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El periodista que ya no tiene quien le escriba

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Murió un periodista salvadoreño, no será ni el primero, ni el último, su nombre fue Maximiliano Rodrí­guez Mojica, antes de ser periodista Mojica, habí­a sido de la Guardia Nacional, quiso ser Coronel pero no pasó de ser Sargento, su pasado en la- GN-no fue de mucho orgullo, uso casco de hierro, polainas de cuero negro,  caramañola cinturón y porta cargadores, sabí­a de cómo el G-3 vomitaba balas y habí­a observado como sacaba las tripas a los campesinos como respuesta a sus exigencias de tierra o por el simple hecho de organizarse para reclamar sus  derechos. Amigo del polémico General  “Chele Medrano” a Mojica  se le debe literalmente el sobrenombre de ser  de “la vieja guardia de periodistas”.

Irónicamente él tení­a cuatro años, cuando el Gral. Maximiliano Martí­nez,  desarrolló el más grande  genocidio de campesinos que la historia registra en la zona occidental. En Febrero de 1928 Mojica, habí­a nacido en Coatepeque, tuvo la suerte de que no fue alcanzado por el extermino y se salvó de morir durante la guerra. Tuvo la dicha de nacer y vivir y el mundo no le fue indiferente, vivió la guerra pero no lo mató una bala, tuvo la desgracia que lo matara el Alcohol.

En la Guardia Nacional habí­a sido el Coeditor de la “Revista Guardia”, luego pasó a escribir artí­culos de opinión en El Diario de Hoy, donde se desempeñó por muchos años como periodista a él se le atribuyó las fotografí­as que aparecieron  en ese matutino  de muchos estudiantes desaparecidos durante la ocupación  militar de la Universidad de El Salvador  y otras fotos de jóvenes universitarios  a quienes se les colocaba tradicionalmente una media docena de fusiles a los pies y  luego aparecí­an bajo el titular “capturan a terroristas”, las armas eran las evidencias para que fueran procesados y aniquilados civil y polí­ticamente.

Hace unos 40 años escribió un artí­culo, que le ubicó en concordancia con “los valores conservadores de la época” él mismo demandó a los escritores de su generación y a los intelectuales contemporáneos  que gastaran su tinta en escribir sobre la relaciones seguras y responsables entre los jóvenes y sobre los peligros del alcoholismo, defendí­a a los patronos y a los dueños de las fincas, siempre se puso del lado de los poderosos aunque su origen fuera humilde, el mismo decí­a que se habí­a tragado la idea de ser un defensor de la patria de una supuesta agresión permanente de  comunistas, pero fue muy inteligente para entender que el muro cayó en 1991, años después lo entendió en total soledad apuntó todo en su libreta y terminó en la calles sin ningún beneficio como veterano de guerra, ni como periodista.

Quienes lo conocieron saben perfectamente que trabajó como reportero, en El Diario de Hoy, que cambió su indumentaria de la fatí­dica Guardia  Nacional, por una cámara, grabadora, libreta de apuntes y la máquina de escribir. Laboró en las fuentes de economí­a, del desaparecido y tenebroso Ministerio del Interior, en los últimos años se le veí­a por el centro de San Salvador y nadie ninguna asociación de periodistas, ningún gremio independiente ni sus antiguos patronos, ninguno de sus amigos con quienes departió tragos y juergas en el casino de la Guardia Nacional, hiso un verdadero intento por sacarlo de ese infierno humano. 

Ernesto Rivas, fotoperiodista que laboró en El Diario de Hoy y que hoy es parte de la diáspora de periodista que se fueron ya del paí­s,  subió hace muchos años, unas fotografí­as de la evolución de su desgracia, en algunas de ellas se le ve sobrio y desempeñando sus funciones en otras, él,  deambula por la calles de esta ciudad, durmiendo debajo de una vieja e improvisada casa de cartón y plástico y bajo una mugrienta mesa de madera, en las aceras del decadente Cine Libertad.

El periodista Hugo Dueñas, quien trabajó hace unos 20 años atrás en El Diario de Hoy, redactó un reportaje sobre el abandono de los ancianos, se encontró con él,  desarrolló su historia pero  como un ejemplo del abandono de las personas de la tercera edad, escribió en 1998 su historia.  Pero jamás  imaginó  que se trataba de un periodista salvadoreño; aunque luego se dio cuenta de ello.

Le vimos en varias oportunidades gritando  su nombre por varios minutos, como efecto del “delirium tremens” maldecí­a a sus jefes y a sus editores  dijo no haberse desmovilizado nunca, le  observamos  recorriendo estas caóticas calles de San Salvador, siempre escribí­a en su libreta de apuntes como si anduviera reporteando, pero un dí­a le robaron casi todo, lo único que le dejaron los ladrones fue un escapulario que su madre le habí­a regalado…y su amarillo y plastificado carnet de periodista que lo guardaba celosamente y su fotografí­a de joven en el que decí­a:  periodista.

Se trata de una generación polémica pues a pesar de que no tuvieron escuela, ni formación académica y estuvieron  vinculados a los poderes fácticos o fueron instrumentalizados en muchos momentos, cumplieron con labores increí­bles dentro de la profesión periodí­sticas y al final en el ocaso de sus años, olvidados, despreciados e ignorados por su generación por sus antiguos patronos, tirados al olvido a la debilidades personales y humanas. 

Sé que no es el único caso de esa generación de periodistas olvidados, hay varios en la calles de muchas ciudades del paí­s, ¿Qué fue de esa generación de periodistas? Nunca se organizaron, no creyeron en nadie aprendieron a desconfiar de todos o fueron ví­ctimas del fatalismo de que todos mienten y del individualismo que nos generó algún modelo egoí­sta, no lo sé.

La labor periodistica es un apostolado, es una entrega cotidiana, durante años hemos estado desinformados con medias verdades y falsedades completas,  con practicas periodí­sticas que respondieron a intereses conservadores de sectores económicos, que buscaron o se interesaron únicamente por  mantener sus hegemoní­a informativa  y sus cuentas bancarias institucionales solventes, olvidándose de los periodistas que escribieron en esos Medios de Comunicación.

A otros como Mojica, cuando ya no les sirven para sus propósitos simplemente les tiran al olvido, confinándolos al desprecio, no al infierno, quizá partió de ese lugar  para estar ahora en paz. Mojica ha muerto y el periodista ya no tiene quien le escriba.

 

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Rigoberto Chinchilla
Rigoberto Chinchilla
Periodista salvadoreño. Graduado en la Universidad de El Salvador (UES); colaborador y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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