propósito de lo anterior, hace ya varias semanas un académico salvadoreño manifestó su disgusto en las redes virtuales (“redes sociales”) por un calificativo que se había dado a los pandilleros. No recuerdo si fue porque se los calificó como “ejército de moscas” o de otra forma animalesca, pero mi colega salió al paso diciendo que se trataba de “jóvenes en conflicto con la ley”. Sin duda, lo hizo de buena fe, y movido por el rechazo a quienes animalizan a otros seres humanos. Comparto con él ese rechazo.
Con todo, me parece que la visión del colega no es la correcta, y pienso que estará de acuerdo conmigo si le explico que si él, yo (o cualquiera) se encuentra con pandilleros armados (sin importar que sean jóvenes), que pretendan apropiarse de algo que sea nuestro, ellos no tendrán ningún reparo en despojarnos de ese bien e incluso de asesinarnos. Quien así obra es un criminal peligroso. Llamarle “jóvenes en conflicto con la ley” no sólo diluye su enorme peligrosidad, sino que impide verlos como lo que son: peligrosos criminales que deben ser enfrentados por el Estado con todos los recursos a su disposición, naturalmente que en el marco de la ley.
Con un tema distinto (la aprobación de un incremento al salario mínimo en El Salvador a partir de 2017), un matutino anotaba en una de sus portadas del finales de 2016: “Crece emergencia por alza salarial”.
¿Emergencia? ¿Para quién o quiénes? Obviamente que no para los sectores laborales, beneficiados con el incremento y para los cuales se trata de una buena noticia. Quizás para algún segmento del empresariado, ese que se expresa principalmente en la ANEP. Era más apegado a la realidad decir “Malestar en un sector del empresariado por aumento salarial”, pues aunque la ANEP esté viviendo ese incremento al salario mínimo como una “emergencia” (la psicología de sus miembros da para eso y más), la rentabilidad empresarial no está en juego ni tampoco su riqueza.
En una edición posterior del mismo matutino (LPG, 16 de enero de 2017) se lee, en la portada: “Poma: ‘necesitamos construir un país de oportunidades´”. Oportunidades, ¿para qué? ¿Para ser ricos, como él, o para tener una vida digna? Lo primero es imposible, además de indeseable como ideal de vida. Lo segundo, deseable, pero difícil, precisamente porque hay quienes tienen mejores condiciones de partida para contar con mejores oportunidades que otros –como por ejemplo, los obreros que ahora pelean por asegurar el incremento al salario mínimo. Es decir, las oportunidades no se reparten a granel, a forma tal que las pueda tomar quien quiera, sin importar las condiciones en las que se encuentra.
En fin, las palabras cuentan, pese al uso abusivo que se suele hacer de ellas desde siempre, aunque quizás ahora de forma mucho más generalizada.