“Llegó al poder sin un plan operativo de gobierno, escaso de hombres capaces y honestos, algunos de sus dirigentes se han dedicado más a servirse del poder que a servir desde el poder” (Ellacuría, 1987). Parecería una mera descripción de nuestro entorno político actual. Una descripción de los hecho en los que estamos rodeados, de gente mediocre que solo busca favorecer sus intereses personales sobre el interés del estado y de las población. Sin embargo, el texto no es de ahora, ni de hace dos años, este texto fue escrito en 1987 por el sacerdote jesuita Ignacio Ellacuría para un editorial de la revista ECA.
Leer a Ignacio Ellacuría podría convertirse en una bofetada a nuestra sociedad por el poco avance en las condiciones sociales, económicas y políticas. Leer sus editoriales publicados en la revistas ECA, publicado por la UCA, es darnos cuenta de que vivimos en las mismas condiciones en las que estaba el país en los años 80. Una triste realidad.
Releyendo un editorial titulado “¿Por qué no avanza El Salvador” (Editorial ECA, 1987) se puede notar que los actores sociales y políticos solo han cambiado de nombre y de bando, pero que siguen destruyendo al país a su antojo. Ahora ya no hay una lucha armada como la había en el 87; sin embargo, sí hay una lucha social en la que los que sufren las consecuencias siguen siendo los mismos sectores: los menos favorecidos. Ellos siguen sufriendo la violencia, la pobreza extrema, la desigualdad, el alto costo de la vida, y una infinidad de etcéteras.
Hemos entrado en una época en la que, al igual que los años 80, no se ve salida viable a toda la situación en la que estamos inmersos. En palabras de Ellacuría, “El Salvador ha entrado en un período donde se agota, pero no sea mueve, donde se tensiona, pero no avanza…” (p. 175) y es que la clase política no está viendo la problemática de la población, solo tiene ojos para una sola cosa: sus intereses.
Ellacuría hablaba de una diferencia en la correlación de fuerzas y de una lejana solución a los problemas debido a su notable diferencia de caminos. Y sostenía que “por lo que toca a la crisis actual, parece haberse llegado a un momento en el cual la terrible energía desatada no se utiliza para hacer avanzar al país, sino más bien para sacudirlo y para descoyuntarlo hasta dejarlo deshecho” (p. 175). Terriblemente, y digo terriblemente por la inquietud que causa el descenlace que hubo en los años que escribía Ellacuría, todo, absolutamente todo, se integra muy bien con lo que sucede actualmente en nuestro país.
Se dificulta pensar que ante tanta similitud con la realidad que se vivía en los años 80, poco nos falte por tener un desenlace similar, si es que no estamos ya en ello, a lo que nos pasó en la década pasada. Solo hay que esperar que la clase política deje de pensar tanto en ellos y, como ya parece trillado decirlo, haga algo más por la población.
Hay que ponernos a pensar en cómo están trabajando las oposiones, sea el gobierno que sea, para pensar cuál es el rumbo que iremos tomando como nación. Ellacuría ya lo dijo: “Se trata, más bien, de un nudo de oposiciones, que ni siquiera son contradicciones, donde a veces se unen en el tirón los que se estiman opuestos entre sí, pero que en su lucha por el poder no solo favorecen coyunturalmente a quienes no desean favorecer, sino que entorpecen el proceso a larga distancia y, lo que es peor, somenten al país a tensiones entorpecedoras de su dinamismo y de su capacidad de avanzar” (p. 177). Al leerlo suena un poco tenebroso y desesperanzador; sin embargo, lo que viene se puede arreglar si pensamos un poco más como país y no como banderas ideológicas.