Los seres humanos somos, en nuestra realidad más real –la biológica, que es también física y química, y que está en la base de nuestra vida psicológica—, sumamente frágiles. Pero tenemos un cerebro capaz de elaborar las ficciones más extraordinarias sobre lo que los rodea y sobre nosotros mismos. De ese tenor es la ficción que hemos creado sobre nuestra omnipotencia, que está hermanada con otras ficciones como la autosuficiencia y la infalibilidad. El lenguaje ha sido y es el instrumento con el cual los seres humanos hemos tejido y tejemos los hilos de lo fantástico, y también los hilos de la ciencia y la filosofías realistas y críticas.
Hay que aclarar que cuando se dice aquí “seres humanos” nos referimos a la especie Homo sapiens, la única sobreviviente de un género –el Humano— que se remonta, hacia atrás en el tiempo, a unos 2 millones de años, aproximadamente (Ver Eudald Carbonell (coord.), Homínidos. Las primeras ocupaciones de los continentes. Barcelona, Planeta, 2015). Así, la primera especie humana identificada (e investigada con rigor a través de sus restos fósiles) es la del Homo habilis, y, entre esta especie y la nuestra, hubo otras: Homo rudulfensis, Homo erectus, Homo ergaster, Homo heilderbergensis, Homo antecesor, Homo neanderthalensis. Miembros de esta última especie –la neandertal— coexistieron, en Europa, con miembros de la nuestra, hace unos 30 mil años; y algunos estudios genéticos revelan la presencia de genes neandertales en poblaciones humanas actuales. Cada una de esas especies fue exitosa –sus miembros lo fueron— por lapsos largos de tiempo, pero al final se extinguieron, siendo la especie Homo sapiens la única sobreviviente de un género diverso y con rasgos y capacidades compartidas.
Distintas disciplinas científicas –paleontología, paleoantropología, arqueología, entre otras— se han dado la mano para explorar la trayectoria, características y modo de vida de las especies del género humano, y por supuesto de la nuestra. Los logros son, sin duda, extraordinarios; pero hay aspectos del pasado de la humanidad (que se remontan, atrás en el tiempo, a unos 2 millones de años (o más) que todavía son un enigma. Por ejemplo, la capacidad/habilidad en el uso del lenguaje y la elaboración de relatos/visiones de la realidad a partir del mismo. La evidencia empírica (fósil y arqueológica) revela muy poco o nada sobre ello. Sobre esas capacidades y habilidades en los neandertales los datos existentes no son concluyentes, aunque hay evidencias que muestran que estos humanos tenían prácticas simbólicas y rituales en el enterramiento de sus muertos. Y, en cuanto a nuestra especie, los registros de prácticas simbólicas, rituales y artísticas –es decir, de una cultura— tienen una base firme desde hace unos 10 mil años, cuando se establece la agricultura; a partir de entonces las elaboraciones simbólico-culturales han sido registradas, conservadas y estudiadas en las distintas épocas, hasta el presente.
Nuestra especie tiene unos 200 mil años de existencia. Desde su cuna en África, la especie Homo sapiens, en sucesivas oleadas migratorias, se extendió por el mundo: Asia, Australia, Europa y América. En esos 200 mil años a los miembros de esta especie les ha sucedido todo tipo de calamidades –sequías, pestes, terremotos, inundaciones, heladas—, de las cuales se han recuperado, lo mismo que han tenido logros tecnológicos y culturales que han sido un factor fundamental para su supervivencia. La pregunta no es qué le ha sucedido a la especie Homo sapiens en todo este tiempo, sino qué es lo que no le ha sucedido.
Llegar hasta el presente no ha sido fácil para una especie cuyos miembros son sumamente frágiles desde un punto de vista biológico. Sin capacidades físicas extraordinarias, las capacidades cognoscitivas –ancladas en un cerebro potente— permitieron que el cuerpo humano explotara sus habilidades naturales para la creación de tecnologías y marcos culturales que alentaron una socialidad que, basada en el gregarismo de la especie, dio paso a creaciones sociales-institucionales que aseguraron (y siguen asegurando) la supervivencia-reproducción-descendencia de sus miembros. La fragilidad, sin embargo, sigue siendo (y seguirá siendo) uno de los rasgos constitutivos de los seres humanos, pues la misma está afincada en su realidad biológica. Las corazas protectoras –institucionales, médicas, tecnológicas— cumplen su papel protegiéndonos de amenazas y riesgos, pero al final la muerte pone de manifiesto nuestra impotencia ante la entropía.
La contracara de esa fragilidad es la capacidad de elaborar relatos en los que los seres humanos no sólo inventan divinidades externas a ellos, sino historias en las que se divinizan a sí mismos a nivel individual y colectivo. En las elaboraciones simbólicas culturales registradas desde hace uno 5 mil años hasta el presente es palpable esta capacidad. Se trata de ficciones que los humanos han creado y siguen creando sobre sí mismos y sobre lo divino, y su poder, autosuficiencia y sabiduría; es un error tomarlas como una narración o, peor aún, una descripción objetiva de la realidad. Ya se trate de las narraciones mesoamericanas, egipcias o hebreo semíticas, estamos ante ficciones y no ante explicaciones o descripciones sobre lo acontecido realmente. Así, no es real que haya existido un “Dios del maíz” o que los “pueblos originarios” lo sean realmente en el sentido de haber surgido, como grupos humanos, en tierras americanas. Proceden de migraciones asiáticas que, en último término, tuvieron su origen en África, y ello con independencia de lo que digan códices, libros sagrados o tradiciones ancestrales.
La ficción de la omnipotencia humana es, seguramente, tan antigua como los Homo sapiens. En ella, se perfilan hombres –no mujeres— mitad dioses y mitad humanos, o incluso hombres totalmente divinos, con capacidades, virtudes y conocimientos propios de los dioses, con la potestad de imponer su voluntad o de convertir su voluntad en ley natural, y de trascender a la muerte, venciéndola. Por supuesto que la realidad no funciona de esa manera y esos presuntos dioses son tan frágiles, falibles y capaces o incapaces como lo es cualquier otro ser humano.
A cada rato, la realidad impone su brutalidad y fuerza –maravillosa y temible— a esa y otras ficciones. Pero la vocación del ser humano por la fantasía y las ilusiones hacen que ficciones de todo tipo –antiguas y modernas— cobren vigencia, hasta que la realidad las desbarata de nuevo. Los miembros de la especie Homo sapiens somos frágiles, pero capaces de creernos –o de creer que algunos de los nuestros son— omnipotentes. Es una tensión permanente, y parece que insuperable, entre lo que realmente somos y lo que imaginamos que somos. Y lo que imaginamos que somos –o que son otros en grandeza o poder sobre natural— muchas veces crece vertiginosamente en contextos en los que la precariedad, la vulnerabilidad y la fragilidad se hacen particularmente evidentes. Son los tiempos propicios para el mesianismo redentor y las soluciones mágicas.