sábado, 5 abril 2025
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Escrito en una servilleta: En las aguas de la luna

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"Despertó sobresaltada, perdida, temblorosa… triste, sintiendo que flotaba en el mundo irreal que, por fin, había podido descifrar": René Martínez Pineda.

Por René Martínez Pineda.
X: @ReneMartinezPi1

Despertó sobresaltada, perdida, temblorosa… triste, sintiendo que flotaba en el mundo irreal que, por fin, había podido descifrar. Las cuatro de la mañana, dice el reloj de mesa. Como cuando niña, amaneció empapada, con las manos llenas de un polvo brillante, con los pies cansados. Han pasado veintinueve años desde la última vez, se dijo, con un suspiro agónico que parecía un adiós categórico. En aquel entonces, tan lleno de fantasmas y lugares secretos (como de la algarabía del Golpe de Estado que, al cabo de un mes, terminó siendo como los anteriores: un Golpe de Gobierno, ¡qué tedio!), todos concluyeron que la niña padecía de un sonambulismo furioso provocado -decían, en voz baja- por algún embrujo latente en la vieja casa, porque siempre amanecía igual: con la ropa empapada de un agua tibia y olorosa que despedía destellos de luz.

La primera vez que la encontraron así, contemplando su sonrisa en el espejo, creyeron que se había ido a meter a la pila de la casa, y, sin mediar explicaciones ni llantos de descargo, la castigaron, advirtiéndole que, la próxima vez, le iba a ir peor. Sin embargo, al día siguiente, amaneció igual: empapada y con los pies cansados, como si, sin saber del largo de su destino, hubiese caminado toda la noche por un camino lleno de símbolos hirientes. En una ocasión, su madre la encontró frente al espejo, desenredando el laberinto húmedo formado por las hebras de su pelo, ensayando una sonrisa fuera de este mundo… y del otro. No existe el uno sin el otro. Anoche, fui a bañarme otra vez en las aguas de la luna, dijo, desenfadada.

Su padre consideró la repetición del suceso como una afrenta, como el desafío a una autoridad, duramente construida, sobre reglas inviolables heredadas de la dictadura militar. Una vez, optó por vigilar -con sus propios ojos, en carne viva- la puerta del dormitorio. Ahí pasó toda la noche y, de cuando en cuando, la entreabría, para velar el sueño de la niña, y sólo entraba, de puntillas, para espantarle el frío, como cuando le espantó, con besos y susurros, la fiebre que le provocó la pérdida de su gatita, y él la consoló diciéndole que se había ido a vivir al cielo, porque le gustaba ver todo su mundo desde arriba. Pero amaneció igual de empapada, y la niña, a través del mar desbordado en sus ojos, repetía que se había ido a bañar en las aguas de la luna. Esa explicación recurrente enojó, primero, y preocupó, después, al padre, pues la consideró un derrumbe de la razón y, con los ojos cerrados, se persignó por la señal de la santa cruz al sentirse incompetente para curarla.

Atribulada, su madre llamó al cura para que le practicara un exorcismo fulminante, pero fue inútil, la niña seguía amaneciendo igual, y como continuaba diciendo que se había ido a bañar en las aguas de la luna, la madre tomó una decisión vertical y pagana: llamar a, don Simón, el curandero.

Espolvoreó esencia de cacao sobre su cuerpecito; le azotó las piernas con hojas de ruda machacada con alcohol y agua bendita; masculló oraciones irrepetibles; le bañó la cara con el humo de un puro milenario, y, al final, echó un huevo de gallina india en un vaso de vidrio. Después de observar la figura que salía del huevo, dio su diagnóstico.

Después de acariciar el rostro de la niña, con el dorso de su mano, don Simón se levantó, besando su amuleto de ojo de venado, y dijo, en tono de aflicción medieval: lo siento, niña Gloria, a su hija la han embrujado. El demonio le ha besado los pies, por eso camina dormida y regresa mojada.

Hay que actuar rápido, dijo, mientras buscaba lo necesario en su matata. Ponga a hervir estas flores de vainilla en agua de las siete quebradas, y cuando esté tibia, le voy a sobar los pies, hasta que el demonio se le salga. Debe retirar el espejo del cuarto, porque, a través de él, el demonio se cuela por la noche para besarle los pies a su niña.

El padre, haciendo uso del extremismo convocado por el miedo, mandó a quitar, ¡para siempre!, todos los espejos de la casa, con el mismo gesto con que se quemaron los libros de caballería.

Sin embargo, siempre amanecía así: empapada, olorosa, arreglándose el pelo, y con una sonrisa que parecía calcada de la luna, no obstante que el espejo de su cuarto había sido incinerado en el patio, en medio de rezos, conjuros y dedos cruzados. Siguieron siendo inútiles las vigilias y rezos, atarla a la cama, quitar el espejo ya quitado, mandarla lejos, a la casa de los abuelos, para que el huracán de la distancia deshiciera el embrujo. Un día, dejó de amanecer así, y creció desprovista de espejos para matar el temor de descubrirse, en ellos, empapada y olorosa, como cuando niña.

Por eso despertó alterada. Había amanecido empapada, olorosa, con destellos de luz, con los pies cansados, y envuelta en el olor a vainilla con que, don Simón, un día le sobó los pies para sacarle el demonio. Tuvieron que pasar veintinueve años, con todos sus días, para que pudiera comprender el embrujo que la persiguió, por las noches, desde que el demonio le besó los pies. A través del cristal líquido de su mirada, supo que era verdad -¡sí, era verdad!- que, por las noches, se iba a bañar en las aguas de la luna para rescatar, de su fría profundidad, el cuerpo de la gatita que la hizo tan feliz, cuando niña; la gatita cuyas caricias no cabían en sus manos. Sin decir nada, se puso a ordenar el laberinto de las hebras húmedas de su pelo, porque alguien fue a colgar, mientras dormía, un espejo carcomido por las llamas. La luz de sus ojos almendrados estalló de júbilo cuando, sobre el hombro, escuchó los maullidos tenues de una gatita que, con ronroneos de amor cierto, había escapado de la muerte para ir a buscarla y devolverle la felicidad. Fue entonces que supo que no había despertado… que nunca más lo haría.

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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