lunes, 2 diciembre 2024
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El mito del estancamiento secular

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Un estí­mulo fiscal de la magnitud del de diciembre de 2017 y enero de 2018 (que en ese momento la economí­a en realidad no necesitaba) hubiera sido mucho más potente diez años antes, cuando el desempleo era tan alto. De modo que la débil recuperación no fue resultado del "estancamiento secular": el problema fue que el gobierno aplicó polí­ticas inadecuadas

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NUEVA YORK ““ Tras la crisis financiera de 2008, algunos economistas sostuvieron que Estados Unidos (y acaso la economí­a mundial) padecí­an “estancamiento secular”, una idea que se originó después de la Gran Depresión. Las economí­as siempre se habí­an recuperado de sus caí­das, pero la Gran Depresión tuvo una duración inédita. Muchos creyeron que la recuperación no hubiera sido posible sin el gasto público de la Segunda Guerra Mundial, y temí­an que al terminar la guerra la economí­a volverí­a a estancarse.

Se pensaba que habí­a sucedido algo por lo cual, incluso con tipos de interés bajos o nulos, la economí­a seguirí­a paralizada. Felizmente estas aciagas predicciones resultaron erradas, por razones que ahora comprendemos bien.

A los responsables de manejar la recuperación de la crisis de 2008 (las mismas personas culpables de la subregulación de la economí­a en los dí­as previos a la crisis, a quienes inexplicablemente el presidente Barack Obama acudió para que arreglaran lo que habí­an ayudado a desarreglar) la idea de estancamiento secular les pareció atractiva, porque explicaba su incapacidad de lograr una recuperación rápida y sostenida. Por eso, mientras la economí­a languidecí­a, revivieron la idea, insinuando que ellos no tení­an la culpa, porque hací­an lo que podí­an.

Los acontecimientos del año pasado mostraron la falsedad de esta idea, que nunca pareció muy verosí­mil. Una mal diseñada reforma tributaria regresiva y un programa de incremento del gasto con respaldo bipartidario provocaron un súbito aumento del déficit estadounidense, de cerca del 3% a casi el 6% del PIB, que impulsó el crecimiento a alrededor del 4% y llevó el desempleo a un nivel mí­nimo en 18 años. A pesar de sus defectos, estas medidas demuestran que con apoyo fiscal suficiente, es posible alcanzar el pleno empleo, incluso mientras los tipos de interés suben a niveles significativos.

El gobierno de Obama cometió un error crucial en 2009 al no aplicar un estí­mulo fiscal mayor, más prolongado, mejor estructurado y más flexible. Si lo hubiera hecho, la recuperación de la economí­a habrí­a sido más fuerte y no se hablarí­a de estancamiento secular. Pero tal como se lo aplicó, sólo el 1% superior de la pirámide vio aumentar sus ingresos durante los primeros tres años de la así­ llamada recuperación.

Algunos advertimos en aquel momento que era probable que la caí­da fuera profunda y prolongada, y que se necesitaban medidas más enérgicas y diferentes de las que propuso Obama. Sospecho que el principal obstáculo fue la creencia en que la economí­a sólo habí­a experimentado una ligera desaceleración de la que se recuperarí­a en poco tiempo. Bastaba llevar los bancos al hospital, atenderlos bien (es decir, no pedir cuentas a los banqueros ni criticarlos, sino subirles el ánimo invitándolos a opinar sobre lo que habí­a que hacer a continuación) y, lo más importante, bañarlos en dinero, y pronto todo estarí­a bien.

Pero los padecimientos de la economí­a eran más profundos de lo que sugerí­a este diagnóstico. Las consecuencias de la crisis financiera eran más graves, y una redistribución a gran escala de ingresos y riqueza hacia la cima de la pirámide habí­a debilitado la demanda agregada. La economí­a estaba pasando del énfasis en las manufacturas a los servicios, y las economí­as de mercado por sí­ solas no manejan muy bien esas transiciones.

No bastaba un rescate de bancos a gran escala. Estados Unidos necesitaba una reforma fundamental del sistema financiero. La Ley Dodd-Frank de 2010 ayudó un poco, pero no lo suficiente, a evitar que los bancos hagan cosas perjudiciales; pero no hizo nada para asegurar que cumplan la función que supuestamente tienen: por ejemplo, concentrarse más en dar crédito a las pequeñas y medianas empresas.

Se necesitaba más gasto público, pero también programas más activos de redistribución y predistribución, para hacer frente al debilitamiento del poder de negociación de los trabajadores, la concentración de poder de mercado en grandes corporaciones y los abusos corporativos y financieros. Y unas polí­ticas industriales y laborales activas tal vez hubieran sido útiles para las áreas perjudicadas por las consecuencias de la desindustrialización.

Pero las autoridades no hicieron lo suficiente ni siquiera para impedir que las familias pobres perdieran sus hogares. Las consecuencias polí­ticas de estos fracasos económicos eran predecibles y fueron predichas: era evidente que habí­a riesgo de que las ví­ctimas de semejante destrato recurrieran a un demagogo. Lo impredecible era que Estados Unidos conseguirí­a uno tan malo como Donald Trump: un misógino racista decidido a destruir el Estado de Derecho dentro y fuera del paí­s y desprestigiar a las instituciones estadounidenses encargadas de evaluar y decir la verdad, incluidos los medios de prensa.

Un estí­mulo fiscal de la magnitud del de diciembre de 2017 y enero de 2018 (que en ese momento la economí­a en realidad no necesitaba) hubiera sido mucho más potente diez años antes, cuando el desempleo era tan alto. De modo que la débil recuperación no fue resultado del “estancamiento secular”: el problema fue que el gobierno aplicó polí­ticas inadecuadas.

Se plantea aquí­ una pregunta fundamental: ¿serán las tasas de crecimiento de los años venideros tan sólidas como en el pasado? Eso dependerá evidentemente del ritmo del cambio tecnológico. La inversión en investigación y desarrollo, sobre todo en investigación básica, es un factor determinante importante, pero obra con gran retraso; los recortes propuestos por el gobierno de Trump no presagian nada bueno.

A esto hay que sumarle una gran incertidumbre. La tasa de crecimiento per cápita ha variado en gran medida en los últimos 50 años, desde un 2 o 3% anual en la(s) década(s) de después de la Segunda Guerra Mundial hasta 0,7% en la última década. Pero es posible que haya habido demasiado fetichismo en relación con el crecimiento; sobre todo cuando se piensa en los costos medioambientales, y aun más si ese crecimiento no aporta grandes beneficios a la inmensa mayorí­a de los ciudadanos.

La reflexión sobre la crisis de 2008 tiene muchas enseñanzas que ofrecernos, pero la más importante es que el problema era ““y sigue siendo”“ polí­tico, no económico: no hay nada que necesariamente impida una gestión económica que asegure pleno empleo y prosperidad compartida. El estancamiento secular sólo fue una excusa para polí­ticas económicas deficientes. Hasta que no superemos el egoí­smo y la miopí­a que definen nuestra polí­tica ““especialmente en Estados Unidos con Trump y sus cómplices republicanos”“, una economí­a al servicio de todos, no de unos pocos, seguirá siendo un sueño imposible. Incluso si el PIB aumenta, los ingresos de la mayorí­a de los ciudadanos estarán estancados.

Traducción: Esteban Flamini

Joseph E. Stiglitz es el ganador del Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas. Su libro más reciente se titula Globalization and its Discontents Revisited: Anti-Globalization in the Era of Trump [El malestar en la globalización revisitado: la antiglobalización en la era de Trump].

Copyright: Project Syndicate, 2018. www.project-syndicate.org

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Joseph E. Stiglitz
Joseph E. Stiglitz
Joseph Eugene Stiglitz es un economista y profesor estadounidense. Recibió la Medalla John Bates Clark y fue laureado con el Premio Nobel. Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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