Piensen que nuestros grandes hombres tuvieron también su juventud; ellos supieron vivirla, madurarla, y con el apoyo de esa juventud se lanzaron en un solo ímpetu hacia la gloria. Piensen en eso, y sientan como debieron sentirse ellos cuando eran jóvenes y asistían, ávidos de justicia, a los problemas que desfiguraban la joven fisonomía de la patria. No piensen que todo ha sido hecho. Solo ha pasado el tiempo; los problemas de la humanidad siguen siendo graves, y a todos nos toca enfrentarlos. No hay abismo entre el pasado y estos días que estamos viviendo. Nosotros no tendremos otro 9 de julio; pero cada día de nuestra existencia puede ser un día de sol para la patria; esos días, hay que hacerlos.
Julio Cortazar, Discurso del día de la independencia, 1938.
Tengamos un momento de introspección frente al final del mes patrio y pensemos algunas cosas en las que nosotros también estamos involucrados directamente y que muy probablemente no estemos haciendo por nuestro país.
Primero que nada, hagamos un recuento de los elementos que podrían significar, ahora que cerramos este mes, celebrar a la nación: cantar el himno a todo pulmón cada semana, rezarle a la bandera con fervor, bailar con trajes típicos El carbonero, el carnaval de San Miguel y demás bailes que nos “definen” como salvadoreños. Celebramos el mes patrio, además, haciendo grandes filas por comprar una promoción de donas al dos por uno, porque muy probablemente no vuelva a pasar en la vida.
Sin embargo, hacer patria o al menos conmemorar a la patria podría ir más allá de estas tradiciones que nos imponen desde pequeños. Celebrar a la patria puede hacerse desde pequeñas acciones cotidianas que están al alcance de nuestras manos. Hacemos patria desde las diversas trincheras en las que nos movemos, desde nuestro hogar, desde nuestro centro de estudio, desde nuestro trabajo.
La patria la vamos construyendo cuando, como en repetidas ocasiones se nos viene diciendo, respetamos las leyes y no intentamos pasarnos de listos con el otro. La construimos cuando cedemos el paso al peatón y no le tiramos el carro al otro conductor. Nos vamos convirtiendo en un mejor país cuando dejamos de ver la corrupción como un hecho de un partido político y no del otro; incluso, cuando nos damos cuenta que la corrupción también está en las pequeñas esferas, al rededor nuestro y que se puede detener, la podemos detener.
Dañamos nuestro país cuando nos aprovechamos de nuestro puesto de trabajo para beneficiarnos a nosotros mismos, cuando vemos al otro como competencia y no como aliado; cuando solo vemos el problema en el gobierno y no en nosotros mismos, cuando pensamos que solo nosotros tenemos la razón frente al otro y no buscamos una solución consensuada.
Construimos y dañamos a la nación con pequeñas acciones que nosotros pasamos sin percibir, acciones que pensamos que son cotidianas y que no hacen daño a nadie; sin embargo, en esa cotidianidad cuando podemos mejorar este país. Es en nuestro día a día cuando podemos reducir la violencia, podemos crear un clima de solidaridad y de ver al que tenemos a la par como un prójimo. La independencia la tenemos en nuestras manos y está en nosotros no seguirla destrozando.