viernes, 10 enero 2025

El retorno a la belleza. Sonia Suárez una alquimista de agua en cerámica

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Conversamos con la ceramista peruana Sonia Suárez, quien explora la sutil profundidad de la cerámica y el vidrio en formas minerológicas que esconden más de lo que se supone.

Por Alejandro Herrera.

Conversamos con la ceramista peruana Sonia Suárez, quien explora la sutil profundidad de la cerámica y el vidrio en formas minerológicas que esconden más de lo que se supone.

Lo primero que remite el trabajo de Sonia es la invitación a tocar el agua. Esa agua vidriada que sus piezas guardan como perlas marinas, como residuos de una lluvia cósmica o acaso versos de Gustavo Adolfo Bécquer. Ver para tocar. En su taller uno de sus gatos con aire de Hohenzollern hace atenta guardia con sus ojos danubianos. Por todas partes cerámicas. En paredes, en las repisas, es como si creciera por toda la casa. Piezas de prueba, ensayos, piezas listas, otras por modelar. Un camino recorrido y por recorrer, horas y horas de trabajo , cientos de horas. Mientras tanto el gato indiferente me mira para verse así mismo en mis ojos. Oh, pirámides, tus gatos.

El trabajo de Sonia se puede definir como un equilibrado contraste de opuestos amalgamados en sus piezas de cerámica. Un juego entre lo superficial y lo complejo, lo pesado y lo liviano, el mineral y el agua, lo duro y lo blando. Existe en su trabajo una sugerencia a través de detalles marcados en formas orgánicas, como flores mineralógicas brotadas del fuego del horno. Su obra no es exageradamente elaborado, no está recargado. Hay una fidelidad a la naturaleza en formas armoniosas y curvas. Una geometría de la suavidad, un reflejo del mundo natural.

«He buscado en mi trabajo en cerámica, en mis formas, sugerir el agua. Me ha llamado mucho la atención desde siempre los reflejos, esa forma tan orgánica etérea y palpable que tiene el agua con sus traslúcidos y la refracción de la luz», me comenta Sonia.

A partir de un taller de cerámica que llevó años atrás, Sonia descubrió un camino en donde poder encauzar su energía a través de sus manos y el contacto con el barro. «Es curioso pero diez años atrás habían menos talleres de cerámica en Lima. Fue en un taller que me fascinó el contacto con la tierra, el barro, los hornos, hacer con las manos objetos tangibles y también bellos». En un mundo cada vez más virtual y con una omnipresencia de las pantallas en nuestras vidas, Sonia encontró su trinchera de resistencia frente a un mundo que se digitaliza a pasos agigantados, y hace preservar su humanidad a través de la creación en cerámica. Diez años después el número de talleres de cerámica ha crecido enormemente como menciona ella, solo en Lima casi se ha triplicado, pero no solo en Perú, en otras ciudades del mundo e incluso en Nueva York aumenta la demanda por la cerámica. «Es como si se hubiese producido una reacción ante la hegemonía de lo digital. Percibo una búsqueda de volver a la tierra, de hacer nuestras propias cosas, de buscar una belleza que nazca de nuestras manos. Y ese volver en la tierra muchos lo hemos hallado en la cerámica. Es un proceso maravilloso porque no sabes qué sorpresas te depara, tiene mucho de alquímico».

Desde entonces Sonia se pone a experimentar en su laboratorio de cerámica en Chorrillos, juega con el vidrio en dosis muy superiores a la de otras ceramistas peruanas, sobre todo le atrae ese juego de reflejos.

Una génesis en el mar

«Tenía 5 años y estaba jugando en la playa con mi prima. Jugábamos a sujetarnos de una baranda en el muelle. Abajo nuestra estaba el mar. No era una altura considerable pero tenía cinco años y me parecía muy emocionante sostenerme solo de mis manitos. En un momento calculé mal y caí al mar. Lo que siguió fueron burbujas y las olas que pasaban encima mío y yo a ratos respirando y a ratos no, emergiendo y sumergiéndome. No me acuerdo del miedo de ahogarme, pero si me acuerdo de los reflejos del mar, ese color con todo el zooplancton. Lo último que recuerdo es verme a mi misma salir del mar caminando. Ese mismo año en la alberca de la casa de un amigo de mi mamá, resulta que alguien por accidente me empuja al agua cuando estaba sentada en el borde de la piscina. Otra vez el ingreso no planeado, involuntario, el abrazo del agua, era como estar en otra dimensión, o así lo sentí de niña. Porque a diferencia de la otra vez en el muelle junto al mar al menos podía pisar la arena, y allí no. Recuerdo que solo pensé, ¿y ahora qué se hace? Felizmente alguien me jala de la ropa de baño y me devuelve al borde de la piscina. Desde ahí tengo una fascinación por los reflejos en el agua. Me remiten placer, deleite, tranquilidad. Me encuentro en esos reflejos. Cuando viajo a destinos con agua, sea que tengan mar, un río o lago, mi paseo es mirar el agua. Es todo un placer mirar las transparencias. Y es eso lo que siento cuando descubro el trabajo de vidrio en cerámica. Allí me realizo. Cuando veo el fondo, esa sensación de que hay algo más abajo. Como la introspección de estar buscando algo más».

Entre sus piezas está Cantera azul, de formas que remiten a las islas cícladas en el mar Egeo, una amable paleta de colores relajantes, blancos y azul verdoso como coral. Otra pieza en Azul ultramar de arcilla blanca con esmalte invita a tocarse. La experiencia que ofrece su trabajo remite a la concepción clásica de Chesterton de interpelar a todos los sentidos. No basta con ver, se hace casi imprescindible tocar sus formas.

«Son geografías orgánicas» me comenta mientras me muestra otra pieza, Cantera turca. «Tiene un color caribe de piedra preciosa y el efecto que produce la luz. Cuando miro mis obras y el mar cerca a mi casa, siento que me satisface su contemplación. Son formas relajantes al ojo, al cuerpo, al espíritu». Sin duda es una cerámica feliz. Se evidencia en las piezas un disfrute más allá de lo epidérmico. Es un pasar de formas estructuradas a un fluir de formas orgánicas. «Me dejo llevar. Dejo que la obra la haga. Pase de algo estructurado a algo más intuitivo. La cosa es fluir. No tengo que hacer nada más que hacerlo para mí. Quiero ver, jugar con los reflejos. Aquí está mi huella. Siento que es una proyección de mis modulaciones, una prolongación de mis nervios, de mi».

Algunas piezas tienen formas flameantes como las de un fuego petrificado. El movimiento detenido. Para Sonia lo que más le remite por asociación es a las formas de las geodas, que son esas formas minerales donde se encuentran las piedras preciosas, las cuales surgen de procesos geológicos de millones de años.

Su obra trabaja con piezas de tierra y vidrio reciclado. Existe también una paz y equilibrio que enuncian el deleite. «Mi obra lo que busca es estar en deleite, es estar en paz».

Queda claro con solo verlo que sus piezas juegan con predisposiciones biológicas para generar un auténtico placer sensorial. «Siento que cuando trabajo agarrara un pedazo de tierra y que esta contuviera el agua petrificada en él. Creo que lo que hago es llevar un poco de agua, de salud y naturaleza. Salud mental que termina siendo salud física. Lo hago hasta donde me lleven las manos. Y es que el ser humano al contemplar algo bello entra en equilibrio. Nuestro equilibrio está relacionado con el entorno».

El trabajo del ceramista exige una pericia especial. «Primero se hace la forma, el moldeado que se lleva al horno. Hasta secarse pueden pasar diez o veinte días. Según el tamaño. Hasta ahí uno tiene el Cascarón, algo sin color. Y esperar que no se parta. Se va jugando con los colores, con el vidrio. Se va probando los tintes de los colores. El color de la cerámica antes de quemar no se ves, es muy tenue. Después de quemarla, y dependiendo de la temperatura, saldrá el color más fuerte. Y esto es muy importante y especial en cerámica: Porque en cerámica si te equivocas ya no hay solución. La cerámica es una sorpresa. Es una alquimia. Y trato de ser lo más precisa. Cuando juegas con los esmaltes no sabes que colores van a salir. Y hay probabilidades que se rompan en la primera o segunda cocción. Exige pericia y paciencia. Hago pruebas y pruebas. Todo es prueba, el cómo va a salir el vidrio derretido. Muchas ceramistas por el riesgo que se rompa no ponen tanto vidrio. Yo en cambio sí le meto mucho, quiero aprovechar el espacio». Sin duda en este momento, Sonia está marcando tendencia.

Ha participado en exposiciones colectivas como en la prestigiosa CASACOR, con Colectivo Kapala Forum, en el Evento Glamour to Go de Rosario de Armenteras, en Barranco Open Studios, otra en el Museo Metropolitano de Lima (Evento Creative APEC con una selección de 4 piezas), así como varias participaciones en la histórica Galería Forum, una galería con fama de filtro que destila lo más preciado en las innovaciones artísticas del Perú.

Mientras contempla la bahía de Lima con un cigarrillo entre sus dedos, Sonia modela en el aire las formas de una nueva pieza de cerámica por nacer. Las volutas azulinas de su cigarro Winston rojo, vislumbran el capricho de una forma. En la yema de sus dedos Sonia toma nota, entretanto más allá del malecón Grau, una ola rompe el ruido de Lima. El tiempo estancado en la instantánea orgánica de vidrio azul verdoso. Agua sólida para ojos quietos. Agua que no has de beber, has de contemplar. El cigarro se termina y un gato de imperial pose contempla la bahía con amorosa indiferencia. Es todo lo que un gato puede dar, y eso es suficiente.

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Hans Alejandro Herrera
Hans Alejandro Herrera
Consultor editorial y periodista cultural, enfocado a autoras latinoamericanas, Chesterton y Bolaño. Colaborador de ContraPunto
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