viernes, 26 abril 2024
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El periodismo y los hijos de la chingada

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En El Salvador, tenemos nuestra figura mitológica de la Siguanaba, que ahuyenta a los hombres y busca a su hijo de manera desaforada inculcando un miedo a los que no actúan de manera responsable con su familia

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Este 12 de diciembre se celebra la el día de la virgen de Guadalupe,  la mayoría de los medios de comunicación, informan sobre la asistencia de creyentes que llevan a sus hijos amorosamente a presentarlos ante su imagen vestidos de “indios” para venerarle en un acto de devoción que tiene su raíz en una práctica aceptada popularmente.

Obviamente su devoción tiene su origen con la conquista y el establecimiento de las nuevas divinidades, por los españoles y su mito surge en la aparición a un indígena en el cerro del Tepeyac, donde anteriormente se veneraba a Tonantzin “nuestra madre” diosa de la fertilidad de la tierra, para los Aztecas, quienes con la conquista terminó un ciclo cósmico de adoración  a sus dioses amantes de la naturaleza y su entorno, los cual dio paso a otro ciclo  de divinidades traídas por las espiritualidad española, es este caso un el matiz de madre de los indígenas, una virgen morena.

Pero en las contradicciones históricas del surgimiento de la devoción, encontramos en las expresiones mexicanas la creación de figuras y  mitos fundacionales, que tienen representación simbólica hasta en nuestro subconsciente por ejemplo cuando se refirieren a “la Chingada” una expresión que evoca a la representación de la mujer abusada, violentada y  forzada, reducida al chingaste, lo último la reducto que queda de una bebida aromática, asociada a los agravios cometidos en la conquista española, y por los hombres, que todo mundo desprecia, decirle a alguien “hijo de la chingada” es una ofensa grave  y  me refiero al sentido histórico no al religioso que merece todo respeto.

Por alguna razón el machismo de la región de donde proviene esas prácticas religiosa encontramos contradicción,  La Malinche es la figura de la traición, por su vinculación con Hernán Cortez y se le asocia a sus hijo que no le perdona el abandono de su cultura por otra foránea, por ello ese calificativo de “malinchista” usado en definiciones periodísticas como aceptación del extranjero y rechazo de lo local encuentra una definición asociativa en nuestras prácticas de vida modernas. La crueldad de ese mito fundacional es de tal arraigo, que las mujeres nacidas en Tlaxcala, hoy día se les acusa de traicioneras, en todo sentido de la acepción de la palabra.

No es extraño escuchar expresiones: “la fiesta estuvo padre, sabes qué, eres un niño padrísimo, que padre estuvo todo” y contradictoriamente decir; “ni madre cabrón, a la madre” es decir; asociar las circunstancias malas a la madre y lo bueno al padre. Esto lo define y profundiza  Octavio Paz, el nobel de literatura en “El laberinto de la soledad” de manera amplia y nos comparte el antagonismo del fenómeno guadalupano, por una parte devoción la madre la virgen y por otra, rechazarla con calificativo despectivos a la mujer que es madre generadora de la vida.

En El Salvador, tenemos nuestra figura mitológica de la Siguanaba, que ahuyenta a los hombres y busca a su hijo de manera desaforada inculcando un miedo a los que no actúan de manera responsable con su familia. Esa ruptura de la separación en esos mitos fundacionales son necesarios para poder ser creíble la autonomía, pues la orfandad y la soledad en todo sentido es necesario para el sometimiento de cualquier pensamiento que es cubierto con la presencia de otra fuerza de valor que llena el vacío humano.

En la mayoría de la culturas las divinidades masculinas, desplazan a las figuras femeninas, Jehová, Iahvé, Zeus, poderosos, creadores, fuertes, dominadores, que parten con su fuerza la vida y heredan vida, lanzan rayos, devoran mujeres, tiranos eligen con quien procrearse, el “macho” es el “gran chingón” que abre camino a todos, desligado de cualquier responsabilidad y  conducta que le dé orden y sumisión y quien merece toda la atención.

Un psicólogo diría que la suma del fondo de su carácter obedece a esa orfandad, el uso de la pistola o una arma, portador de la muerte y del símbolo fálico, del auto grande y la exhibición de dinero  o que aguanta beber aguardiente más que otros y que demuestra a los demás  que tiene mujeres a su alrededor, aunque su naturaleza se frágil y pequeña.

El fenómeno guadalupano, nos abre la herida de nuestro origen verdadero de nuestra orfandad histórica aniquilada y preñada de otros valores, una herida aún abierta  por la que respiramos, más que una devoción religiosa y cultural, es el mensaje de que tanto hemos entendido nuestro plan existencial desde nuestro trabajo, hogar o responsabilidad profesional o académica y porque no decirlo como país, desilusionados por falsos profetas, por modelos egoístas y líderes corruptibles, megalomanías extremas, en tiempos del post modernismo del que tanto nos jactamos,  en la que juventudes y adultos, no nos preocupamos por saber como diría Oswaldo Escobar Velado: de dónde viene el semen de nuestras vidas. 

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Rigoberto Chinchilla
Rigoberto Chinchilla
Periodista salvadoreño. Graduado en la Universidad de El Salvador (UES); colaborador y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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