lunes, 15 abril 2024
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Espí­ritus bayuncos

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Mi casa es muy antigua, posiblemente construida en la década de los veinte del siglo pasado, copiando el estilo ingles de casas prefabricadas, pero en la versión salvadoreña es de Bajareque y techo de teja. Mi madre tiene una especie de tienda-almacén, que es la mayor de mi pueblo (San Pedro Puxtla, Departamento de Ahuachapán). Mi padre es el rasero del pueblo: ladino, rubio, bien parecido, hijo del hombre más rico de la localidad. Mi madre es una morena afro-descendiente, muy bella, hija de un artesano pobre de Sonsonate.

Una tarde de clima agradable del mes de Diciembre, mi madre habí­a sido visitada por su novio, un señor bastante adinerado de Nahuizalco, pero dicen que mi padre la tení­a embrujada y a las siete de la noche ella escapó por una ventana; afuera mi padre la estaba esperando, se comieron a besos y ella emprendió esa aventura que durarí­a toda su vida, ser la mujer de un mujeriego. Mi madre está consciente que su marido es un soltero muy solicitado en todo el municipio y áreas aledañas, que mi padre la quiere a su manera y que tiene cinco hijos que mantener.

Hoy es veinte y tres de diciembre, son las ocho de la noche, hay una fiesta en una casa como a cinco cuadras de la nuestra, es seguro que mi papá está gozando con sus amigos y amigas en esa fiesta; se puede escuchar la marimba, así­ como el murmullo de las decenas de mirones sentados en el suelo, o acurrucados, observando desde afuera como se divierten allá adentro; en la oscuridad de la calle sólo se ve la luz de la yesca encendida de los puros y cigarrillos que están fumando los mirones.

En mi casa, en el área de la tienda, mi madre ha puesto el Nacimiento desde hace unos cinco dí­as, las imágenes de San José y la Virgen Marí­a son de barro con una capa de pintura; pero la imagen del Niño Jesús es de un material muy fino, parece hecha de mármol o algo parecido. Yo soy el hijo mayor, tengo diez años de edad y estoy disfrutando de mis vacaciones en casa de mis padres, pero en el perí­odo de clases vivo en Sonsonate en casa de mi abuelo, el General Ruiz. Mis dos hermanas y dos hermanos ya están dormidos, yo acompañé a mi madre al excusado al final del patio, como a cincuenta metros de distancia; estuve sosteniendo el candil  mientras ella leí­a un pedazo de periódico publicado varios meses atrás, es parte de las cinco libras de papel que ella mandó a comprar a Sonsonate para envolver alguna mercaderí­a que vende en la tienda; ella es muy culta, ha leí­do varias novelas de amor de un señor de apellido Vargas Vila, pero no las cuenta, dice que son prohibida para menores; a nosotros nos ha contado varios cuentos de un señor de apellido Salarrué; hay veces nos da miedo cuando se pone a recitar un volado de amor desesperado de un señor chileno de apellido Neruda (o algo parecido), hasta traba los ojos de emoción y eso si nos da miedo.

Regresamos del excusado, nos acostamos y apagamos el candil; claramente se escuchaba que la marimba estaba tocando una canción que le gusta a mi papá, era de algo así­ como caminando bajo la lluvia, la aprendió en Estados Unidos cuando estuvo trabajando en el Consulado de El Salvador como dos años, pero se vino de escondidas de puro miedo (el si que era miedoso, temblaba de temor); el General Martí­nez lo designó como oficial de enlace de las Fuerzas Aliadas que se daban verga en Europa contra las tropas de un señor de apellido Hitler (o algo parecido); el otro oficial de enlace, habí­a sido compañero de mi papá en la Escuela Militar, se quedó en la capital de los Estados Unidos, le pusieron una oficina en un edificio que le decí­an el Pentágono (yo no se porqué), pasó toda la Segunda Guerra Mundial asistiendo a fiestas con otros delegados militares, ahora ya está de regreso en el paí­s y el gobierno de Castaneda Castro lo ha becado para que estudie Derecho Internacional en Italia, que vergón, mientras que a mi papá no lo dejó entrar a la casa mi abuelo el General Ruiz, por ser considerado un desertor, es decir miedoso y aniñado.

Se comenzó a escuchar que el cántaro del agua se habí­a caí­do, se escuchaba claramente el glu, glu, glu del agua derramándose; yo le dije a mi mamá, pero ella me respondió que no le hiciera caso; luego se escuchó que se estaba cayendo mercaderí­a de los estantes de la tienda, era un gran relajo, nuevamente le dije a mi mamá y ella respondió que no le hiciera caso; el desmadre continúo  en la tienda; se escuchaba que estaban tirando furiosamente contra la pared las imágenes del Nacimiento;  mi madre reaccionó y me dijo que fuéramos a ver que estaba pasando.

Todo estaba en orden en la tienda, el Niño Dios estaba durmiendo tranquilo en su pesebre (realmente no se porqué le gusta dormir en ese bolado en forma de batea). Cuando salimos de la tienda hacia el dormitorio, comenzó a escucharse nuevamente el gran relajo que tení­an los espí­ritus malignos tirándose cualquier mierda; mi madre parece que sintió miedo, porque me dijo que nos hincáramos y que rezáramos el Santo Rosario, allí­ nos echamos más de media hora en la rezadera y yo sosteniendo el candil, porque mi madre llevaba la cuenta de los Padre Nuestros y Ave Marí­as en un gran Rosario de madera fina; mientras tanto en la fiesta mi padre posiblemente habí­a pedido que le interpretaran la canción  Luna de Xelajú (o algo parecido).

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Santiago Ruiz
Santiago Ruiz
Columnista Contrapunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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