miércoles, 11 diciembre 2024

El santo del pueblo: monseñor Romero y su compromiso

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El informe de la Comisión de la Verdad, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así­ como el Vaticano coinciden sobre la conspiración que dirigió Roberto d'Aubuisson para asesinar al ahora santo

Óscar Arnulfo Romero, quien fue canonizado este domingo por el papa Francisco en Roma, era el arzobispo de San Salvador cuando un francotirador de los escuadrones de la muerte de la ultraderecha lo asesinó el 24 de marzo de 1980 mientras celebraba misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer.

Su magnicidio, que continúa impune, fue la gota que derramó el vaso en las confrontaciones polí­ticas que viví­a el paí­s centroamericano, según analistas salvadoreños e internacionales. Una confrontación que desembocó en la guerra civil (1980-1992) entre el Gobierno derechista y la guerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí­ para la Liberación Nacional (FMLN).

Nacido en Ciudad Barrios, departamento de San Miguel, el 15 de agosto de 1917, Óscar Arnulfo Romero Galdámez fue nombrado arzobispo en 1977. Su figura cobró relieve debido a que usó el púlpito de la Catedral Metropolitana para denunciar las graves violaciones de los derechos humanos cometidas tanto por las fuerzas armadas como por la naciente insurgencia.

Le puede interesar: ‘Romero fue un santo de los pobres que ordenó a los militares no matar’.

Según el informe de una comisión formada por Naciones Unidas tras los acuerdos que acabaron con 12 años de guerra civil, el entonces mayor de inteligencia Roberto d’Aubuisson fue quien ordenó a un escuadrón de la muerte asesinar al prelado

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), así­ como el Vaticano también coinciden con Naciones Unidas sobre la conspiración que dirigió d’Aubuisson para asesinarlo.

La vida y obra del arzobispo salvadoreño, a quien muchos llamaban ya hace tiempo "San Romero de América", fue analizada por el Vaticano para elevarlo a los altares desde 1994. El proceso cobró empuje después de que el propio papa Francisco ordenara su agilización tras un largo estancamiento.

Los predecesores de Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, sostuvieron en su momento que Romero fue un "mártir de la fe", pero también existí­a un debate sobre si su asesinato podí­a considerarse como un "martirio" o causado por elementos sociales y polí­ticos, lo cual habí­a retardado su proceso de beatificación.

En enero de 2015 sin embargo los miembros del congreso de teólogos de la Congregación para las Causas de los Santos dieron su voto positivo unánime en el reconocimiento al martirio sufrido por el arzobispo de El Salvador.

Romero provení­a de una familia humilde y era el segundo de ocho hermanos. Inició su carrera clerical a la edad de 13 años, en 1930, cuando entró en el seminario menor de San Miguel de la Frontera. Se ordenó como sacerdote en Roma el 4 abril de 1942.

Lea además: Humano antes que santo: monseñor Romero.

Muchos sacerdotes y laicos lo consideraban conservador y miembro de la prelatura del Opus Dei cuando fue nombrado arzobispo de San Salvador, el 3 de febrero de 1977, si bien su hermano Gaspar sostiene que Romero siempre trabajó por los más necesitados.

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En todo caso, la situación de violencia polí­tica del paí­s y hechos como el asesinato, ese mismo año, del sacerdote jesuita Rutilio Grande, un amigo suyo, convirtieron a Romero en un ferviente luchador y defensor de los pobres.

De hecho, sus homilí­as comenzaron a ser un espacio de denuncia de las injusticias sociales. Así­, monseñor Romero, junto a su arquidiócesis, decidió celebrar una misa frente a la catedral el 20 de marzo en señal de protesta por el asesinato de Grande y no participar en actos públicos del Gobierno hasta que éste esclareciese el crimen.

En los años siguientes Romero continuó luchando contra las graves injusticias sociales que acechaban al paí­s, marcado por toda una serie de gobiernos militares y profundas desigualdades sociales. Sus homilí­as eran transmitidas por la Radio YSAX, convirtiéndolo así­ en "la voz de los sin voz" en medio de la aguda confrontación polí­tica.

Su último mensaje en una misa dominical, el 23 de marzo de 2010, fue su "condena de muerte", coinciden los analistas.

"En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada dí­a más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión", manifestó Romero en un llamado dramático al cese de la matanza de obreros y campesinos. Al dí­a siguiente fue asesinado. Tení­a 62 años.

En el multitudinario funeral para Romero, el 30 de marzo, militares apostados en las azoteas de los edificios aledaños a la Catedral Metropolitana dispararon contra los miles de fieles que participaban en la misa de despedida, en la céntrica plaza Gerardo Barrios de San Salvador. No hubo cifras oficiales, pero se calcula que murieron entre 30 y 50 personas.

El sacerdote de origen español Ignacio Ellacurí­a, un seguidor de Romero asesinado en noviembre de 1989 junto a otros cinco curas jesuitas por un grupo de militares, dijo sobre el martirio del arzobispo: "Con monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador".

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