domingo, 6 octubre 2024
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Escrito en una servilleta: Cuando las aguas hayan retrocedido (I)

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"El tema ineludible son los cuatro años de gobierno de Nayib Bukele, los cuales serán vistos de forma muy positiva por quienes lo apoyan, y de forma muy negativa por quienes lo consideran su enemigo principal": René Martínez Pineda.

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Por René Martínez Pineda.

“Cuando pase el diluvio y las aguas hayan retrocedido, tendremos tiempo de sobra para tomarnos un café, comentar un libro de Saramago y celebrar que hemos sobrevivido sin perder el alma, ni las esperanzas”. Esa podría ser la frase final de una novela sobre catástrofes indecibles de las que no se puede dejar de hablar, y nosotros vivimos la peor de las catástrofes: una guerra de pobres contra pobres. Es por eso que en estos días no se habla de otra cosa en la ciudad, hoy que la ciudad recuperó a sus ciudadanos. El tema ineludible son los cuatro años de gobierno de Nayib Bukele, -el presidente que abrió las puertas del calabozo en el que estábamos recluidos-, los cuales serán vistos de forma muy positiva por quienes lo apoyan (la inmensa mayoría, según todas las encuestas), y de forma muy negativa por quienes lo consideran su enemigo principal. En todo caso, al evaluar al presidente Bukele es inevitable combinar lo objetivo de los datos con lo subjetivo de la motivación social generada, dentro y fuera del país, debido a que, por primera vez en la historia, la ilusión ha corrido mucho más de los cien metros tradicionales… y sigue sin acalambrarse.

Los factores elementales para evaluar los cuatro años de Bukele son, por acá, la motivación social generada por su liderazgo carismático que tiene un perfil que se fortalece, independientemente de la voluntad y la conciencia de los hígados y los corazones, y cuyo legado es haber rejuvenecido un régimen político-electoral sucio, agonizante, perverso e ilegítimo; y, por allá, las patéticas condiciones heredadas, las que, en términos objetivos, son el metro para medir los logros obtenidos bajo su mandato, ya que no es lo mismo, por ejemplo, acabar con una delincuencia como la que teníamos hace cuatro años, que haberlo hecho con la delincuencia que estaba surgiendo hace treinta, o la que estaba vigente hace catorce.

Al hacer la evaluación entro, de la mano de la metáfora de la utopía, al campo de la sociología, pero sin dejar atrás el Rosario de la cotidianidad del pueblo, ¡mi pueblo!, al que sigo llamando así porque me niego a usar palabras que lo invisibilicen o lo expulsen del corazón de Monseñor. Y entonces invado la tierra del pueblo -como sujeto político- y el cielo de la literatura social -como arte de la esperanza sin pelos en la lengua-, y los invado a ambos debido a que la una no puede existir sin el otro, y porque debo congraciarme con la inspiración para decodificar un tema que tiene de presencia y tiene de ausencia; debo acceder a la fantasmagoría de la intuición popular que pregona que es posible recodificar los hechos políticos desde una ciencia que no engendra políticos, ni ha incidido en la formulación de las reglas de la política. Adelanto que, en estos cuatro años, el presidente ha hecho mucho, y que, moralmente, estamos obligados a refrendarlo para que haga mucho más; que ha ejecutado las mejores acciones factibles, pero que debe seguir comprometido a mejorar cada día; que ha llegado muy lejos, pero que aún está muy lejos de donde quiere llegar él y queremos llegar nosotros, y para eso debe caminar con los pies del pueblo aunque le ladren los perros de los ricos; que debe depurar los procesos históricos para que su legado no sea impuro, y el legado de la primera gestión es la solución del problema de la delincuencia.    

Al evaluar los cuatro años recuerdo los susurros agónicos del pueblo trepando -con uñas, dientes y sangre- hasta el cielo de la misericordia; recuerdo sus clamores tumultuosos que rogaban, primero, y exigían, después, acabar con la gran delincuencia de treinta años que, como diluvio, nos ahogó en el mar muerto; recuerdo el miedo como garante de los derechos humanos de los victimarios que tenían el monopolio de la muerte; recuerdo la incertidumbre como consejera electoral del pueblo, y esa situación genocida (difícil de expresar con racionalidades civilizatorias, hoy que la vemos como “el pasado”) era la cotidianidad ausente en el código penal y en la poesía que había perdido la risa y el color y la conciencia en las galas de la irrelevancia y la sordidez. En la evaluación que realizo -sorteando la diatriba de los coros fúnebres de la oposición que le impuso un gobierno paralelo durante veintitrés meses y cabildearon su destitución- el más poderoso instrumento comprensivo es el recuerdo de lo que éramos y lo que hacemos por cambiar eso que éramos, pues esto último es lo que nos define como ciudadanos y define a Nayib como líder, quien tiene permitido cometer sus propios errores, pero no los errores del pasado -esos ya los cometimos nosotros, y con muchas cuartas de más-, y esa es la única cláusula del pacto social firmado entre él y el pueblo. 

Al evaluar sus cuatro años imagino al pueblo cayendo perdidamente enamorado en el paisaje de febrero; lo imagino ascendiendo por las treinta gradas del infierno oscuro de los homicidios diarios, trivializados por la costumbre de convertir los muertos en simples números que los políticos del bipartidismo se pasaban por los huevos; lo imagino sacudiéndose a los políticos criminalmente corruptos y corruptamente criminales, como el perro que se sacude las pulgas o como quien se sacude las gotas de un diluvio que nos ha hecho creer, con justificaciones de peso (que hay que discutir cuando las aguas del diluvio hayan retrocedido) que todos los años pasados y los actos realizados fueron mezquinos porque en ellos resbalaba la utopía social como lluvia sucia. Sin embargo, esa lluvia sucia encontró su derecho a ser arco iris hace cuatro años, un arco iris que no hay que señalar con los dedos de la corrupción e impunidad para que no se desvanezca.

En estos años estamos reinventando el país; reinventando la ilusión; reinventando el Estado; reinventando la revolución social como utensilio de sí misma al buscar que lo público sea mejor que lo privado… y que sea realmente público. Pero, en los tiempos de transición política hay que hacerle una prueba del puro al país para que no vuelva el asesino; hay que hacerle una limpia a la política para poner, en el sitio correcto, a los buenos y a los malos que están en todos lados; hay que llevar donde el sobador a la cultura política para que cure la artritis de la impunidad y los desgarros de los principios humanistas. 

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René Martínez Pineda
René Martínez Pineda
Sociólogo y escritor salvadoreño. Máster en Educación Universitaria

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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