Era un día Domingo, a las nueve de la mañana, me fui caminando hasta la Plaza San Luis, con la intensión de encontrarme con el Profe, ese salvadoreño que muy pocas personas conocen y que ha vivido muchas aventuras amorosas, políticas, económicas y artísticas.
En Míster Donuts, saludé a varios amigos y amigas que allí estaban desayunando, me senté con la intensión de esperar varios minutos, cuando sentí una mano en el hombro, era el Profe: un señor de aproximadamente ochenta años, pero que parece como de sesenta y cinco, debido a que consume lo que no le hace daño, le gustan las ensaladas y todo tipo de rellenos. Me preguntó por mis hijos, le respondí que estaban bien, pero que una de mis nueras estaba con un poco de anemia, que le habían recetado unas píldoras que contenían hierro y le recomendaron que comiera sopas de frijoles, chipilín, mora, acelgas y que bebiera fresco de carao.
El Profe me contó que cuando estaba preso en Chile, por haber apoyado políticamente al Presidente Allende, había comido todos los días “frijoles con riendas”, por más de tres meses, es decir frijoles con fideos; así también dijo que en Chile, los frijoles (negros o rojos) es una comida para los cerdos y los fideos es el alimento de los pobres; que al principio era el único preso político que los comía con satisfacción por ser salvadoreño, pero después de un mes, la mayoría esperaba con ansiedad que sirvieran el almuerzo.
Me preguntó si ya me había contado que cuando lo encarcelaron, estuvo incomunicado varios días y que para poder comer recibía la comida en uno de sus zapatos; yo le respondí que ya me lo había contado como tres veces; aproveché la ocasión para preguntarle cual era el tipo de tortura que lo llevaba al punto de revelar los planes de defensa militar del gobierno de Allende; me respondió que la tortura psicológica es la más efectiva, te describen las acciones y sufrimientos que le harán sentir a tu esposa, hijos, alumnos y compañeros revolucionarios; que cuando llo llevaban al punto de sentir que estaba dispuesto a una delación o dar una información que afectara a los compañeros que se encontraban todavía en libertad, respondía con medias verdades; en realidad los militares combinaban la tortura física con la psicológica, a tal grado que uno se sentía bien cuando se trataba de una sesión con el oficial graduado en Israel, especialista en contrainteligencia, muy culto, agradable, de buenos modales, respetuoso de tu salud física, pero que te destruía por dentro cuando te imaginabas el daño físico y mental que le harían a los demás.
Guardó silencio algunos segundos, posiblemente valorando si me contaba los aspectos horrorosos de la tortura psicológica; pero sonrió y me preguntó por mi amigo, el cantante de rock, ingeniero, uno de los mejores vendedores de una empresa transnacional y que le gustan sólo las muchachas más bonitas que pueda encontrar en los sitios que frecuenta o en Facebook; le dije que había estado departiendo con él, una amiga vendedora de pinturas de casas y un salvadoreño que trabaja y vive en Nicaragua, el cual está horrorizado de la represión que ejerce el régimen del Presidente Ortega contra la oposición, que ha decidido realizar acciones políticas violentas; que habíamos tratado ese tema como una hora y lo único que yo dije era que mis amigos sandinistas, de base y dirigentes, eran ahora de la oposición a Daniel Ortega.