viernes, 10 enero 2025
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El mejor amigo (Tercera y última parte)

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"La religiosidad se había puesto de moda en los últimos años, tal vez porque la vida se devaluaba y la fe era el refugio natural de la esperanza": Gabriel Otero.

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Por Gabriel Otero.

ROCKY M

Una tarde calurosa estábamos sentados en los hongos de cemento del parque, en la lejanía lo vi corriendo a toda velocidad, él era todo un atleta que destrozaba la resistencia del viento, un Carl Lewis cualquiera, que se sentía liviano como una pluma y aerodinámico como un cheetah, recorrió cien metros en lo que se tardaba en caer una hoja, no le hizo ninguna gracia cuando tarareé a grito pelado la famosísima tonadilla de Rocky, se acercó y pude verle la cara roja de coraje, se enojó aún más cuando exclamé que había llegado el semental italiano.

El apodo resultó antitéticamente cierto, Rocky, el personaje, era una montaña de músculos y mi amigo, un quiebrapalitos de apellido italiano, parecía que un soplo desintegraría su existencia.

Se me abalanzó y solo atinó amenazarme con los puños.

─Te voy a dar verga─ me dijo, y yo hui, carcajeándome, y él, fúrico, pretendía alcanzarme, y entre más se acercaba más lo esquivaba, al final se cansó y se sentó y no le quedó otra alternativa, solo la de reírse.

Ya éramos jóvenes, yo había llegado en uno de mis tantos viajes, fastidiado, en los que literalmente, buscaba rescatar mis raíces disipadas en el aire, e intentaba aprehenderme todo, los olores, el paisaje, el silencio, y el color de ese cielo prístino del lugar donde uno nace.

Él me contaba las novedades de la colonia, sabía quién andaba con quién y cuáles eran los pleitos cuadra por cuadra, muchos ya no estaban en el país por la conflagración fraternal armada, y yo percibía cierto nerviosismo en la aparente normalidad.

Ignoro de dónde le brotó la predilección por las armas, sospecho que por su amistad con hijos de militares, dos o tres de ellos eran descendientes de los personajes célebres de la tandona, mismos que incrementaron su poder político y económico durante la guerra civil. Y como si fuera un fósil de la época nazi, tenía escondida en el clóset, una Walther PPK igualita a la de James Bond para lo que se pudiese ofrecer.

Para mi estar ahí, en mi país, era recuperar el tiempo perdido, algo semejante a un Proust tropical, entre jocotes y árboles de mango, porque las memorias son más potentes que la efimeridad de los instantes.

Con los años y mi regreso definitivo percibí los cambios de carácter de mi amigo, y de un ser impulsivo se transformó en alguien devoto, ingresó en las juventudes de apoyo en una iglesia católica al poniente de la ciudad, me inscribió a un retiro y yo, a regañadientes, pagué el costo.

─Nada más te digo, si no me parece en ese momento me salgo─ le advertí.

Nos trasladaron en un autobús a un lugar en las afueras de Santa Tecla, él iba como parte del equipo espiritual, este era uno de los famosos encuentros con Cristo dirigido a jóvenes problemáticos y emproblemados, yo no era ni lo uno ni lo otro, al llegar nos dijeron que el protocolo era revisar nuestras maletas para detectar alcohol o drogas. Verificaron a detalle los artículos de uso personal, husmeaban los botes de loción y pasta de dientes y rincones ocultos en el equipaje.

La religiosidad se había puesto de moda en los últimos años, tal vez porque la vida se devaluaba y la fe era el refugio natural de la esperanza y de los incautos.

No tenía idea adónde y en qué me había metido, las dinámicas y los mea culpas comenzaban a desesperarme a tal grado que decidí abandonar el retiro de inmediato.

Busqué a mi amigo para comentarle que ya me iba, sorprendido, me dio largas como esperando que algo extraordinario me detuviera, pasaron un par de horas y nadie abrió la reja hacia el exterior, llegó el tiempo de la comida, la convivencia y los rezos y charlas y catarsis y volví a insistir pero sin convicción.

Y al final me quedé y mi falta de voluntad la atribuyeron al poder divino del espíritu santo, mi amigo, me confesó después, que nadie tenía idea cómo detenerme y prefirieron no salir para evitar mi deserción.

En el retiro conocí a gente entrañable con la que aún mantengo contacto, lo inesperado a veces llega en formas extrañas.

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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