El pasado martes en la elección presidencial de Estados Unidos ganó el discurso nacional-populista, con tintes fascistas, enarbolado por Donald Trump. La sociedad blanca conservadora, cerrada e intolerante, que representa la mitad de la población de Estados Unidos, está hoy al mando de ese país.
La retórica del candidato republicano puso por delante, los propuso como valores, la xenofobia, el racismo, la misoginia, el desprecio a los migrantes y discapacitados. Este discurso generó simpatía y aceptación entre millones de estadounidenses.
Temas problemáticos en la sociedad de Estados Unidos que parecían ya habían desaparecido, que por años causaron tensiones y muertes, están de nuevo en la mesa. El discurso de Trump propone como “normal” que alguien se defina como xenófobo o racista. Y también que se asuma como “normal” que los políticos mientan, falseen declaraciones y que se vea como un “triunfo ciudadano” no cumplir con las leyes y tampoco pagar los impuestos. Ya no es vergonzoso, antes era la posición de sólo pequeños grupos clandestinos, manifestarse abiertamente por la idea de la “supremacía blanca”.
El discurso de Trump tira por la borda los mejores valores de la sociedad estadounidense. La rueda de la historia ha dado vuelta atrás. El que Trump piense así es grave, pero que lo sigan millones y millones de personas, la mitad de los habitantes de Estados Unidos, asusta y resulta incomprensible.
Estados Unidos, después de esta campaña, se ha convertido en otro país. La posición progresista y abierta que caracterizó la gestión del presidente Barack Obama (2008-2017) quedó atrás. Ahora está al mando, de todavía la primera economía del mundo, el sector que asume la xenofobia y el racismo como virtud. En su visión los otros, los que no son blancos, tienen un estatuto inferior aunque sean estadounidenses.
La sociedad con su decisión sorprende al mundo. Es de esperar que en los próximos cuatro años, los del mandato de Trump, avancen y se radicalicen las posiciones xenófobas y racistas, pero también misóginas y contra los migrantes. El discurso de Trump las ha establecido como “normales” y válidas.
Estados Unidos surge de este proceso electoral como una nación dividida y confrontada. El discurso nacional-populista de Trump marcó la línea en toda la campaña. Ese discurso, que promueve el odio, obtuvo la simpatía y el aplauso de la mitad de la sociedad estadounidense. Ahora por eso es presidente. Eso asusta y genera preocupación.
La comunidad internacional está inquieta. ¿Qué se puede esperar de un mentiroso compulsivo como Trump? ¿Qué se puede esperar de alguien que a cada momento pierde el control, agrede e insulta a los demás? ¿Qué se puede esperar, en un mundo complejo y multicultural, de alguien que cree en la supremacía blanca?