Por Gabriel Otero
¿Quién podría cuestionar tu estado de icono setentero cuando todas las adolescentes del mundo envidiaban tu cabello y usaban tu champú para algún día tenerlo en capas?, ¿quién de ellas no invocó a su hada madrina con peróxido para despertarse rubia como tú?, ¿quién de nosotros no tenía eternizado tu cuerpo y tu sonrisa en aquellos famosos carteles en los que salías montada en bicicleta o con el traje deportivo o leotardo rojo para hacernos compañía en noches descalzas de ternura?
Sí, Farrah, ese cartel es el más vendido de la historia, tus pechos y piernas inspiraron millones de trabajos manuales, la receta diaria de la soledad con barros, el monólogo de la testosterona buscando expresarse. Éramos otros aunque sigamos siendo los mismos.
Nadie te hacía sombra, ni el rostro de JaclynSmith, ni la cachondería de Cheryl Tiegs, ni el busto retador de Ann Margret, ni la altura de Susan Anton mujeres de moda en tus tiempos mozos cuando la femineidad iba más allá de modernismos y el amor era realmente libre.
Nadie se rasuraba el pubis en los setenta y cómo deseábamos ver el tuyo en cada capítulo televisivo, el mismo con el que hacías dichoso a El Hombre Nuclear, el tal Lee Majors, el astronauta o piloto reconstruido con seis millones de dólares de antaño.
¿Quién de nosotros no anhelaba personificar a Charlie para darle cuerpo a esa voz salida de un auricular y tener aleladas a Jill, Sabrina y Kelly? por fortuna Bosley era un eunuco equis, el cancerbero de la imagen virginal, un suertudoescogido ex profeso por sus capacidades histriónicas para que los ángeles permanecieran inmaculados, puros y con sus aureolas redondas.
Ah Farrah, dicen que la fama te volvió caprichosa y que por eso saliste del programa, y muchas estaciones pasaron pero nunca perdiste la profundidad de tus ojos, el azul cielo, el azul mar, la sonrisa blanca o tus labios subyugadores.
Con la edad te volviste seria olvidando todo el revuelo causado por 24 millones de pezones, esos que te convirtieron en leyenda, esos que se asomaban encendidos para despertar pasiones, después de todo a nadie le importaba si Farrah, la divina, sabía actuar o no.
Hiciste roles de mujer golpeada, reprimida y tonta, la que no sale de su casa para evitar enojar al predicador, la histérica encerrada en símisma y al final te invadió el cáncer y protagonizaste tu mejor papel: la mujer que lucha por sobrevivir.
A muchos les parecerá una exageración porque no eras Marilyn Monroe ni serías Scarlett Johansson pero siempre fuiste la que tuvimos, Farrah la deseada, Farrah la del champú, Farrah la bien recordada Fawcett.