Por René Martínez Pineda.
Se siente a flor de piel una drástica miasma de venganza lasciva cuando se ve a un corrupto encarcelado, y eso, dicen los religiosos de estirpe, es algo indebido, porque de lo que se trata, según ellos, es de poner la otra mejilla y sufrir con resignación, pues la sumisión es una virtud vital para la impunidad. Sin embargo, sin dejar de ser cristiano o bueno -no siempre se es las dos cosas al mismo tiempo- a veces puede más la cólera en un pueblo devoto, y no lo piensa dos veces para disfrutar ese momento tan esperado. En mi caso, debí pensarlo seis veces, no dos, porque, dadas las circunstancias en las que vivo lo que me resta de vida, seguiré siendo un ateo cristiano y debo plegarme a las escrituras que a saber quién escribió. En ocasiones, como esta, disfruto la venganza por interpósita conciencia para no sentirme pecador, aprovechando que Juan le pidió consejos al hígado, aunque sea un adorador de la inmortal y perfecta Virgen Protectora que fascina con su milagro de belleza utopista en la casa de los pobres. Y este Juan del que les hablo, se dio cuenta de lo hecho cuando le dolió la quijada de tanto reírse al ver al corrupto con la cabeza gacha y tirándose peditos con premio cuando iba rumbo a la celda del castigo tardío, rezándole a los santos de los últimos robos y gritando que él, como Pepe el Toro, es inocente… ¡soy inocente, hijos de puta!
Y es que él -me refiero al que va tirándose peditos de miedo- decía en las reuniones parlamentarias que era demasiado bueno para estar entre tanto pendejo, y que el dinerito extra que robaba era para compensar su sabiduría; decía que él era una perla en medio de los cuches, y, como el santo de los lacayos, un día confesó que “si pude robar, robé, y qué, pero no he matado ni una hormiga¡ A Juan lo azuzó Óscar para que se le metiera el diablo, y vino y zampó la televisión en el retrete, pensado en que el tipo sentiría la densa gelatina que la habita, mientras le lanzaba mil insultos irrepetibles, lo cual fue un acto de odio puro y lapidario. Se le salieron las lágrimas del ojo derecho cuando iba ingresando en la celda 21, y dijo que fue porque le entró una basurita. Y entonces, quitándose la camisa de macho probado en los cuarteles, se puso a pedir perdón. ¡Quién putas lo mandó a robar con el uniforme de gala puesto! ¡Hoy socala, cabrón! le gritaron, en coro, Juan y Óscar. Su imagen doblegada por las esposas era curva y gris, todo lo opuesto a la del cínico insultador de bolígrafo caro.
Antes de que entrara a su nuevo aposento, llegó el Señor Obispo a consolarlo, y le regaló una estampita de San Mauricio de Tipitapa para que lo protegiera de los penes ajenos y ansiosos de salir del ayuno. ¡Ma tu estampita!, pensé yo. Que Dios me perdone, dije, cuando vi sus ojos de buey viendo pasar el tren justo en el momento en el que los reos lo despojaban de sus últimas pertenencias, apenas un billete de tres dólares y las llaves exóticas de una mansión cuya dirección nunca dio, eso era todo lo que llevaba encima. Y entonces pienso que, si este viejito de nalgas osunas no hubiera robado ni manipulado declaraciones sobre crímenes horrendos, anduviera tranquilo para arriba y para abajo con sus nietos y amantes, o estuviera haciendo macramé como terapia contra la avaricia… o anduviera regañando al perro por haberse cagado en el sillón estilo Luis XV que compró en Paris cuando fue a pasear con todos los gastos pagados. Pero no pudo contra su instinto de mañoso consuetudinario que lo llevó a juntar diez mil maletines negros rebosando de dinero. ¡Puta, cuánto espacio ocupará diez mil maletines negros atiborrados de dinero!
Estoy seguro de que en ese pedo en el que se metió, y que hoy lo tiene tirándose peditos de miedo, recibió la ayuda de muchos asesores jurídicos; estoy seguro de que tuvo sus cómplices, eso lo debes saber bien tú, Óscar, que eres un estudioso de la corrupción política y un experto en corbatas de manufactura inglesa. Es más, creo que recibió la ayuda de algún santo de ojo pacho. Por suerte, el pueblo no olvida, aunque se tarde en actuar para remediar tanta porquería y hacer cumplir eso de “no tomarás el pisto de Dios en vano”, y lo haga cumplir, a él y a los otros mañosos piores que él, la sentencia de devolver lo robado con la cola entre los huevos. Estos tipos cometieron tantos robos que, si los repartimos democráticamente, tocarían unos diez per cápita… y pensar que a Chepe Loco lo metieron preso, hace quince años, por haberse robado una gallina accidentada para celebrar la fiesta rosa de su hija mayor. Por eso, a este tipo hay que cobrarle hasta los malos pedos que se tiró en sus ranchos de playa, porque lo que se robó equivale a ciento dos años de salarios de alguien que gana el mínimo. Dios nos perdone por estar felices al verlo entrar a la celda con la cola entre los huevos y su pelo blanquito cundido de ladillas.
A lo mejor mi felicidad no merezca aplausos, pero tampoco es un pecado capital, porque todos tenemos vela en este encierro. Y aquel funesto creía que meterse con él era tocarle los huevos al tigre, y que sus buenos tiempos nunca acabarían. Él solito se metió la estaca en el culo, así que hoy le toca socarla cuando se deleite viendo las fotos de las mujeres desnudas que, desde el catre, serán fascinantes y adictivas porque serán, en su imaginario, el horizonte que nunca va a tocar. Mejor ya no sigo confesando esta felicidad que debería ser inconfesa, no vaya a ser que me acusen del delito de abuso de un cuerpo muerto que aún respira, como dijo el hijo del poeta más entrañable. Lo mejor es guardar silencio porque la procesión de mañosos que se avecina va a ser larga y hay que soltar una sola carcajada. Al final es Dios-Pueblo quien hará justicia y repartirá celdas como quien reparte tarjetitas de navidad. Lo más prudente es encomendarse a la inmortal y perfecta Virgen Protectora de los pobres, porque tiene mucha influencia con la de Guadalupe… no vaya a ser que necesitemos de sus milagros si nos acusan de abuso.