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Escrito en una servilleta: Las 2 coaliciones: ¿reinventar o reventar el país?

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En términos prácticos, acuden a las elecciones dos grupos básicos que, al final de la matemática electoral, podemos clasificar como: mayorías y minorías, las cuales pueden estar unidas o dispersas.

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Por René Martínez Pineda

El título original era: “El pueblo, frente al residuo electoral del pueblo”, y al final me decidí por otro, tan serio como lírico, debido a que al escenario electoral acuden personas que mezclan lo racional (datos) con lo emocional (la desilusión pasada que muta en ilusión futura). La premisa es que las coaliciones electorales intentan, unas, reinventar el país junto a las mayorías, y, otras, reventar un país junto a los sectores más oscuros. Esas intenciones antagónicas tienen como factor esencial la hegemonía política y cultural, y que es la que define la correlación de fuerzas. Sobre la hegemonía podemos afirmar que se convierte en reflexión política en los escritos de Marx sobre las revoluciones de 1848, así como en los textos del Gramsci de la cárcel y los discursos del Allende que abrió las alamedas. El punto en debate es: “con quiénes coaligarse” para formar un grupo significativo que construya un bloque hegemónico para cambiar, o ir cambiando, la realidad de desigualdad social (o sea reinventar el país haciendo una coalición ciudadana, no partidarista), o, por el contrario, para formar un grupo que trate de restaurar el bloque hegemónico en decadencia e impedir que la realidad cambie, usando para ello un coro fúnebre que celebre la corrupción y la muerte de la gente, no la muerte de la vieja sociedad (o sea reventar el país). En El Salvador, en torno a la figura de Nayib Bukele como rostro político del proceso histórico, la inmensa mayoría de ciudadanos, de facto, ha hecho un pacto social con él, mientras la oposición política se define como una alianza de los líderes del pasado.

En términos prácticos, acuden a las elecciones dos grupos básicos que, al final de la matemática electoral, podemos clasificar como: mayorías y minorías, las cuales pueden estar unidas o dispersas. La coalición de las mayorías (casi siempre abierta, pues no depende de un partido) es la representación concreta y orgánica de los ciudadanos sanos -o sanados- que acompañan la revolución democrática que, esencialmente, representa a las clases sociales más allá de sus intereses particulares, los que no desaparecen, sólo se suspenden en el claroscuro de la transición para salir de ella fortalecidos, claroscuro en el que surgen los monstruos de la reacción.

Es a partir de la segunda mitad del siglo XX que los revolucionarios originarios usan la idea de hegemonía (de la cultural a la política, en ese orden) para perfilar el papel dirigente de los trabajadores (el que pueden delegar en alguien de confianza que personifique la transición) en una alianza muy amplia contra la oligarquía para conducir la revolución democrática ciudadana. Sin embargo, a partir de 1992, luego de unos acuerdos de paz que impusieron una guerra social de pobres contra pobres (la otra gran guerra) se hizo necesario que los sectores populares construyeran, en silencio, una hegemonía moral para prevenir o sobrellevar -si ya está consumada- la traición de la izquierda que se alió a la extrema derecha para administrar la pobreza y la matanza. En ese proceso quedó claro que no sólo se trata de ser un poder mayoritario en las urnas, sino de que ese poder (que, por intuición, se negó a “darle todo” a los partidos del bipartidismo), se una en torno a las transformaciones sociales reales bajo la bandera del grupo gobernante que las impulsa y el rostro que las inspira.

Esa es la razón por la que el Lenin de las “dos tácticas de la socialdemocracia”, afirma que los progresistas deben estar presentes en todas formas organizativas del pueblo, ya que la conciencia política no será tal si no se acompañan todas las iniciativas para transformar, positivamente, la sociedad, para lo cual es elemental que primero se resuelvan los problemas esenciales y luego las causas de los mismos, debido a que de esa forma se impide la degradación intelectual-moral y la mala adaptación cultural que fomentaron los partidos políticos tradicionales. Lo anterior es la razón por la cual los ciudadanos reinventan la política con un nuevo instrumento electoral bajo un liderazgo político singular que ha puesto en “modo extinción” a aquellos, y, a partir de esa rebelión electoral, ha crecido su compromiso en la medida en que va creciendo la confianza del pueblo en dicho liderazgo, confianza que los lleva a ser los principales colaboradores -y no simples rehenes- en las obras de transformación social que reforman para luego revolucionar la coyuntura.

Es Gramsci quien plantea, con otro nombre, la cuestión de las coaliciones para impulsar la transformación social con nuevos grupos gobernantes, fijándole por meta estratégica la conquista de la hegemonía político-cultural en el proceso de construcción de una nación moderna, o sea para meter, en el caso salvadoreño, el país en el siglo XXI, para lo cual es elemental sanear el territorio para impulsar un desarrollo superior de la voluntad popular que readecue la nociones de civilización y ciudadano. Esa idea es la que le da combustible a la guerra de posiciones en el país, en función de dirigir, con un plan de nación, los tres poderes del Estado para fusionar sus funciones sobre la base del que, haciendo un símil del significado del “paciente cero”, llamo el “Poder Cero” que desata a los Poderes del Estado: la voluntad ciudadana mayoritaria y soberana. Esa comprensión amplia del concepto de hegemonía permite precisar la idea de transición a partir de las dos grandes condiciones heredadas: la corrupción galopante de los gobiernos anteriores y el Estado delincuencial instaurado por ellos.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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