Visto desde la diáspora salvadoreña, el resultado de las presidenciales en el paisito centroamericano no resolverá la emigración constante y las desigualdades de siempre.
No supe de ningún candidato que haya ido a la frontera a parar a sus connacionales a no huir y proveerles alternativas concretas de seguridad y prosperidad, o que haya postulado la eliminación de las fuerza armadas y toda la casta militar, o que haya prometido plantar 50 millones de árboles, o que haya recorrido a pie de punta a punta todo el territorio nacional para oler el palo de jiote, para escuchar el zumbido de las poquitas abejas que van quedando, para tocar las piedras de joyas arqueológicas olvidadas, para comer pupusas de maíz y frijol no importado con los pocos campesinos que van quedando, para sorber la chicha cuzcatleca que ya casi nadie vende y apoyar el renacimiento de las artes plásticas, para ver salir el sol desde algún cantón marginado y prometer luchar por un país que no tenga necesidad de ninguna remesa ni tampoco de millonarios préstamos extranjeros.
Viendo las campañas de los presidenciales desde California (la cual tiene la quinta economía a nivel mundial y a pesar de ello grandes retos), no he sentido ni tristeza ni rabia, sino lástima, algo parecido al sentimiento de ver a los habitantes de una casa en llamas hablando en el celular, riéndose y chupando, y tomándose fotos para ponerlas en las redes sociales de la internet sin percatarse de la realidad que los embate.
Entonces surge la pregunta si el paisito con los pobres más pobres del mundo, como lo dijo el poeta Roque Dalton (1935-1975), merece algo mejor y justo que no sea el espejismo de las campañas de realidad alternativa de esos presidenciables que me llegaron a dar lástima.
Dudo que la emigración de salvadoreños que huyen de la inseguridad sea eliminada en los próximos cinco años. Hay mucha sabiduría en el refrán que dice que del dicho al hecho hay un gran trecho.
Hay un cuento salvadoreño que me lo contó mi amigo Manuel García, un migueleño ahora empresario en España. Dicen que una vez se murió una persona, y pasó que llegó un ángel y un diablo a proponerle donde su alma podría morar para siempre, pero que solamente podía escoger una vez y ya no podía retractarse. “Vamos a ver”, dijo la persona. El ángel lo llevó a una morada humilde donde iba a tener lo necesario. El diablo lo llevó a un hotel donde había comida, cerveza, música, gente sonriente y bailando, todos felices al lado de una piscina. “Con quién te vas?” le preguntaron. “Con el diablo”, respondió. Y se fueron caminando, pero al llegar al hotel, todo había cambiado, y todo estaba en llamas. “Esto no fue lo que me prometiste?” dijo la persona llorando. “Es que andaba en campaña,” dijo el diablo.
Para salir de la misma miasma, el paisito centroamericano tendrá que dejar de pedir remesas y préstamos extranjeros, y tendrá que buscar presidenciables que pongan el verdadero bienestar de los más pobres como la primera prioridad para una tierra por ahora mejor conocida como El Salvaduro.
(*) Abogado de ley migratoria de los Estados Unidos en Sherman Oaks, California, desde 1993 y columnista para CONTRAPUNTO desde 2007.