Por Carlos Velis.
Las multas de tránsito siempre han sido una mala experiencia. La peor. Uno siente que ha botado el dinero cuando está consciente de que la regó; o que le están robando, cuando se siente víctima. Esa última posición, es muy común en nuestra gente. Se quejan de que éstas han subido mucho y que “no podrán pagarlas, con lo que ganan”. ¡¿Qué?! Mentalidad de quienes ya han decidido no cumplir la ley.
Ese es mi primer choque con la psicología de mi gente. Me parece una incoherencia protestar por el precio de las multas, como protestar por aumentar los años de cárcel a los delitos criminales. Yo he tenido dos multas, por suerte para mí, antes de que las aumentaran, pero no me enojé con nadie, más que conmigo mismo, por descuidado, parquearme en sitio prohibido, olvidarme de encender las luces al salir de la gasolinera.
Pero hay otro punto que no entiendo. Las leyes de tránsito han existido siempre. Manejar en estado de ebriedad es la peor infracción de todas. Muchos recordaremos los puntos antidoping que montaba el doctor Matheu Llort. ¿Qué pasó después de la muerte del doctor?
¿Qué se hicieron las leyes de tránsito en la época del gobierno de Sánchez Cerén? Todavía existían. Y existieron siempre. Nadie las derogó. ¿Entonces? ¿por qué no se aplicaban? ¿O sí se aplicaban, pero a medias, según la meritocracia del infractor? Como muchas otras.
Para el caso, delitos contra la niñez, la mujer, violencia intrafamiliar, evasión de impuestos, robo al erario público y un largo etcétera. Pero volviendo con las multas por el abuso del alcohol, nadie puede negar que ha sido uno de los peores casos de accidentes; que, además, se pudieron evitar y han provocado terribles dolores a las familias.
Aquellos que protestan, parece que no han oído la canción “Decisiones” de Rubén Blades, “Pito, choque, y la pregunta para la eternidad, ¿qué pachó?” Será que tampoco han perdido un pariente en esas circunstancias. Dicen que lo que motivó la reforma a la ley, de cero tolerancia, fue un accidente en que murieron dos niños y quedó una madre, además de desconsolada, con traumas severos.
Les quiero contar que, así como lo ven de injusto, no es ni la mitad de lo que les pasaría si caen en Estados Unidos en un DUI (Driver Under Influence). La broma les cuesta, mínimo, 8,000 dólares, descontando todo lo demás.
Aquellas leyes fueron resultado de muchos años de lucha de una asociación de madres que habían perdido sus hijos en accidentes provocados por borrachos. Se llamó MADD, Mothers Against Drunk Drivers. Madres contra conductores borrachos. Un detalle interesante es que tardó muchos años, porque los que se oponían más fervientemente, eran los jueces. Por algo sería.
Eso me recuerda cuando un diputado dijo en una entrevista, después de votar por las leyes de familia, que reconocían los derechos de los hijos fuera del matrimonio, sentía que solito se estaba clavando un puñal.