No hay frase más mediocre y repugnante en el léxico salvadoreño que “es que así es”. Y como “así es” o lo aceptás como hecho incuestionable o te miran de forma condescendiente. El simple “¿y por qué?” incomoda pues la costumbre es no cuestionar.
El caos en el país se debe a la falta de consecuencias: un vendedor hizo una champa a media calle y nadie le dijo nada, vinieron los demás y construyeron con ladrillo; el descarado que orina donde los otros se orinaron no es capaz de siquiera leer el rótulo que lo saluda pidiéndole que no sea burro. Las señales de tránsito parecen estar de decoración y así el busero no paga multas y el del micro se tira el semáforo en rojo; el cañero y el camionero se estacionan a media autopista a descansar o a bajar los tambos de gas; el del carro polarizado atropelló al de la moto y la señora que se iba a pasar la calle fue arrollada por la horda de motoristas impacientes; el hombre aquel que fue atropellado mientras botaba ripio en la carretera estaría con vida si hubiese respetado las reglas básicas de convivencia. No es que “así sea”, es que así lo hemos permitido e internalizado y, como no hay consecuencias, las cosas siguen siendo así.
Es tiempo de reflexionar. Es tiempo de desaprender. Es tiempo de hacer cumplir las leyes y quienes las incumplan que paguen las consecuencias. Es tiempo que cuestionemos todo y a todos, incluso a nosotros mismos. La rutina nos fosiliza y con el tiempo se transforma en caos. Es tiempo de desafiar el statu quo que nos caracteriza.
Aunque incomode, preguntémonos el porqué de todo. ¿Por qué hay que aceptar que todos los que llegan al gobierno roban? Aunque así haya sido, es tiempo de convertirse en fiscalizador de dichas anormalidades. Tenemos un documento ÚNICO de identidad, sin embargo el banco te pide el NIT y el policía te pide la licencia. ¿Por qué no exigir que el DUI sea verdaderamente único y que cada alcaldía sea capaz de emitirlo? ¿Por qué no exigirle a Hacienda que tu solicitud para declarar en línea no tenga que hacerse en persona? ¿Por qué no demandar la abolición de los gobernadores departamentales que no hacen nada ni son elegidos? ¿Por qué no atreverse a la igualdad de género para que las niñas jueguen como los niños?
Aprender a ser irreverente y no conformarse debería ser el reto individual para transformar al país. Mi profesor de estadística en la universidad, al reclamarle su equivocación por mi 6.7 final, me decía “dale gracias a Dios que es casi siete y no casi 6”. Es que así es. ¡No, joven! Negate a aceptar una verdad sin pruebas. Si en la oficina te dicen que llegaste fuera de hora para que te sellen un documento estando el sello enfrente, ¡decile que te lo presten! Si el vigilante de la universidad te recrimina por besar a tu novio, ¡besalo más! Esa pseudo moralidad la quieren imponer porque lo único que tienen es poder. Cuando vas a comprar un libro y te dan una edición inferior, ¡hay que reclamarlo! O si vas a la cafetería y te dan algo distinto al menu porque lo que pediste ya no había y lo sustituyeron, ¡no lo tomés! Si te dicen que algo tiene garantía, ¡hacela valer! Si el banco te cobra por el uso de tarjeta, ¡buscá otro banco! Al fin y al cabo es tu dinero y lo podés gastarlo donde te dé la gana.
No nos conformemos. No normalicemos la mediocridad. Eliminemos el “vaya pues” de nuestro vocabulario. Eso de que devuelvan lo robado es chistoso y burlesco, pero no basta querer moralizar. Si solo se deja ahí, como sátira barata, sin apretar las riendas exigiendo que lo devuelvan, de nada bastará repetir la frase mientras los ladrones sigan disfrutando de lo robado… como aquel muchacho que repetía la frase aun sabiendo que era él quien robaba en la oficina.