En las últimas semanas transcurrió un conjunto de hechos que se deben recapitular para establecer su posible incidencia en lo cotidiano. En este sentido el nacimiento de la primera nominación Cardenalicia en la historia de nuestro país, seguida de la aceptación y respaldo popular que se manifestó en el significativo, jubiloso y esperanzador arribó de su Eminencia Reverendísima Cardenal Gregorio Rosa Chávez de regreso a nuestra patria. Esta noticia saturó positivamente la generalidad de medios de comunicación; este acontecimiento es de merecida justicia para la iglesia de los pobres que tantos mártires y sacrificio acumuló por décadas; este hecho también se corresponde con la trayectoria de fe, humildad, sencillez, de un gran ser humano, como es nuestro hoy Cardenal, que estamos seguros que nunca esperó una gracia como esta, pero confió en “echar su pan sobre las aguas”¦”, y a lo largo del tiempo ha sido consecuente con la obra y pensamiento de nuestro santo mártir Monseñor Romero.
Esta gracia también es producto del complejo proceso social que ha vivido una buena parte de la iglesia y la sociedad en su conjunto, sumado a la constancia en el tiempo, que contribuyeron dotando al Cardenal de su singular fortaleza y sabiduría producto de la experiencia y sólida formación; además es producto de su firme compromiso con este sufrido pueblo. Esta nominación sin duda ha sido posible por que tenemos un gigante de la estatura ineludible de Monseñor Romero, ejemplo del indoblegable esfuerzo de los humildes más sufridos de nuestra nación en su permanente búsqueda de la justicia y La Paz. Romero es un santo del pueblo que con firmeza, ejemplo y alto espíritu de sacrificio ofreció generosamente su vida contribuyendo con su sangre al proceso de paz y a la conciencia por la ejecución de una agenda social de justicia, y al logro del espacio y reconocimiento que nuestra salvadoreñidad se ha abierto en el mundo. Esta nominación Cardenalicia al final también es producto de los nuevos tiempos que empujan un aire fresco que ha impregnado poco a poco a la Iglesia Católica, con mayor claridad desde la asunción de Su Santidad El Papa Francisco al frente de una institución milenaria que ha sabido insertarse en cada tiempo.
Probablemente sean muchas las expectativas que abriguemos con la llegada de este nuevo apostolado Cardenalicio; precisamente el momento coincide con la celebración del centenario del natalicio de nuestro Obispo Mártir el próximo quince de agosto; y con el propósito de La Iglesia, los firmantes de La Paz, el Estado en su conjunto de promover y cultivar principios y valores que den fortaleza a la sociedad en este momento de crisis y violencia, con la promoción de la cátedra del Romerismo en el sistema educativo, en el espacio abierto de una necesaria cultura de paz. Conociendo la relevante incidencia que puede generar una investidura como esta; sobre todo por la incuestionable estatura ética y moral del Cardenal, y su conocimiento y dominio de los problemas que agobian al pueblo, está bien merecida investidura que hoy engalana a la Iglesia Católica y a todo el pueblo salvadoreño, puede ser un “atalaya” que incida en los grandes temas de nación, en un equilibrio a favor de los hasta hoy tan desfavorecidos intereses de los más pobres.
Tanto La Iglesia en su conjunto, su Conferencia Episcopal, su Obispo a cargo, como El Cardenal, tienen suficiente sabiduría y experiencia para encontrar la manera de contribuir desde la fe con los altos intereses y retos de nuestra sociedad.
Con mucha alegría conocimos de las nuevas tareas del Cardenal, la importante y lejana misión que le encomendó Su Santidad, de ir a contribuir en la mediación del grave conflicto bélico latente entre las dos Coreas que lleva sesenta y siete años. Somos conscientes de los peligros que ese tensionamiento representa para la estabilidad y La Paz en el mundo; además sabemos que uno de los activos que más luce nuestro país, es el prestigio por la capacidad de haber puesto fin al conflicto armado por la vía de una exitosa negociación política. Nuestro país ya contribuye en la actualidad con importantes misiones de paz en el marco de Naciones Unidas, sean de carácter policial, militar con los Cascos Azules, o diplomáticas como ha sido en procesos como el de Colombia; en este caso, que mejor que alguien con la experiencia y solidez de su Eminencia para contribuir en esas latitudes.
La falta de credibilidad de una buena parte de la sociedad sobre nuestros partidos políticos, sea por malicia mediática, mala comunicación, deficiente desempeño, estilos y métodos o pérdida de rumbo, debería ser motivo para severos procesos de revisión y ajuste interno; pero también para avanzar en la búsqueda de nuevos marcos de entendimiento con todos los sectores, más allá de la organicidad de los partidos, que efectivamente genere la confianza para enfrentar los grandes retos de país con quienes efectivamente estén dispuestos a trabajar por los más pobres de este sufrido pueblo, en este sentido estoy seguro que los postulados del evangelio desde la perspectiva de todas las iglesias que genuinamente representen los intereses de los humildes pueden contribuir a ese gran consenso.